Soñé que conocía a un carpintero cuando aún no lo era. Eso fue hace más de media vida, era una de las primeras veces que mis padres me dejaban salir solo a las Fiestas del pueblo.
Llevo un buen rato sentado en las escaleras de la plaza de Santo Domingo viendo caras igual de desconocidas, que las que puedo encontrar en cualquier otra ciudad en la que haya vivido.
La visión era todo un regalo para la vista, toda una armonía de sensaciones que se convertían en los párrafos de la que sería mi próxima novela. Aquella sí que iba a ser mi mejor obra, la más sublime, la más real.
Las viejas e incómodas sillas parlotean en silencio, los cristales de pavés ocultan, a plena vista, lo que pasa en la calle, y los separadores de tramex, pintados de blanco, simulan dividir a la gente, que no está.
Hace más de treinta años que salí de la casa, bueno, huí, cuando apenas era una adolescente. Me fui con el primer extranjero que prometió ser mi tabla de salvación.
Por eso él sigue mirando el espejo, aunque ni se ve ni se encuentra. En el fondo, lo sabe: ya su tiempo pasó, y solo espera, sin ver, lo que tiene que llegar
Hoy es mi día de suerte. Recibo carta, la sopeso, veo su escritura, el sello, las cicatrices del viaje, las que me unen al mundo externo, ¡vuelvo a ser alguien!
Una apacible sonrisa se dibujó en el acto en la mirada de él. La misma que ella le devolvió cuando, sin dejar de mirarla, lo vio asentir con la cabeza.
Su yo del futuro le comunicaba que, si hoy apostaba, si hoy jugaba a la primitiva una combinación al azar, ganaría el bote de esta noche y no tendría que volver a trabajar, pero...
Parecía que todo en él estaba encaminado a lograr el éxito. Sigue viviendo, pero no como esperaba. El camino es largo, aunque el fin parezca próximo, y el éxito… el éxito nunca es inmediato.
Llevamos ya una semana acudiendo cada tarde para que se pueda sentar junto a sus héroes de bronce en la plaza, frente a la catedral, o junto a cualquier banco, y así, releerle su libro favorito.
A la altura del cementerio los dos alegaban y sus voces llegaban apagadas por la música del pioneer. Él se escondía en el asiento trasero, intentando que no vieran sus lágrimas vivas