Capítulo 6

Crónicas de un paciente de COVID. La cuarentena (VI)

“aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales”

Raúl Vega Lunes, 17 de Julio de 2023 Tiempo de lectura:

¿Cuánto dura una cuarentena? La palabra viene de cuarenta. Según la RAE en su quinta acepción “tiempo de 40 días, meses o años”. En su acepción séptima está la horquilla que yo busco: “aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales”. Un periodo de tiempo indeterminado que yo pretendo aclarar más pronto que tarde. ¿Cuándo empieza la cuarentena por la COVID-19? ¿El día del último contacto, el día del contagio (difícil determinar), el día que lo comunicas a las autoridades sanitarias y te aíslas, el día que te haces la PCR o el día que recibes el resultado? Yo no lo sé. Las autoridades sanitarias no lo tienen claro. Algunas páginas médicas aclaran que son 10 o 14 días una vez te haces la prueba positiva, porque marca el período máximo de prevalencia del virus.

 

Me decido a definir lo máximo posible ese período cuanto antes. Sé que tengo que estar aislado, pero ya después del fin de semana completo, tras casi una semana, empieza a hacer mella en mi moral y en mi aburrimiento. Además, el aislamiento cual bestia enjaulada no me deja de generar un rechazo cognitivo. Es necesario, pero somos seres sociales, necesitamos hablar, sobre todo con los más allegados y las opciones virtuales no lo sustituyen del todo. El lunes amanezco con ese runrún y afronto un nuevo día de trabajo. A mediodía, el Servicio Canario de Salud se vuelve a interesar por mí, si así se puede decir. Tras preguntar por mí y hacerme las preguntas reiteradas de otras ocasiones, me pregunta por la prueba. “No me la han hecho”, respondo. “Sí, pero usted se la hizo por privado y le salió positivo”. Ya con esa les basta, lo que mis impuestos no consiguieron sufragar, lo sufragó mi bolsillo.

 

Por suerte, pese a tener el virus que dicen que tengo, la mente me funciona bien. En ese momento me pongo en el plan de que no me van a hacer la PCR. Da igual. “¿Cuánto dura el aislamiento?”. “¿No le han informado de plazos?”. “Sí, pero no me han concretado, me han dicho que me aísle y que ya se verá”. Una voz de fondo empieza a decir, con muy mal tono, “dile que diez días desde el resultado del PCR, si fue tal día… ¡pues diez días después!”. “¿Lo escuchó?”. Me hago el bobo y digo que no. “Que son diez días, el resultado de la PCR lo tuvo tal día, cuente diez días más”. No discuto, pero no tiene lógica. Me quieren aplicar el día de recepción del resultado. ¿No es más lógico que el período comience desde el aislamiento, sin contacto, y dure diez días?

 

Pero vamos, no soy médico y lo tengo que acatar. Las páginas médicas no se ponen de acuerdo. “Las nuevas recomendaciones de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) indican que un período de aislamiento de 10 días que comience desde la aparición de los síntomas es suficiente, siempre y cuando tus síntomas estén mejorando y no hayas tenido fiebre por al menos 24 horas al final de los 10 días”, dice la web de AARP, una organización médica sin ánimo de lucro. Continúa: “el cambio en las pautas se debe a que, según nuevos estudios, la mayoría de las personas están libres del virus y dejan de ser contagiosas 10 días después de desarrollar los síntomas. Los CDC también recomiendan que los individuos que nunca experimenten síntomas de COVID-19 (asintomáticos), pero den positivo al virus, se autoaíslen por 10 días después de hacerse una prueba de coronavirus”.

 

Es solo una cita más y varias se contradicen. No le voy a dar a esta publicación patente de corso porque me favorezca, pero es una posibilidad que existe, más que le moleste a la enfermera que murmura de fondo “dile que se esté tranquilo y se deje de preguntar”. No sé qué responder, además lo prefiero porque lo que se viene a la mente es una barbaridad. El equipo de rastreo ya dio conmigo. Vaya olfato de rastreadores, ni el perro de los seguros, una semana después de mi comunicación y tras hacerme la prueba por mi cuenta. Me vuelve a reiterar las medidas (me las voy a conocer de memoria), eso sí, con cierto tono inquisidor, que contrasta con el anterior casi infantil. Sin saberlo a ciencia cierta, creo que está influenciada por su compañera.

 

Cuando cuelgo el teléfono, me quedo pensando. En todas estas llamadas de la sanidad pública ni una palabra de ánimo, ni un mensaje de apoyo. Las recomendaciones mezclan la profesionalidad, es verdad, con otros tonos más aleccionadores. Hablamos de una enfermedad desconocida de la que las mismas autoridades médicas demuestran no saber demasiado. Si no sabe el personal sanitario, ¿qué va a saber un simple ciudadano influido por camiones militares con cadáveres y por la alerta que esta odiosa enfermedad creó de un día para otro? Lo mínimo es un mensaje de apoyo, un aliento y no el dictado de unas medidas para que los contagios no sigan. En ese momento me siento como un maldito infeccioso que es un peligro para la sociedad, que me tengo que esconder y que me tienen que controlar. Estaba concentrado en mi trabajo y me descoloco. Pensar en esa teoría sobre mí mismo, me provoca un desasosiego importante.

 

Ahora por control, llaman a mi pareja. Primero le dejan claro eso, que me controle, que me mantenga encerrado y contrastan con su versión lo que yo le acabo de contar. El control es casi policial, lo cual no deja de hacerme sentir incómodo mientras escucho las respuestas lacónicas de mi novia en la otra estancia de la casa. A ella sí la citan para la PCR y le exponen que mientras espera por el resultado tiene que estar aislada. ¿De quién? ¿Quién guarda la niña? A esa pregunta mía en la primera conversación la respuesta fue un titubeo que demuestra que una cosa son los procedimientos y otra bien distinta la realidad. Y, además, evidencia la falta de plan, la improvisación y la falta de certezas. Posiblemente todo ello derivado de la falta de recursos, pero no solo.

 

La noche cae pero no hay mucha diferencia con el día. Otro lunes de agosto, con calor, sin novedades y todavía, dicen las autoridades médicas, con el virus dentro. Reconozco que en ese punto la moral se me va cayendo. No tanto por el encierro sino por las circunstancias, por la incertidumbre, por la monotonía. No le tengo miedo a la enfermedad, estoy bien, sin olfato (parece que huelo cenizas), con poco gusto, pero bien. Pero sentirte como un apestado cada día, con gel hidroalcohólico pegajoso por todos lados, lejía, toallitas desinfectantes y con mascarilla cada vez que te mueves, no es fácil de encajar. En las redes, fotos y más fotos de personas saltándose las medidas de distanciamiento físico para evitar la propagación del virus, que ahora mismo aparece descontrolado en Canarias, principalmente en Gran Canaria, mientras Alemania sopesa incluir a Canarias como destino no seguro. Las luces de alarma, da igual todo lo demás. Que se pare el mundo, que el turismo puede ralentizarse aún más.

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