Capítulo 5

Crónicas de un paciente de COVID. El virus no existe (V)

Siempre ha habido lunáticos que se comportan como niños malcriados, pero a estos sí creo que debieran atajarlos. Son un peligro para la sociedad.

Raúl Vega Sábado, 15 de Julio de 2023 Tiempo de lectura:

Los domingos son días de ocio y recreo. Un poco de playa, un pateo, una visita… Este domingo es un domingo de encierro. Es peor que el periodo de confinamiento debido al Estado de Alarma. Esos domingos estábamos todos juntos en familia, le poníamos una piscina a la niña en el salón, hacíamos una comida especial o planteábamos una sobremesa de cine infantil. Este domingo no. Estoy encerrado, aislado, separado de ellas y de mis animales. Hablando de los animales, también los protegemos a ellos. Nuestros dos gatos y nuestra perra tienen prohibido entrar en la habitación en la que me ubico. “No está probado el contagio de ser humano a animal en España”, me dijo el enfermero el primer día. Por si acaso. Además la perra tuvo el parvovirus en su primera etapa de vida y no sabemos cómo reacciona si coge una enfermedad respiratoria otra vez. Añádele la separación con mis amigos peludos a la ecuación.

 

Poco he leído sobre los que niegan el coronavirus porque me parecen unos chiflados. Lo que sé es que un cantante acabado (si alguna vez estuvo en auge) les lanza guiños, que piensan que la enfermedad es un invento y que deploran el uso de la mascarilla. Pobres irresponsables. Los rigores de la enfermedad que ha provocado más de un millón de muertos en el planeta no los sufro. Sí, sin embargo, sus consecuencias sociales. Es como volver al confinamiento, pero peor, encerrado de la gente de la que convives, apartado como un animal. Y tienes que ser responsable si quieres a las personas con las que compartes la vida y deseas protegerlas de tu virus que no tiene vacuna, aunque muchos de ellos tampoco creerán en las vacunas.

 

Siempre ha habido lunáticos que se comportan como niños malcriados, pero a estos sí creo que debieran atajarlos. Son un peligro para la sociedad. Yo los relaciono con los principios políticos más reaccionarios o al menos con la connivencia hacia ellos. Confunden, generan incertidumbre y falsas esperanzas, que se puede vivir de la misma forma como habíamos vivido. Que nos podemos juntar, que nos podemos abrazar, que podemos tener un entorno social pleno, como hace unos meses. ¿Y saben de la única forma que volverá todo eso? Sí, con la vacuna que los antivacunas repudian. Es la única forma conocida de paliar este virus desastrozo y desconocido.

 

Las instituciones sanitarias, al menos la sensación que me está dando mientras lo estoy viviendo, no tiene respuestas concluyentes ni a este grupo, a los que deja campar a sus anchas, ni al resto de la población. Quizá esté equivocado y sea injusto, pero percibo un control muy grande de la sociedad responsable, la que lleva mascarilla, la que se aísla si debe hacerlo, la que protege a los demás, por otro lado un señalamiento muy descarnado a la sociedad que se infecta y por último, una dejación de funciones, al menos a simple vista, con esa minoría que niega el virus, las vacunas y que no se pone mascarilla. Lo de la mascarilla tiene un procedimiento regido por la OMS y obligándola en todo momento solo perjudicas a la población responsable. El resto seguirá con ella en la barbilla o con la nariz por fuera.

 

Mientras escribo esto y espero la llamada de la Seguridad Social, reflexiono si no estoy salpicando culpas y buscando responsables a mi encierro prescrito. No confundo las cosas. Valoro mucho la labor del personal sanitario, a veces en condiciones no del todo positivas. De hecho he intentado ser amable en todos mis contactos telefónicos. Ellos están en primera fila, arriesgando su integridad, viendo la gestión de la situación (positiva o negativamente) y simplemente haciendo su trabajo como mejor lo saben hacer. De eso no tengo ninguna duda. Pero sí es verdad que siento un poco de abandono. Cuando uno tiene un PCR positivo, aunque sea en un laboratorio privado y pagado por uno mismo, y el laboratorio lo comunica a la sanidad pública, yo esperaba una visita médica al menos o por lo menos una llamada adicional para reiterar medidas y para hablarme de plazos y demás. Deduzco que ni ellos mismos saben eso con certeza. Es la pandemia asociada a la pandemia, el desconocimiento de la enfermedad.

 

Pero, para que no se confunda mi postura, a los que repudio claramente con todas mis fuerzas, son a los que niegan el virus. Quizá si vivieran las consecuencias, entenderían algo más lo que supone. Son los mismos que negaron que la Tierra fuera redonda, son los mismos que negaron la ciencia, los mismos que negaron el cambio climático. En ese sentido, recuerdo una anécdota de febrero en el Jardín Canario Viera y Clavijo. En medio de una mañana de domingo apacible en familia, una señora se acerca a mí para explicarme que el cambio climático no existe, que es un invento. Había visto una convención de una de esas sectas previamente y esa señora debía pertenecer a ella. Le llevo la contraria y no sabe qué responder. “El ser humano se está cargando todo, pero no por el cambio climático, un invento, sino por una plaga. Van a venir tiempos duros”. Una persona débil lo hubiera recordado como una premonición meses después. Yo lo relacioné con el cuento de Pedro y el lobo. Los hipocondríacos llevan años avisando de pandemias, guerras, destrucciones… Algún día tenían que acertar. Por lo que no paso es por sus justificaciones sionistas en el conflicto palestino, de hecho en el papel que me da hay una estrella de David. Yo le refuto, con toda la educación posible, y ella tiembla porque no sabe qué contestar. Seguramente ella fue absorbida en esas creencias loquinarias y fuera una de esas personas débiles que se infectan de la pandemia de la ignorancia y el pensamiento acrítico.

 

El domingo pasa y nadie del Servicio Canario de Salud me llama. Mi respuesta al “¿cómo estás?” es siempre la misma con variaciones: “bien de salud pero desesperado por el aislamiento”. Quedará menos, al menos un día menos. Veo en redes una imagen que me deja pensando. En la habitación de un hospital, un señor está en la cama entubado y con respirador. A una distancia prudencial, un señor sentado observa la escena. El eslogan de la imagen es “ser paciente o ser paciente”. En ese momento cambio el chip y valoro la suerte de ser un paciente con Internet, bien de salud, con una habitación confortable y con una familia que me atiende, me alimenta y me apoya. La otra opción en esta enfermedad es la UCI, respiradores y dificultad para hablar. O para ti o para los tuyos. Un día menos…

 

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