
Mirando en Internet me informo sobradamente de la enfermedad. En el 85% de los casos da fiebre. En mi caso no hay fiebre. En la mayoría de los casos se ha reportado tos seca. Tengo tos, sí, pero de asmático. Además me meto en una habitación que tiene algo de polvo y que no me había dado tiempo a limpiar bien. Nadie me dijo que en agosto me tenía que confinar de un día para otro. Pérdida de olfato y gusto. En ese momento tengo todo mi olfato y todo mi gusto. Dolor de garganta. No me duele, al menos no de forma reseñable. Diarrea. No es el caso.
Sin embargo, unas veces leo una información que me dice que sí. Otras veces leo otra que me evidencia que no. A Internet, aunque sean páginas médicas, no hay que hacerle demasiado caso porque los síntomas, psicológicamente, los puedes exagerar. Cuando hablamos del nuevo coronavirus, el lío es monumental. No sé cuándo es más alta la posibilidad de contagio, no sé si debo estar preocupado o si me debo desentender y dedicarme al día a día. Trabajo tengo y lo agradezco, me ayuda a evadirme, aunque me cuesta concentrarme con toda garantía.
Estoy desesperado, martes por la mañana. Del Servicio Canario de Salud no van a acortar los plazos. Se reportan más de 100 casos diarios de media en Canarias. Los servicios médicos, que he alabado en otros textos con profusión, ahora están desbordados. La sensación es de improvisación, descoordinación, superación, falta de medios y recursos… No aguanto más, llamo antes de las 8:00 a un centro privado de análisis. Había llamado, sin éxito, a algunos el lunes por la tarde pero había pinchado en hueso. Ahora sí. “Estamos dando cita para bastante tarde, el viernes quizá”. “¿No sería posible acortar los plazos?”. “Se suelen cancelar citas, llame luego y pregunte”.
Lo decido, lo voy a pagar. ¿Qué son 150 euros si eso supone mi tranquilidad? “¿Tiene una hora disponible?”. “Sería a las 14:00, caballero”. Acepto. Me visto sin ganas con la ropa con la que había hecho deporte la tarde anterior. Me cuelgo una talega, preparo la cartera y me voy. Mis pintas, mascarilla en boca, son dantescas pero seguramente demuestra mi urgencia. Además, no quiero entrar en la habitación a coger la ropa porque allí están mi novia y mi hija.
El primero de la fila está separado como tres metros del mostrador, la chica habla por teléfono. Me pongo a unos dos metros y detrás una señora a otros dos metros. Hace un año ver haciendo cola en la calle era impensable. Me toca, me sacan sangre para el test de anticuerpos y toman muestras para el PCR. Es molesta la extracción de la nariz, pero sigo pensando que es más molesta la incertidumbre. Me voy mirando a todos lados, me siento como un preso fugado. Ni siquiera me paro delante del mostrador de la librería, parada habitual en esa zona. Además, recuerdo que había encargado un libro pero no me arriesgo a entrar a retirarlo. Otro día será.
Las horas posteriores son acuciantes. “Los resultados suelen tardar 48 horas, pero si nos enteramos antes le llamamos y luego le mandamos el resultado por correo”. Es imposible que me llamen el mismo martes, pero cada vez que miro la pantalla del móvil me da un retorcijón la barriga. Me intento evadir con lectura, series, ejercicio y trabajo, pero solo un tema sigue rondando mi cabeza. Así también transcurre el miércoles.
El jueves deben llegar los resultados. Cuando suena el teléfono, por trabajo, por familia o por lo que sea, me da un vuelco el estómago. Son las 14:00, 48 horas clavadas. ¿Sabes algo? Me pregunta mi pareja. “Nada, si no llaman, llamo a las 15”. Dicho y hecho. Llamo. “¿Usted venía de una empresa?”. “No, yo fui particular. ¿Recuerdan que se equivocaron y me hicieron los anticuerpos antes que la PCR?”. “Es verdad, espere… es que el laboratorio no ha transmitido resultados del martes a última hora, probablemente tenga que esperar a mañana”. “Yo también me hice, como le dije antes, el test de anticuerpos”. “¿Y eso no le ha llegado? Espere, lo miro y lo llamo luego”.
Suena. “Hola, que el test de anticuerpos es negativo”. Una noticia aparentemente feliz. Le pido que la interprete en el contexto. “Con esa prueba negativa su sistema inmunológico no se ha puesto en marcha, por lo que el contagio, si hay, es reciente”. “Mi último contacto con el contacto estrecho fue el jueves pasado, jueves 13, hace una semana”. “Pues es muy difícil que la PCR le dé positivo, entonces”. Sí, parece que va a quedar en un susto. Al día siguiente me darán el resultado de la PCR y todo habrá pasado. No engrosaré el club de los malditos asintomáticos.
A todo esto, ¿cómo me encuentro? La nariz casi no funciona, no tengo olfato. Leo en Internet que puede ser un síntoma, yo lo achaco a la PCR y a la extracción nasal. Sin embargo, el gusto tampoco está muy boyante. No le doy mayor importancia. Lo importante es que el test es negativo. Solo falta confirmación de PCR y todo habrá pasado. No me confío. Sigo encerrado y alejado, pero pienso en planes para el siguiente día. Nada muy importante, debo mantener el encierro, pero sí un paseo largo, un baño en la playa y la visita (corta, por si acaso) a mi padre el día de su cumpleaños. Mi gozo en un pozo.
Relacionadas.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.120