Capítulo 4

Crónicas de un paciente de COVID. Pandemia (IV)

“Se disparan los contagios de COVID-19 en Canarias: 271 casos en 24 horas, la mayoría por reuniones sin medidas de seguridad”.

Raúl Vega Viernes, 14 de Julio de 2023 Tiempo de lectura:

Vuelve a haber muchos casos nuevos. Más de 100, 23 en mi municipio. En esa cifra estoy yo. Mientras, leo en redes sociales que los contagios se deben a gente irresponsable. Las noticias le avalan: “un asintomático va a una fiesta en Tejeda”, “por un asintomático en una fiesta, más de 100 personas en cuarentena en La Laguna”… Pandemia, pandemia y más pandemia. Irresponsables y más irresponsables. La pregunta del millón es cómo se va a llevar a cabo la vuelta al cole. Las dudas se agolpan en las mentes de padres, madres, alumnado y profesorado. PCR para los profesores, dicen.

 

Enero de 2019, a un día de irme a Fuerteventura a un acto de trabajo. Fiebre, más de 39ºC, escalofríos, tos seca, mocos, asfixia… No pasa nada. Lo cuento a varias personas y voy al médico. “Tómate la medicación y descansa”. Según cómo me encuentre voy o no a ese acto de trabajo. Me tomo la medicación, antibióticos incluidos, duermo como 14 horas en un día y me encuentro mejor. Me meto en el avión y voy al acto en Fuerteventura. Aguanto en el acto como puedo, pero cojo algo de frío en la cena posterior. Me voy al hotel y tengo todavía tos. Me vuelvo al siguiente día, en avión, a Gran Canaria.

 

¿Se imaginan hacer eso en 2020? Te denuncian por atentado a la salud pública. Los síntomas son de COVID-19 claramente, aunque fuera una gripe fuerte. O no, porque el origen de la COVID-19 no está del todo claro todavía. En cualquier caso, en agosto de 2020 me veo encerrado, sin posibilidad de salir y amenazado si rompo mi cuarentena. No tengo fiebre, no tengo tos reseñable, no tengo malestar, salvo momentos muy puntuales de días pasados, pero en 2020 estoy encerrado. Podríamos pensar que se nos fue la pinza, que es excesivo, pero es una medida para proteger a los más débiles de la sociedad. Así me convenzo.

 

El fin de semana promete. Mi mayor emoción, la película que elija ver, el libro que atraque. Sábanas nuevas, limpieza de la habitación y mejor entorno. Todo ello con guantes, lejía de por medio y desinfección posterior de la fregona. Creo que hay pocos precedentes de que un enfermo limpie su propio entorno, pero así es esta maldita pandemia. El sábado en la cabeza me empiezan a rondar dudas. Había pasado el shock y ya empezaba a asumir la situación. Que la sociedad te trate como un infectado, estando bien y sin síntomas preocupantes, no es fácil de encajar. Si no te deja secuelas físicas la COVID-19, te las dejará psicológicamente.

 

Es el momento, además, que no veo la luz al final del túnel. ¿Cuándo acaba la cuarentena? ¿Cuándo se cumplen los 14 días, desde el último contacto con el positivo, cuándo llamo al Servicio Canario de Salud o cuando me hago el PCR (recuerden, por mi cuenta)? La doctora fue ambigua al respecto y a mí me entra la desesperación. Vuelvo a tener hora el miércoles y ahí pretendo acordar bien los plazos. Hay quien me dice que la capacidad de contagio puede durar meses. ¿Me tengo que quedar meses encerrado? ¿Me pongo un brazalete como positivo en COVID-19 a modo de los judíos? La cabeza me explota de pensamientos.

 

A todo esto, las 24-48 horas que me iban a llamar del Servicio Canario de Salud, no se cumplen. El sábado pasa y no me llaman, aunque me habían afirmado que me podían llamar en fin de semana. Tampoco a mi novia, contacto estrecho, diría que estrechísimo con un positivo. No sabemos qué hacer. ¿Llamamos? ¿Nos quedamos callados? ¿Me tiene que dar un PCR negativo para que me den el alta? ¿Pero me harán el PCR? Y si me sale otra vez positivo, ¿14 días más? ¿Cuánto tiempo de verdad dura esta puta enfermedad? El Servicio Canario de Salud aclara poco, pero te dejan bien claro que tienes que aislarte. Ahí sigo, en mi jaula, para su tranquilidad y la de la población.

 

Unas veces me lleno de razones para mi actitud defensiva y crítica, y otras pienso que soy un egoísta que estoy intentando acortar los plazos. Reflexiono que yo sigo trabajando porque tengo posibilidad de teletrabajo, ¿pero las personas que deben hacer su labor presencialmente? ¿Quién les paga esos días de trabajo? ¿Se establece un protocolo de tiempo máximo que se debe estar en cuarentena porque después deja de ser contagioso? Entiendo que no se pueden poner en riesgo al resto de compañeros ni el resto de la sociedad, pero hay mucho en juego. Ahí se mezcla el debate entre salud y economía, un debate que ha protagonizado buena parte de los últimos meses, sin que haya un ganador claro. Si los gobiernos priorizan la salud, nos están condenando a la pobreza severa. Si priorizan la economía, están permitiendo que nos enfermemos y que mueran los más vulnerables. La nueva normalidad era la nueva contradicción.

 

Los titulares del domingo no varían de los días anteriores. “Se disparan los contagios de COVID-19 en Canarias: 271 casos en 24 horas, la mayoría por reuniones sin medidas de seguridad”. Otro titular reza: “La intensa movilidad de los jóvenes por toda Gran Canaria y una minoría poco colaboradora disparan la COVID-19 en la capital”. En el cuerpo de la noticia habla de juergas de jóvenes, de asintomáticos en fiestas de cumpleaños, de zonas de ocio nocturno sin medidas de seguridad, de coches repletos sin mascarilla… Me sangra especialmente un párrafo: “Las fuentes de Salud Pública que han hablado con esta redacción apuntan que esa laxitud en las medidas de protección contra la COVID-19 no es exclusiva de la juventud y que se ha dado también en ámbitos laborales donde se han detectado brotes, en algunos casos en los propios centros de trabajo y, en otros, al compartir vehículos para desplazarse hasta ellos”.

 

Esa frase me deja una cosa clara: en el relato oficial u oficialista, no sé si por parte de los medios de comunicación o la institución autonómica (citada en el texto), es que el que se contagia es porque es irresponsable, no usó las medidas de protección, no respetó los protocolos y nos están poniendo a todas y todos en riesgo. No me siento aludido, pero me duele la definición, que ahora extiende la edad de la población poco solidaria. ¿Minoría poco colaboradora? Yo mismo notifiqué el contacto, me hice la prueba por mi cuenta ante la inacción pública y me aislé desde el minuto 1 de mi familia y de la sociedad. Y no saben lo que duele ver a mi hija corretear por la casa, plantarse frente a mí para jugar y no poder hacerlo, “no puedes entrar aquí, Moneyba”. ¿No se tomaron medidas de control? Siempre uso mascarilla fuera de casa, en lugares abiertos y cerrados, me lavo las manos casi sesenta veces al día, unas veces con jabón, cuando no es posible con gel hidroalcohólico, mantengo la distancia de metro y medio en todo momento, no había visitado terraza alguna en los últimos tiempos…

 

Lo escribí en Tamaimos casi a la vez que lo estaba viviendo. Había visto medidas de relajación evidentes, concretamente en la isla de Gran Canaria. Pero eso no quita para que el discurso sea peligroso, parcial, chivato y alcahuete. Siempre dije que los gobiernos se encontraron con un problema que nadie había planeado y que no supieron, en su mayoría, atajar. Empero la solución no puede ser culpar únicamente a tu población y poner a un sector de la sociedad, los que económicamente probablemente más sufrirán las consecuencias económicas, a caer de un burro. Separemos a los irresponsables de verdad a los que pueden encontrarse con la enfermedad sin tener que estar tocando a su puerta con imprudencia. Me suena a una frase que había leído en las inmisericordes redes hacía unos años: “si tiene cáncer es posiblemente porque está gordo, come mal y no se cuida”, pero ¿todos los enfermos de cáncer son culpables por su mala vida? Una reflexión en tiempos de coronavirus.

 

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