Capítulo 3

Crónicas de un paciente de COVID. PCR positiva (III)

“Estaba usted pendiente de un resultado, ¿no?”. Mi voz afirma entrecortada. “El resultado es positivo. Ahora le voy a pasar al doctor que le va a explicar”. Se me cae el mundo encima.

Raúl Vega Jueves, 13 de Julio de 2023 Tiempo de lectura:

El jueves por la tarde me llama el Servicio Canario de Salud. Pienso que ya me van a hacer la PCR. Había decidido hacérmela aunque me diera negativa la que yo contraté porque así nos aseguramos del todo. Me explica las medidas de aislamiento que ya me había explicado su compañero el lunes. “Veo que ya están bastante claras”, como para no tenerlas, pienso yo. No me van a hacer la PCR por el momento. “En 24 o 48 horas le llamarán”. Me da igual, en un día probablemente tendré mi PCR negativa y al día siguiente tengo cita con mi doctora de cabecera. Debo seguir aislado hasta la confirmación, pero ya se puede aliviar el encierro si lo explico bien. A mi pareja también la llaman y le preguntan si tiene síntomas. Como no los tiene no le pone en lista para hacer la PCR. Así están funcionando las cosas.

 

Viernes por la mañana. Suena el teléfono. “Buenos días”. El corazón me palpita como si me fueran a dar la nota de un examen, pero en este examen no importa tu rendimiento, tu valía ni lo que hayas estudiado. O lo tienes en el cuerpo o no lo tienes. Leo en Internet que la fiabilidad del PCR es del 70%. El centro médico, cuya web, por cierto, es de principios de siglo, lo vende con una fiabilidad de más del 90%. “Estaba usted pendiente de un resultado, ¿no?”. Mi voz afirma entrecortada. “El resultado es positivo. Ahora le voy a pasar al doctor que le va a explicar”. Se me cae el mundo encima. El momento temido llegó, entré en el selecto club de los que se contagiaron de COVID-19, la enfermedad de 2020, pero la moda que nadie quiere llevar.

 

El doctor me indica prevenciones que ya estoy haciendo. Me explica medidas que ya me explicaron. “Sí, todo eso lo estoy haciendo”. “A mí me obligan rellenar un cuestionario, si no lo relleno tengo que decir que no contestó y va la policía a su casa”. No hacía falta una amenaza de ese tipo, yo no me estaba negando a darle los datos que me estaba preguntando. Termina el cuestionario. “Esté tranquilo, que muy posiblemente será asintomático. Si no ha tenido síntomas, difícilmente los va a tener”. Como para fiarme, me dieron un test negativo y me dijeron que probablemente la PCR sería así y no fue así.

 

Luego vienen las llamadas e informo a las personas que deben saberlo. Llegó la noticia temida, diría que la más temida del año. No por la enfermedad, no por el encierro, sino por el estigma social, por las molestias a tu entorno, por las consecuencias sociales que eso tiene, porque se creó un priming social de tachar a los que se contagian como unos irresponsables, porque las instituciones médicas, públicas y privadas, te tratan casi como un preso y porque no sabes cómo explicárselo a según qué personas. ¿Por qué no vienes a tomar la cerveza el día que fijaste? ¿Por qué no puedes atender aquel compromiso presencial de trabajo? ¿Por qué no puedes venir a una reunión que se está cerrando semana y media antes en fin de semana? Todo es muy difícil de explicar. “Tengo COVID” no puede ser la respuesta que se espera.

 

Todos estos días ha sido un vaivén de emociones. Te vienes arriba, “aquí estoy bien”, “escucho la música que quiero”, “hacía tiempo que quería ver esa película y no había podido” y otras te derrumbas. Piensas en las consecuencias a tu entorno, te invade una culpa tremenda, “¿por qué no me encerré desde la primera sospecha del contacto estrecho?” aunque fuera irracional, “¿y si se contagia alguien que lo pasa mal o incluso muere por mí?”. Lo que más me apena es ver a mi novia y a mi hija y no poder ni acercarme. La niña quiere venir y me saluda simpática, “hola papi”. “Aquí no puedes entrar, vete con mamá”. Vivir esta situación me hace daño y me golpea con una violencia emocional que hacía tiempo que no sentía.

 

¿Los síntomas? Rinitis, falta de olfato, poco sabor. Todos estos días, además, me costaba sacar la voz, pero eso sí que no es del virus sino de la presión emocional. La noche anterior me subió la fiebre a 37ºC y me alarmé, me sentía un poco decaído. Pero 37 no es fiebre. Un temblor en la ducha me hizo temer lo peor. Lo que aquella voz al otro lado del teléfono confirmó al día siguiente. Con una hora de retraso con el horario previsto, me llamó la doctora sustituta de mi doctora. “¿Para qué era tu consulta?”. “Estoy pendiente de una PCR. De todas formas me hice una por mi cuenta y dio positivo”.

 

En ese momento sí accede a la información de lo que le había contado el lunes al enfermero y me pide reiteración. “Las pruebas pueden fallar, espere que le llamen para hacerse la prueba”. Sobre los plazos, indica que de forma general son 14 días, pero que si doy negativo y se evalúa me pueden dar el alta. La cuarentena es en relación al diagnóstico y no al contacto con la persona que le pudo contagiar (o no, que con este virus no se sabe nunca si fue primero el huevo o la gallina). Me armo de paciencia. Me quedan varios días encerrado en mi jaula de oro. No tengo rejas, tengo responsabilidad. También Internet, libros y un ordenador para trabajar. Pero no puedo estar cerca de las personas con las que convivo. Eso me vuelve a romper la moral en este tiovivo de emociones.

 

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