Llega la época en la que un número parece decidir si tu hijo es listo, vago, brillante o un fracaso.
Temporada alta de premios, castigos, alabanzas y reproches.
- ¿Un 6 en matemáticas? ¿Pero no habías estudiado?
- ¿Cómo es posible que hayas bajado en inglés?
- ¿Otra vez un suspenso en lengua?
- ¿No dijiste que te habías esforzado más este trimestre?
- Ya te dije que no podías dejar todo para última hora…
- Ya sabes que este verano te quedas sin…
- ¡Qué bien! Todo sobresalientes...Este verano te mereces…
Generalmente usamos las notas como una herramienta para validar lo que le venimos diciendo todo el año… : “¿Ves? Te lo dije, que si seguías así ibas a suspender”
Una herramienta que usamos como juicio, como valoración del esfuerzo (que no siempre es reflejo), como prueba de su valía…
- Niños que se sienten satisfechos y orgullosos con la nota recibida.
- Niños que no están satisfechos ni de acuerdo con la valoración. Se sienten frustrados y desalentados.
- Niños que se muestran indiferentes, que parece que “pasan de todo”.
- Niños que, a pesar de las buenas notas, se sienten frustrados.
Sea cual sea el escenario, como decía el gran Albert Einstein:
«Debe evitarse hablar a los niños y jóvenes del éxito como si se tratase del principal objetivo en la vida. La razón más importante para trabajar en la escuela y en la vida es el placer de trabajar, el placer de su resultado y el conocimiento del valor del resultado para la comunidad».
Dejando a un lado cómo funciona el sistema de evaluación (tan básico que da por hecho que si sacas buenas notas es porque dominas bien la materia, y si no, es que no), lo cierto es que éste, suele desconectarnos del aprendizaje.
Porque lo que se valora no es el esfuerzo, ni el proceso, sino el resultado.
Y muchas veces, ese resultado está más relacionado con la capacidad de memorizar contenidos teóricos que con el uso real del conocimiento en la vida diaria.
Pero como dije, vamos a dejar esto a un lado (que da para mucho y merece una reflexión mucho más profunda).
Mejor vamos a centrarnos, por ahora, en cómo usamos la herramienta de las notas con nuestros hijos.
¿Es posible usarla no para medir su esfuerzo sino su interés por el aprendizaje?
¿Podríamos usarla como una vara de medir sus gustos, sus capacidades, sus intereses?
¿Podríamos evaluar con ella qué herramientas tiene y cuáles le faltan?
Porque es mucho más efectivo dejar de usarlas para juzgar y empezar a usarlas como una brújula.
Una que nos ayude a entender sus gustos, intereses, fortalezas y debilidades.
Prueba a cambiar la mirada.
En vez de decir:
• “¿No dijiste que te habías esforzado más este trimestre?”
Pregúntale:
• “¿Con qué parte te sentiste más perdido/a este trimestre?”
• “¿Qué crees que podrías hacer diferente la próxima vez?”
• “¿Necesitas ayuda en algo concreto?”
Porque el objetivo no es evaluar su rendimiento. Es ayudarles a conocerse, a analizar su propio proceso, a entender que fallar no es fracasar, sino parte del camino.
No se trata de hacer como si las notas no existieran.
Se trata de darles la importancia justa.
De usarlas como una herramienta para crecer, no como una excusa para castigar o premiar.
Se trata de aprovechar la ocasión para sanar su relación con el aprendizaje (y la tuya).
De ayudarles a identificar lo que les motiva, lo que necesitan, lo que se les da bien.
Porque no se trata del resultado final (la nota, el número). Se trata, como todo en la vida, de mirar más allá y analizar qué piensa uno de sí mismo cuando fracasa, cuando acierta, cuando se esfuerza, cuando no lo hace, cuando algo le motiva, cuando no…
Y es que la realidad es que esa nota no le garantiza ningún éxito en la vida.
Sin embargo, el esfuerzo, la perseverancia, el interés y la intención, sí que pueden acercarlo más a ser una persona exitosa (aunque eso no conlleva ninguna calificación)
Haridian Suárez
Trabajadora social y Educadora de Disciplina Positiva
(@criarconemocion)
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