Corazón de piedra

Quico Espino

Imagen: Julio Santana Arencibia.Imagen: Julio Santana Arencibia.

Se está petrificando el corazón

del mundo en estos tiempos que vivimos.

Y no nos percatamos, y no vimos

cómo se obnubilaba la razón.
 

Entenderlo produce desazón.

Lo que hemos avanzado, lo perdimos.

Como un cangrejo iremos si seguimos

enzarzados en esa sinrazón.
 

Que ha habido involución no cabe duda,

es todo lo contrario a evolución,

un hecho que en verdad muy poco ayuda.

 

Espero que encontremos otra opción

para esta situación tan peliaguda,

hablando con amor y educación.
 

Pero… ¿qué saben de amor y educación los ricachones que pretenden regir el mundo con dinero, que es lo único que tienen? ¿O quienes presiden naciones y son genocidas, racistas, homófobos, machistas, antifeministas…? Con esta gente soberbia y prepotente encabezando la sociedad ¿qué se puede esperar de la población?
 

Incluye esta temática mi amiga Josefa Molina en su artículo “El eternauta y la distopía”, que leí el otro día en Infonortedigital a eso de las seis de la mañana, hora en que me desperté para orinar (cosas de la edad), cuando dice que hay “multimillonarios apoltronados en sus asientos de cuero que juegan a ser dioses del mundo y a utilizar todos los medios a su alcance para lograr lo que ansían: el poder absoluto y la paulatina deshumanización del ser humano”.
 

Una vez terminado dicho artículo, y como no tenía sueño, seguí leyendo una novela de Fernando Aramburu, “Los vencejos”, cuyo protagonista, por motivos existenciales que no voy a desvelar, suele pasear por Madrid y dejar sus libros en bancos de parques y otros lugares para que otras personas los aprovechen.

 

Mientras leía empecé a bostezar y me quedé dormido de nuevo, a eso de las siete de la mañana. Y soñé: iba paseando por un inmenso parque arbolado, al que la neblina daba un carácter surrealista, y, no muy lejos, divisé a una mujer sentada en un banco, leyendo un libro. Según me acercaba, ella se levantó y se fue en dirección contraria. Al llegar a la altura del banco me di cuenta de que se había olvidado el libro, “El muchacho persa”, de Mary Renault, y salí corriendo para alcanzarla, después de coger la novela. Y cuando ella, al oír mis voces, se giró, comprobé que se trataba de la amiga arriba citada, la cual me indicó que se había dejado el libro de manera voluntaria para que otra persona lo leyera. Algo que había hecho otras veces.

 

Desde mi punto de vista, tanto el protagonista de la novela como la amiga con la que soñé son almas generosas que regalan libros a los demás, con todo lo que eso conlleva, pues es como regalar conocimientos, sabiduría, cultura. No como esos multimillonarios que pretenden gobernarnos y deshumanizarnos, que en realidad es desvirtuar nuestra naturaleza, intentar que seamos sus esclavos. Ellos sí que son esclavos de su dinero y de su poder. Son personas, si es que se les puede llamar así, que tienen el corazón de piedra.

 

Texto: Quico Espino

Imagen: Julio Santana Arencibia.

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