El Eternauta y la distopía

Josefa Molina

[Img #10531]Descubrí el cómic de El Eternauta por la serie de televisión que está arrasando en una plataforma de entretenimiento. Reconozco que hasta esa fecha no había oído hablar nunca del cómic ni de su autor, y mucho menos del drama que rodeó a toda su familia.

 

El Eternauta es una historieta de ciencia ficción creada por el guionista Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López (1928‑2011). Germán Oesterheld fue un guionista de historietas  nacido en Buenos Aires en 1919, que escribió numerosos relatos breves de ciencia ficción y novelas y publicó en revistas como MisterixHora Cero y Frontera.

 

El guionista argentino hacía lo que se denomina ‘historietas seriadas’, siendo sus más conocidas Sargento KirkBull Rockett y, sobre todo, El Eternauta, considerada como su obra maestra. El cómic ha sido llevado a la pequeña pantalla bajo la dirección de Bruno Stagnaro y la supervisión de uno de los nietos de Héctor Oesterheld. La serie televisiva, protagonizada por Ricardo Darín, Carla Peterson, César Troncoso, Andrea Pietra, Ariel Staltari, Marcelo Subiotto y Claudio Martínez Bel, se estrenó el pasado 30 de abril convirtiéndose en la segunda serie más vista a nivel global y alcanzando el primer puesto entre las más vistas en habla no inglesa. 

 

A mediados de los años 50, Oesterheld creó la Editorial Frontera, con la que publicaría la revista Hora Cero. Allí nacieron personajes como Sherlock Time, Ernie Pyke y El Eternauta, que se publicó entre 1957 y 1959. El cómic, considerado el más importante del país y de toda Latinoamérica, narra una distopía centrada en una invasión alienígena que comienza cuando una tormenta de nieve tóxica cubre la ciudad de Buenos Aires aniquilando a la mayor parte de su población.

 

Al interesarme por el autor del cómic, descubrí con pavor que Oesterheld fue uno de los miles de desaparecidos víctima de la feroz y cruenta dictadura militar argentina, asesinado cuando contaba con 58 años de edad. Durante la dictadura militar iniciada en 1976 en el país de Borges y Julio Cortázar, el autor se unió, junto con sus hijas, a la agrupación guerrillera Montoneros.​ El 27 de abril de 1977 fue secuestrado por las fuerzas armadas en La Plata. En esas fechas, ya habían sido secuestradas y asesinadas sus cuatro hijas: Estela, de 25 años; Diana, de 24; Marina, de 20 y​Beatriz, 19, y tres de sus yernos. Dos de sus hijas, Estela y Marina, estaban embarazadas.

 

Los historiadores señalan que su desaparición se debió al malestar que provocó entre la casta militar argentina la crítica social presente en toda su obra, su biografía sobre la mítica figura del Che Guevara, el alto compromiso político de la última parte de El Eternauta, a su militancia en Montoneros o a una combinación de todos estos motivos, aunque mucho me temo que las causas reales nunca se conocerán ya que la dictadura militar no se distinguía precisamente por celebrar juicios. Simplemente, detenían, pegaban palizas y torturaban a las personas detenidas para luego hacerlas desaparecer. Se calcula que unas 30.000 personas fueron desaparecidas durante este periodo víctimas de la violencia militar que asoló Argentina entre 1976 y 1983.

 

La tragedia de esta familia fue retratada en 2016 en el libro Los Oesterheld, de las periodistas Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami, una biografía de la familia de Oesterheld, sus cuatro hijas y su esposa, Elsa Sánchez, destacada activista e integrante de las Abuelas de Plaza de Mayo. Elsa Sánchez, fallecida en 2015, solo pudo enterrar el cuerpo de la menor de sus cuatro hijas, Beatriz. Del cuerpo de las otras tres hijas nunca se supo.

 

Sin duda, la dictadura argentina lejos de ser una distopía, constituyó un auténtico terror político-militar que, como cualquier dictadura, no debería volverse a repetir en la historia de la humanidad.

 

Pero volvamos a El Eternauta. Como buena distopía, además de la situación a la que se enfrentan la sociedad de un Buenos Aires post-apocalíptico, nos habla del compañerismo entre seres humanos que, desprovistos del orden social anterior, crean su propio sistema a fin de librar una resistencia ante la invasión. Este grupo tiene como protagonista a Juan Salvo, un veterano de la guerra de Malvinas, quien comienza a experimentar viajes a través del tiempo, lo que hace la trama mucho más fantástica.

 

Lo bello de la historia es que Salvo, junto a sus amigos, logran conformar un grupo de personas que luchan por la supervivencia de todo el colectivo creando una resistencia armada, luchando por la supervivencia y la dignidad, dando sentido a eso que denominamos ‘humanidad’, es decir, pensando en los demás, creando un frente común para poder resistir y conservar unos mínimos valores de moralidad.

 

Desde luego, la trama que nos plantea el cómic nos invita a reflexionar. Como cualquier distopía, nos plantea el fin de la humanidad ante diferentes situaciones como pueden ser un desastre medioambiental, una pandemia o una invasión extraterrestre, ese tipo de situaciones límites para la raza humana que queda bajo el control y la opresión de un sistema ajeno inesperado.

 

En definitiva se trata de crear un escenario dramático con el leitmotiv de enfatizar lo bueno, pero también lo malo del género humano. Frente a la utopía, entendida como la existencia de una sociedad perfecta, el género distópico aborda no solo la capacidad de superación, de lucha, de resistencia, de empatía, de trabajo en equipo, de resiliencia, de solidaridad y de compasión del ser humano, sino que también profundiza en sus lados más oscuros, más miserables y deleznables, como el egoísmo, la indiferencia, la mezquindad o el asesinato impune.

 

No hace tanto que el mundo vivió una situación absolutamente distópica, un escenario que no creíamos posible. Me estoy refiriendo a la pandemia generada por el Covid-19 que durante algo más de tres meses nos encerró en nuestras casas. Una situación que hizo aflorar lo mejor pero también lo peor, de las personas.

 

Lo mejor -la unidad, el aplaudir al personal sanitario, el ayudar a nuestra vecindad, el resistiré frente a todo cada día a las siete de la tarde, el sentimiento de comunidad...- todo eso lo olvidamos desde que volvimos a la normalidad del día a día y enterramos a nuestros muertos, algunos de los cuales aún pide justicia como los 7.291 personas que murieron en residencias para personas mayores de Madrid. Eso es lo peor: el olvido, la indiferencia, el sálvase quien pueda.

 

Ejemplo del género distópico dentro de la literatura hay muchos. Desde los títulos más clásicos como La guerra de los mundos de G.H.Welles; 1984 de George Orwell; Un mundo feliz de Aldous Huxley o El último hombre de Mary Shelley, a los títulos de autores más contemporáneos como El Sistema del autor asturiano Ricardo Menéndez Salmón o Cadáver exquisito de la argentina Agustina Bazterrica, entre otros muchos.

 

Sin embargo, cuando se aborda el género de la distopía no hace falta que el escenario de ciencia ficción en el que la trama sea una invasión alienígena. Basta con mirar cinco minutos los informativos para comprobar que el mundo está viviendo en estos momentos una distopía constate: estamos más controlados que nunca por el Gran Hermano tecnológico y fiscal; las redes sociales y sus algoritmos deciden por nosotros qué vemos y que no; vivimos sometidos a una continua vigilancia en un mundo donde se nos insta a la búsqueda continua de la felicidad a la que, nos dicen, solo podemos acceder a través del vil metal y, lo que es muchísimo más grave, nos ofrecen a diario imágenes de las matanzas de cientos, miles de personas que se reproducen ante nuestros ojos como si nada.

 

De tanto observarlos en las redes o en los informativos, nuestra capacidad para sentir empatía hacia los niños que se quedan sin familias bajo los drones rusos, o por las niñas que huyen despavoridas en medio de un fuego originado por un bomba israelita y tras ser rescatada, descubre que ha perdido a su madre y a sus cinco hermanos, o hacia las personas migrantes que fallecen ahogadas en un muelle ante la mirada de todos, se va resintiendo.

 

Pero no hay que irse tan lejos: tampoco sentimos empatía hacia las personas que piden una ayuda en nuestras calles o rebuscan comida en los contenedores de basura en los que arrojamos nuestros excedentes de alimentos. Parece que el dolor de los demás duele cada vez menos. Sobre todo cuando esos ‘demás’ son ‘otros’, unos otros que están a miles de kilómetros geográficamente hablando o esos otros más cercanos a quienes algunos no dudan en calificar de ‘invasores’. No nos duelen en este mundo del sálvase quien pueda. No nos duele esos ‘otros’ porque no somos nosotros. Vivimos asentados en una otredad lacerante que erosiona poco a poco lo más profundo de nuestra humanidad.

 

La distopía está aquí. No es futuro de ciencia ficción. Es hoy y no tiene forma de alienígenas sino de multimillonarios apoltronados en sus asientos de cuero que juegan a ser dioses del mundo y a utilizar todos los medios a su alcance para lograr lo que ansían: el poder absoluto y la paulatina deshumanización del ser humano.

 

La distopía está aquí. Es ahora y ha venido para quedarse.

 

Josefa Molina

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