Sencillamente, no la vio venir. Asumió que aquella oscuridad no era más que una noche prematura y se dejó envolver por ella como si tal cosa. Ahora no podía moverse, ni respirar, y un instinto primario la incitaba a huir de aquella negrura que, sabía, terminaría matándola. Todo esfuerzo fue inútil. Agotada, se dejó llevar esperando el final, cuando de repente unas manos la aferraron con fuerza y tiraron de ella. La luz y el aire llegaron súbitamente.
Vida.
Asustada, asomó la cabeza: en el horizonte un monstruo metálico ardía y desparramaba negro sobre azul, muerte sobre vida, mientras aquellas manos salvadoras retiraban con delicadeza todo el fuel que cubría su caparazón, sus aletas, cada centímetro de su cuerpo. Embelesada por las caricias, la muy boba no se percató de que un fotógrafo inmortalizaba el momento y la convertía en portada de todos los periódicos de la isla.
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