Se bebió de un trago el chupito de brandy que le ofrecía la mano. Sintió cómo el líquido oscuro bajaba por su garganta quemándole la boca y el esófago. Recordó las tardes en las que su padre se sentaba en el salón de la casa familiar con una copa en la mano. Siempre le pareció extraño ese ritual con el que su progenitor se alejaba de la realidad mientras el olor entre dulzón y agrio del licor impregnaba toda la estancia, haciendo insoportable permanecer en ella.
No lo entendió hasta el momento en el que pidió un chupito como última voluntad.
A su asesino le pareció absurdo pero no iba a ser él quién juzgara a aquel pobre desgraciado. A él sólo le pagan por hacer un servicio. Así que le ofreció el vaso, esperó a que se lo bebiera y le disparó certeramente en la sien.
Encontraron el cuerpo del hombre varios días después. Aún portaba el vaso en la mano, y una sonrisa petrificada de entendimiento en su rostro.
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