Antes de entrar en el fondo de este artículo de opinión creo que es necesario aclarar una circunstancia que ha originado algunas de las críticas que he recibido en otros artículos publicado sobre el mismo asunto.
Por desgracia, la violencia de género es un fenómeno que se produce tanto del hombre sobre la mujer como al contario.
Muchos hombres sufren violencia de género cuando la madre de sus hijos le pone inconvenientes para que pueda verlos -incluso en muchas ocasiones negándole la visita-. Los hombre sufren malos tratos cuando, víctima de una ley que a mí se me antoja injusta, y que roza la inconstitucionalidad, basta sólo una simple denuncia de violencia de género para acabar en los calabozos; denuncias que en algunos casos -muy pocos, eso sí- suelen ser falsas. Pero, a pesar de estos ejemplos y otros, no es menos cierto que la mayor violencia de género la sufren las mujeres. Violencia que está tiñendo la actualidad española con la sangre de muchas mujeres víctimas de unos asesinos a los que no quiero encubrir con mi silencio.
Tomando los hilos del motivo de este artículo, cuando hablamos de violencia de género solemos reducirla bien a la violencia física o a la psicológica, sin ir más allá.
La violencia física es aquella que, por dejar señales visibles en la mujer, puede ser percibidas por otras personas. Algunas de estas ´huellas´ son hematomas o diverso tipos heridas, causadas con las propias manos del maltratador o algún objeto. Este tipo de violencia, que como he comentado en otro artículo anterior, se produce en la fase de agresión, en muchas ocasiones facilita la toma de conciencia de la víctima sobre su situación de maltrato.
La violencia psicológica aparece siempre unida otros tipos de violencia. Se refiere a las amenazas, insultos, humillaciones, y, en definitiva, al desprecio hacia la propia mujer, algo que conlleva con un decremento de su autoestima. Con frecuencia, este tipo de violencia puede llevar a la mujer a sufrir sentimientos de culpa e indefensión, incrementándose con ello el control y la dominación del agresor sobre ella, que es el objetivo final de la violencia de género.
Otro tipo violencia psicológica es la violencia ´económica´, en la que el agresor hace lo posible por controlar el acceso de la víctima al dinero, bien impidiéndole trabajar u obligándola a entregarle sus ingresos, controlando él en exclusividad la economía familiar.
En la violencia ´social´ el agresor limita los contactos sociales y familiares de su pareja, aislándola de su entorno. Con este tipo de violencia el maltratador limita o elimina un apoyo social importantísimo en los casos de violencia de género.
La violencia sexual ´se ejerce mediante presiones físicas o psíquicas que pretenden imponer una relación sexual no deseada mediante coacción, intimidación o indefensión´ (Alberdi y Matas, 2002). Este tipo de violencia se distingue de la física porque aquí el objeto es más la libertad sexual de la mujer, que su integridad física.
Walker y Dutton definió ´el síndrome de la mujer maltratada´ como una adaptación de la mujer a la situación aversiva -situación dañina de maltrato- caracterizada por el incremento de la habilidad de la víctima para afrontar los estímulos adversos -dañinos- y minimizar el dolor, además de presentar distorsiones cognitivas, como la minimización, negación o disociación; por el cambio en la forma de verse a sí mismas, a los demás y al mundo.
También, las mujeres víctimas de maltrato pueden desarrollar los síntomas del trastorno de estrés postraumático, sentimientos depresivos, de rabia, baja autoestima, culpa y rencor; además de presentar problemas somáticos, disfunciones sexuales, conductas adictivas y dificultades en sus relaciones personales.
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