La farola
La charla distendida del sábado por la mañana anuncia el día tranquilo, parsimonioso, donde la cadencia de la vida va regando de palabras a los amigos y conocidos, y, como un milagro cotidiano, vamos reforzando, sin apenas darnos cuenta, nuestro deseo más intimo de comunicarnos.
El saludo, el pararse, el saber del otro, en el mejor sentido del término, es lo que nos identifica. Por eso Arucas, cada sábado mañanero, aunque ya no tenga el esplendor del pasado, simboliza el reencuentro con los vecinos al socaire de la plaza o en los alrededores de la iglesia, que nos protege del sol del otoño. Es lo que se adivina en la imagen que acompaña este comentario.
Es una pena terrible y dolorosa que nuestros ilustres políticos no aprendan de lo que sucede a su alrededor. Y en ese "no aprender" surgen los enconamientos en lugar del diálogo, fuete inagotable de progreso. Deberían los "popes" de este país, todos ellos, bajar al ruedo, a la arena de la calle de su pueblo o ciudad, y detenerse y mirar y escudriñar y hablar con sus vecinos, que somos todos, y quizás así aprendan, a través de la mirada detenida, la verdadera encuesta de la política actual. Tengo para mí que la erótica del poder y de los despachos es tan adictiva que nunca reconocerán su incapacidad para el diálogo. Y menos aun bajar a la arena. Y siempre le echarán la culpa al otro.
Por eso en la imagen se adivina la sombra una farola que, en las noches negras, sigue iluminando la conversación amigable y distendida.































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