El drago de Gáldar y el poeta Carlos Sahagún
Hace dos meses exactos que murió Carlos Sahagún, poeta al que podríamos aplicarle aquellas máximas clásicas: "En poesía no basta con decir; hay que decir, además, poéticamente". O, acaso, "Lo esencial no es solo lo que se dice, sino cómo se dice".
El pasado viernes recibí un correo de mi amigo Alejandro Duque Amusco, exprofesor, ensayista (especialista en Aleixandre) y poeta. Con él participé en las presentaciones (Las Palmas, 2012; Barcelona, 2013) de Antología cercada (1947), combativa obra de compromiso social y que el Cabildo de Gran Canaria rescató en 2012 con exquisita sensibilidad y certeza a los 65 años de su única edición. Decía: "Querido Nicolás: te mando este breve pero bello e intenso poema de Carlos Sahagún [...] Lo leía esta tarde y me acordaba de ti y de tu mucho amor por tu tierra. Te va a gustar. Es un canto a la libertad pese a los muchos obstáculos que la reprimen. Un fuerte abrazo. Alejandro".
Bien es cierto que sabe de mis terruños, pues el mismo día de su llegada a Gran Canaria aquel noviembre de 2012, y sesenta minutos después de "canarizar la hora catalano-sevillana que traigo", nos fuimos para Gáldar, la primera visita cultural de Alejandro y María Jesús, su mujer. La Casa-Museo Antonio Padrón (gracias, César Ubierna) y la Cueva Pintada (gracias, Iñaki Sáenz) tuvieron preferencia. Pero ya no porque estuvieran en mi tierra de nascencia y primeras juventudes, en absoluto. La razón es otra: sobrepasan lo pueblerino, lo insular y lo regional.
El poema, acaso escrito en 1978 y reeditado en 1981, figura en el Índice del libro como "Arbol en Gáldar", sin acento gráfico en la "A-". Y en el interior (página 102) aparece como "ARBOL EN GALDAR", erradas palabras agudas [Arból; Galdár] sin tilde en la penúltima sílaba, tal corresponde a las formas correctas: Árbol, GÁLDAR. Así pues, desatinados desplazamientos fonéticos. Error, por otra parte, que podría no ser nada extraño: desde tiempos inmemoriales se insiste en la falsa afirmación de que las mayúsculas no se acentúan. Y como el nombre del municipio está correctamente tildado en el Índice (Gáldar), es fácil concluir que quien llevó a cabo la edición del libro cayó en aquel señalado resbalón que se le escapó al autor. (Por cierto: le siguen "Vine a oír el tambor de la Gomera" e "Isla del Hierro".)
En algunos documentos informativos el título del libro queda en blanco, cual si se tratara de un poema suelto, desperdigado. La realidad es otra: se encuentra en Primer y último oficio, libro de 1981, colección de Poesía "El Bardo", aunque algún antólogo lo adelanta dos años (León, Provincia, 1979). Dice así:
ARBOL EN GALDAR (en otras fuentes, Arbol en galdar)
Carlos Sahagún (1938-2015) no es, en absoluto, un simple orfebre de versos. Es, en el exacto sentido de la palabra, un poeta. Y por ser poeta fue Premio Adonais (1957), Premio Boscán (1960), Premio Juan Ramón Jiménez (1974), Premio Provincia de León (1978) y Premio Nacional de Literatura (1980), como lo fue también José María Millares Sall en 2010, un año después de su muerte. Pero no lo fue Sahagún a manera de los nuestros que nombré al comienzo, los de Antología cercada, por más que vibran en sus palabras sentimientos frente a la realidad que también le toca vivir y ahora, casi aislado, en pálpitos de soledad.
Porque en este poema ni tan siquiera el drago de Gáldar –elemento simbólico- puede gozar de la libertad en cuanto que el cemento lo somete. Y el cemento es aquello que se solidifica y endurece, y por tanto produce lo que Sahagún llama, desde los primeros versos, "inútil experiencia", "ansiedad vencida"... acaso la propia realidad de quienes usaron las palabras para encontrar la elemental esencia del hombre: el estado o condición de quien no es esclavo.
¿Qué hacía Sahagún en el Ayuntamiento de Gáldar frente al drago plantado en 1718 (para el muy documentado historiador Sebastián Monzón es anterior), perenne testigo del primer ayuntamiento grancanario socialista y republicano y al que las fuerzas de "muros impenetrables, hoscos" lo azularon y cercaron? Miraba, simplemente, a un árbol que a pesar de todo eleva sus brazos a la búsqueda de la libertad.
Y tal como la propia Naturaleza, el drago de Gáldar renace ('vuelve a nacer') y mira hacia arriba, pero no a la manera del religioso ciprés de Silos ("flecha de fé, saeta de esperanza") ante quien llega el alma de Gerardo Diego. Este de mi pueblo quiere crear incluso desde sus propias ruinas porque pretende continuar vivo, acaso la propia esperanza de Sahagún, el poeta que fue catedrático de Lengua y Literatura Españolas también en Barcelona, como Alejandro Duque, y en Las Palmas, aunque no he podido averiguar en qué instituto.
Pero lo importante, lo que importa, es que el ya tricentenario drago de Gáldar haya sido cantado –y simbolizado- por un poeta como Carlos Sahagún, a quien le interesaba también todo lo relacionado con la gente de su país y de su tiempo. El drago de Gáldar, pues, como símbolo de aquella libertad que se cementa pero cuyas raíces, a pesar de todo, proponen "la vida / desde sus propias ruinas", que nada tienen que ver con la "rüina de volcán" cuando Miguel de Unamuno se refiere a Fuerteventura.






























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