Espacio

Opinion

leonilocartel2015Se suele presentar una cierta dificultad en el ámbito público, ese lugar común donde la importancia de considerar nuestra condición gregaria resulta imprescindible. Ser conscientes de nuestra situación en el grupo; aunque seamos individualidades, no somos ajenos al mismo, hemos de convivir en él. No obstante, se habrá de respetar la necesidad de esa individualidad, esel espacio mínimo para su propio desarrollo vital. El ámbito indispensable para poder ventilar, que el tórax incremente momentáneamente su volumen sin sentirse oprimido por quienes están en su entorno.

Acaso sea por ese comportamiento gregario, o porque existe un afán desmedido de mirarse al propio ombligo, que se nos suele olvidar la relevancia de ese espacio, su necesidad, intrínseca al propio proceso vital. Así, existe una tendencia a ocupar lo mínimo, produciendo el consiguiente apelotonamiento. Descuidar esa pequeña porción de territorio, suele ser habitual. Se dan múltiples situaciones en las cuales, para agonía de quienes sentimos necesario un mínimo desahogo, la aglomeración es la constante.

Cualquier actividad, sobre todo en épocas de mayor afluencia, puede generar ese agobio. En ocasiones puedes sentir el aliento de quienes vienen a continuación, cuando no el contacto físico; sin olvidar, tras este, el empujón. Nadie parece tomar conciencia de la situación, hasta tal punto han llegado a normalizarla que parecen considerarla normal: formando parte de lo cotidiano, de lo habitual. De nada vale moverse pues, a unos pasos favorecedores del distanciamiento, le siguen otros tantos o, incluso, algunos más. Dejando una situación igual o, algunas veces, peor.

Ese mínimo de intimidad, que permite marcar sin miradas curiosas el PIN de la tarjeta al pagar, resulta en muchas ocasiones una entelequia. Ocurre en la cola del supermercado, cuando necesitas una mayor holgura para ir colocando los productos sobre la cinta; moverte en torno al carro para alcanzar al más distante; desplegar las bolsas en las que los introduces tras registrar su correspondiente código de barras; depositar de nuevo en el carro las bolsas, completas ya; dejar la tarjeta y el DNI a quien esté en la caja; en definitiva, espacio para moverte sin compartir sudores con una persona desconocida. Sobre todo, sin deseo de ello.

Otra ocasión para sufrir la falta de espacio, sobre todo en época estival, es la de la espera para los chorros del agua al salir de la playa. En ese caso, la opción del apelotonamiento es inevitable. De no hacerlo, corres el riesgo de que alguien piense en tu afán por contemplar las dimensiones de la estructura de las duchas, en definitiva de ver cómo se te cuelan pensando en que su prisa por abandonar la playa prevalece sobre la tuya. Observas, cuando le adviertes de tu presencia, cómo una vez más intentan someterte a lo peor que llevas: insultar tu inteligencia. Para ello recurren a las explicaciones más absurdas, que si no admites, pasan de victimarios a víctimas, sintiéndose ofendidas por no pasar por alto su impertinencia.

Resulta difícil, como se puede comprobar casi a diario, convivir con quienes no tienen interés en hacerlo; quienes no están dispuestos a reconocerle al otro su necesario espacio para vivir, los mínimos para el incremento del volumen torácico; siempre en disposición de pisar a quienes se interpongan entre sus intereses y el resto. Resulta incomprensible cuando, en realidad, no es más que un mero signo de mala educación, de falta de civismo para compartir el trayecto vital con el resto, teniendo en cuenta sus necesidades; sin embargo, a pesar de los pesares, la situación va a mayores, pues el individualismo campa a sus anchas, ya se han encargado de propalarlo para provecho de quienes, conscientes de ello, sacan beneficio de tal hecho.


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