La reciente reunión entre dos antiguos compañeros de Gobierno, allá por la época de Aznar, ha desatado las iras y habladurías de propios y extraños. Digo lo de propios porque, a pesar de la característica obediencia debida, se han escuchado algunas voces amigas cuestionando la situación. Que quienes no forman parte del mismo grupo salgan a los medios, no es cuestión ajena a la normalidad en los comportamientos. Lo contrario sería una situación anómala.

No se esperaron los grupos de la oposición para pedir la comparecencia del Ministro del Interior en el Congreso, en la correspondiente comisión, recabar así cumplida información sobre el asunto del protagonista en cuestión. Esa parte era de esperar, son situaciones a las que se debe atender, poder velar la actividad del gobierno. No debe extrañarnos las fechas, pues aparte de ser las cercanas a los hechos cuestionados, el Gobierno del Estado solicitó la habilitación de los meses de julio y agosto – el de la referida comparecencia – para culminar tareas legislativas pendientes. El final de la legislatura está al caer, conscientes de no volver a lograr una mayoría tan holgada, deben dejar todo atado y bien atado, es su sino.

Con estas personas siempre acontece, optan por negarlo todo hasta el momento en que ya es imposible. Sucedió con la visita del señor Rato al Ministro del Interior, en la sede del Ministerio, si al principio no le dieron mayor transcendencia, llegó el punto de no retorno. Ello les obligó a optar por dar explicaciones. Y las dieron; pero como acaece en las situaciones de tal naturaleza, el comunicado no aporta mucho más de lo relatado por el Presidente Rajoy durante sus exiguas declaraciones. No solo resulto escaso, cosa normal por otro lado, sino también contradictorio. Las contradicciones surgen cuando se compara lo expresado por el otro protagonista y las declaraciones del Ministerio. Aunque puestos a ser rigurosos, tampoco es que sea así del todo. Si nos paramos a analizar lo expuesto por el exministro y lo declarado por el Ministerio, las diferencias son solo de matiz. Vamos, de saber leer entrelíneas, en el caso del Ministerio, siempre más críptico en su exposición.

De todo sobresale, como no podría ser de otro modo, las informaciones relativas a la comparecencia. Su nivel de osadía es tal, o su interés por tomarnos el pelo, que se atreven a tipificar la comparecencia como a petición propia. No solo, también se atreven con la celeridad de la misma, como un favor ministerial. Vamos, que cuando todo iba a pasar desapercibido, la oposición siempre tan suya exige su comparecencia y él, el inefable señor Ministro del Interior, haciendo un alarde de magnificencia se atreve a decirnos que se presenta por iniciativa propia. Como para habernos herniado en el intento de entenderlo.

Conscientes, como siempre lo son, de la eficacia de repetir sin rubor un mismo bulo, ahora se afanan en reiterar la comparecencia como decisión del Ministro; así nos piensan, debe ser, saben de nuestra debilidad por asumir como verdad revelada todo lo expresado desde las altas instancias del Estado. En este caso, aun cuando fuese posterior en el tiempo la iniciativa ministerial, las peticiones de los distintos grupos parlamentarios pasan a ser algo inexistente o, bien disimuladas, una nadería. Tan desapercibidas como quiso el Presidente Rajoy, al rehuir su responsabilidad. Él, que es quien quita y pone Ministros, si no introduce reparo alguno en la actuación de alguno, asume como propia su actuación.

Pues en ello nos deja, en la espera de conocer cómo, esta vez en la sede del Parlamento, nos tomarán el pelo sin rubor alguno. Si las declaraciones de la otra parte, el señor Rato, daban pie a pensar en todo lo sospechado, ya veremos qué nos expone la otra parte contratante en la comparecencia a petición propia, obligado por las circunstancias, claro.