La política sin mayorias absolutas
Por primera vez en mucho tiempo, el resultado de las elecciones autonómicas y municipales no permite, de forma automática, la formación de gobiernos con mayorías absolutas. El "voto útil" ha dejado de ser creíble para un número suficiente de votantes y, en muchos ámbitos, ya no se puede producir el acceso al poder de las Administraciones por el procedimiento habitual de la alternancia entre las dos fuerzas políticas mayoritarias. Este nuevo campo de juego, debido a la cultura electoralista del bipartidismo dominante, basada en la retórica de la confrontación ante "el otro" y la enemistad mutua, ha pillado con el pié cambiado a casi todo el mundo ante la necesidad de llegar a pactos y acuerdos a varias bandas para poder gobernar.
Resulta que, cuando la desafección de los representantes políticos hacia la ciudadanía ya era la norma y el fundamento de las alternativas políticas propuestas por los dos partidos hegemónicos, meros matices, ahora, para alcanzar los gobiernos, toca pactar "con terceros". Porque el PP y el PSOE han perdido un número importante de votos y porque la forzada hostilidad entre sus dirigentes y la supuesta incompatibilidad de sus políticas, impiden acuerdos explícitos entre ellos. Aunque, poco antes de iniciarse la actual legislatura en las Cortes Generales, ambos partidos -con toda celeridad y evitando la consulta al pueblo soberano- dieron el inusitado paso de, nada menos que, modificar, por vía de urgencia, la Constitución a beneficio de los poderes financieros, con el -prácticamente- voto unánime de todos los "tirios y troyanos".
Cuando se pierde el poder absoluto, sea monocolor o en alternancia, casi siempre, resulta que "el emperador está desnudo". Entonces, las formas, la manera en que se conducen las prácticas de gobierno, vuelven a ser importantes. Tal es así, que la termita del bipartidismo han resultado ser, por la derecha y la izquierda, un asunto de las formas: tanto desde Ciudadanos -neoliberales que se reivindican con los valores de transparencia propios de las democracias europeas más longevas- como desde Podemos –el reciente experimento "a la inversa" de nueva política progresista- la irresponsabilidad electoral, la insensibilidad social y la connivencia con los intereses económicos han sido los ejes de sus propuestas de regeneración. Y ha funcionado. La corrupción ya pasa factura y el desprecio a las necesidades e inquietudes sociales ya no sale de balde.
Con todo, el fenómeno de las confluencias electorales populares -y su inesperado éxito en varias circunscripciones- ha aportado variedad a la oferta electoral y suponen un "aviso a navegantes" para todos los partidos, los veteranos y los nuevos: tal vez, ya ni siquiera poner coto a las formas más groseras e indignas del ejercicio del poder va a ser suficiente; puede que el propio diseño partidista y "representativo" de hacer política esté en entredicho. Y es que, con la Globalización, la coexistencia dentro de los Estados se está volviendo más plural, más mestiza y más insegura. Como dice la politóloga Chantal Mouffe "La sociedad está marcada por la contingencia (...). En el campo de la política, esto significa que la búsqueda de un consenso sin exclusión y la ilusión de una sociedad armoniosa y perfectamente reconciliada deben ser abandonadas.".
Por tanto, para las y los demócratas, en las instituciones y en las prácticas para organizar la convivencia pública, lo que se impone el consenso como procedimiento y el cumplimiento de los Derechos Humanos como meta.
Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social.
http://bienvenidosapantopia.blogspot.com
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