La mujer del alcalde no quiere otra cosa

Cuando a la mujer del alcalde ya no le quedaba más remedio, porque se había despistado, recurrente característica de su naturaleza, compraba en las tiendas del pueblo. Solo entonces. Y siempre le resultaba todo muy caro. ¡Si ella era mismamente rica! Y tenía la fea costumbre de llegar cuando el dueño del comercio estaba a punto de cerrar.

La primera vez que sucedió "el olvido", el dueño del negocio volvió a abrir. Y la atendió con paciencia y educación. Y aguantó el chaparrón de lo caro que estaba esto o lo otro. Ni que no tuviera dinero, pensaba el comerciante. La segunda vez también le franqueó la puerta cuando ya iba para su casa después de toda una jornada al pie del cañón. Pero la tercera, echando mano de mentiras prestadas, Juanito Sanginés le dijo que lo que quería no tenía y, además, era caro. Entonces, la mujer del alcalde, asombrada, espetó:

--- ¡Pero, Juanito, cómo me hace esto! ¿Y qué le regalo yo a mi suegra?

Juanito Sanginés, con aire socarrón, le dejó caer que ya no traía esas latas de galletas inglesas tan caras. Sí, sí, las latas son muy bonitas, con perros o gatos, pero son caras.

La mujer del alcalde recogió el guante. "Este bobilín me las paga".

Al llegar a su casa, en la calle más noble de la ciudad, Sofía del Carmen Benítez de Lara Visvique requirió la atención de su marido.

--- ¿Pero cómo voy yo a hacer eso, mujer? Si Juanito es una persona seria y trabajadora. Que no mujer, que no, y no se hable más. Que no llamo a inspección ni nada de nada. Apunta tú bien las fechas y los aniversarios, y te vas a la capital con Hortensia, la del médico, y compras en Triana lo que te dé la gana. ¿Pero tú te crees que yo soy alcalde para eso?

Sofía del Carmen Benítez de Lara Visvique sintiose derrotada. Algo tendré que hacer; esto no puede quedar así. Y en esas cavilaciones andaba cuando Carmensa, la criada, anunció que la cena estaba servida.