Prescindibles
En cualquier actividad humana, sea cuál sea su naturaleza, se genera una inevitable querencia a la posición ocupada. Es ese parecer, sin duda erróneo, de pensarse el resguardo del caos; ya sabemos, yo o el caos. Evoquemos aquella viñeta, no me acuerdo ahora su autor, donde se apostaba por el caos. Quienes así se comportan, por regla general, suelen afianzarse al cargo como quien se aferra a un hierro candente. Como se suele expresar, no se van ni con agua caliente. Suelen confundir el cargo ocupado con su propia persona, da igual cuál sea aquel.
Como con cualquier otro asunto, también con este, es en el ámbito de la política donde más se acentúa este comportamiento. Quizá sea el sistema de listas cerradas o la propia naturaleza humana quien lo propicia. Con las listas cerradas, hechas las cuentas de la circunscripción por la que se presenta, siempre está asegurada su continuidad. De ahí la lucha encarnizada por ocupar un puesto no más allá de ese, a ser posible inferior pues, como a las armas, a las urnas las carga el diablo. En la propia naturaleza humana da la impresión de ir incardinado ese sentimiento de imprescindibilidad, en el sentido de sentirnos eternos, como dijese Javier Krahe del cromosoma.
La respuesta, de quienes temen perder su cargo, no suele hacerse esperar. Varía, eso sí, la intensidad de la misma. En muchos de estos casos no suele darse lo de la procesión va por dentro pues, el comportamiento hace aflorar cómo se siente quien se ve desplazado – injustamente a su entender – del lugar al que tanto esfuerzo y desvelo dedicó. Suele afear el comportamiento, a quienes considera responsables de su fiasco, recriminándoles los desvelos y esfuerzos empeñados por llegar hasta donde lo ha hecho. No falta, por ese mismo motivo, la amenaza de cómo va a quedar todo con quienes no son capaces de dedicar las energías, a semejanza suya. A veces da la impresión de tener a sus abuelas en el paro, pues apenas les dejan medrar, a las abuelas me refiero.
Las recientes elecciones dejaron algunas situaciones como las expuestas. Bien porque no se logró lo perseguido, bien por haber perdido lo poseído, las sonadas reacciones son de público conocimiento. Incluso, por haber antecedentes en el pasado, ya hay quien habla de tamayazo, término fino para referirse comportamientos poco éticos. No es necesario explicar cuál es la procedencia del mismo; sin embargo, los continuos movimientos, contradictorios entre sí, que se han venido produciendo en las últimas fechas, menos intenso con el paso de los días, dispararon todas las alarmas. Parece ahora, aunque nunca puede saberse hasta el último momento, que las aguas bajan calmadas.
Todo ocurre, por no ser conscientes del error de bulto al que se someten de modo voluntario, no son capaces de darse cuenta de la realidad. Esta no es otra sino, que para bien del progreso de la especie, las personas no somos imprescindibles. La tarea ejecutada por una persona, con mejor o peor acierto, puede pasar a manos de otras, con similar nivel precisión. Lo que nos lleva a concluir que, de ser algo, somos prescindibles.






























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