España ha vivido otro de sus días marcados en el calendario como festivos pero hoy esa celebración vuelve a ser un poco atípica dado el carácter reprsentativo de la misma. Un Día Internacional del Trabajo que a muchos miles de españoles les resulta tan inoperante y triste que ante el mismo reivindican una solución drástica que devuelva esté a su verdadera identidad; los estándar del significado festivo carecen de valor cuando el desempleo es lo sumamente agobiante en la sociedad que apenas una parte de la misma se envuelve de alegría y recorre las carreteras de nuestra geografía en busca de descanso.

Las manifestaciones que se han llevado a cabo en muchos municipios de nuestro país han carecido de la fuerza que ya acostumbran dotando de tranquilidad a la Administración y de reposo a los ministros del Gabinete envueltos en cómo van a llegar a acuerdos para gobernar tras las presumibles perdidas de escaños y concejales derivadas de las próximas elecciones generales y autonómicas del día 24-M; esas premisas que realzan aún más la falta de sintonía de un pueblo que parece conformarse a diario con las sobras de un empleo precario, una jornada laboral desproporcionada y un contrato resabiado de la Patronal sujeto a la Reforma Laboral más indignante que un país demócrata, en vías de progreso y crecimiento debiera tener como defensa del trabajador.

No es ser negativo e improcedente desmotivar al más entusiasta hacer mención en esta jornada creada para satisfacer al trabajador llevar a la cabeza de esta manifestación de ideas el resultado de lo que se vive en nuestras calles y advierte nuestro bolsillo.

La inclemencia tormentosa de un Gobierno empeñado en hacernos creer que tras las elecciones Generales el renacimiento de la economía de nuestras familias será visible cada vez más en los hogares cuando la realidad es distinta. Sí antes de dejar atrás una legislatura dicen crear miles de empleos cuando en el transcurso de la misma tan solo han batido records de desempleo es que sin lugar a dudas, nos están faltando a la verdad, al igual que lo hicieron para acceder al Gobierno. El distintivo por el que se reconocerá al Presidente Rajoy en la historia de nuestro país será el del gobernante que trajo el eslabón perdido de una cadena ya proveniente del anterior mandato socialista y que, en lugar de cortar con la cizalla del compromiso adecuando los recursos de nuestro país para salir lo menos dañados posibles de esta situación, trato de trasladar la ideología de su partido a la cotidianidad de la sociedad sin alterarse lo más mínimo a la hora de recortar a diestro y siniestro cuanto estuviera a su alcance.

Los instigadores de cambiar el panorama lastrado con la crisis de la ciudadanía se han convertido durante estos cuatro años en azote represivo del estado de un bienestar ya olvidado, degenerando la calidad de vida de los españoles a segundo plano para servir de anotadores a larga distancia de los deseos de unas instituciones europeas carentes de solidaridad y sordas a las necesidades de los ciudadanos integrantes de los países integrados en una coalición que al igual que esté Gobierno debe cambiar de inmediato su trayectoria o dejará caer el continente en un abismo a penas salvado por los de siempre, esos que mantienen su hegemonía en Europa y sus recursos a buen recaudo.

Puede que con las urnas al acecho quieran cambiar de sistema con el ánimo de sofocar el incendio de malestar de la ciudadanía pero tan solo en apariencia, el programa está servido y los verdaderos objetivos reservados hasta llegar el recuento.