Cómo sobrevivir a la murmuración
El dilema es sencillo y diría casi universal: dejar salir el talento y las ideas aportando a la comunidad lo que en uno hay de bueno y exponerse a la opinión pública, mayoritariamente constructiva y agradecida pero con excepciones muy activas de mala intención y zafiedad; o al contrario, proclamarse víctima del temor al ser herido o vapuleado y retraerse a la sombra sin contemplación.
Entiendo que en todos hay un impulso real por compartir, por servir y por facilitar la vida de una comunidad de la que se siente partícipe. Entiendo que el afán por entregar en aras del bien común lo que uno sabe hacer es una vocación inherente al ser humano que aceptó que la vida en sociedad le propicia seguridad, pero también, una forma de cuidar y llenar sus necesidad afectivas.
Ahora bien, responder a esa llamada no está exenta de riesgos y de consecuencias indeseables, esto es, sentirse expuesto a la opinión de los que también forman parte de la comunidad. Una adecuada salud psicológica y social de nuestros "compañeros de tribu" nos aportaría respuestas sensatas y constructivas, siempre en una búsqueda continua y mutua por mejorar; una crítica justa y necesaria que de buen grado se acepta como un regalo y se incluye de forma natural en un proceso de auto evaluación. Ahora bien, sujetos, con niveles insuficientes de esa salud a la que hacía referencia, propiciarán respuestas apasionadas, desmedidas y muy alejadas de una búsqueda común por mejorar, que aunque excepcionales y minoritarias pueden crear un efecto devastador en el ánimo de la comunidad y del individuo al que su ataque va dirigido.
Sería lo propio vivir en un mundo en que esas excepciones desaparecieran, pero son una realidad y llevan una enseñanza demasiado importante para reducir la solución del problema a que la fuente del mismo desapareciera. Esas personas, que todos hemos sufrido, independientemente del lugar en el que desarrollemos nuestra vida, son maestros, y aunque parece que hayan aprendido muy poco para actuar de esa forma, nos traen una enseñanza valiosa; al menos yo lo veo así.
Entrégate al otro, sin medidas, pon al servicio de la comunidad tus mayores dones, tus fortalezas, sin miedo y sin reservas, ahora bien ¿cómo sobrevivir a la murmuración? Yo intento centrarme en el servicio, intento cuidar mis intenciones y desterrar de ellas aquellas que no considero sanas o que no aportan nada al bien común. Pero, sin duda, lo más importante, acudo a personas en cuyo criterio confío; esto es, que son capaces de decirme las cosas que quiero escuchar sin convertirlo en una alabanza hueca, así como hacerme entender aquellas cosas que me cuesta escuchar sin abrigarlo de brutalidad ni suavizarlo hasta el extremo de ser incapaz de verlo.
Tenemos el compromiso con el otro de luchar juntos, de hacer comunidad y de unirnos para hacer cosas. Tenemos las aptitudes para hacerlo y para buscar los medios. Debemos ayudarnos a mantener las fuerzas y el ánimo a pesar de la murmuración más cruel y malintencionada, debemos buscar la forma de sumar y de acercarnos al otro a pesar de las diferencias. No somos perfectos, lo que tenemos de brillante viene equilibrado con un paquete de defectos que nos hace humanos y que nos hace reales, sin máscaras y sin verdades a medias.
Que el peso de la crítica, aquella que no busca ni propone vías alternativas, no quiebre nuestros pies al andar; que el miedo a esa crítica no nos paralice y nos encierre en un mundo centrado en el individualismo... nosotros estamos hechos para compartir y nosotros tenemos la llamada a estar juntos.
¿Cómo sobrevivir a la murmuración? Probablemente heridos, pero permaneciendo juntos.






























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