Lealtades
La pasada semana, tras dos años sin haberlo hecho, se reunió la Junta Directiva del PP. La susodicha congregaba aproximadamente a unas seiscientas personas. Quizá quinientas noventa y nueve, pues el alcalde de Valladolid – con conocimiento de causa – se negó a asistir augurando lo que más tarde aconteció. En síntesis vino a mostrar su no disponibilidad para ir a dar palmas entre tantas personas al jefe. Bien seguro debe estar, el resto no se atreve a tanto desplante.
La reunión, con grande boato, transcurrió con más pena que gloria. Como suelen hacerlo. El jefe leyó su discurso, se tomó su tiempo, con la sola interrupción de los aplausos para jalearle. Dejar claro la lealtad al líder insustituible e irrevocable. Es la ocasión de mostrar lealtad inquebrantable, sin fisuras aparentes. Nunca se sabe qué podrá suceder, tiempo habrá de rajar en ámbitos íntimos.
Jamás lograré entender cómo se puede movilizar tantas personas, con el costo que ello supone, para realizar algo sin sorpresas o sobresaltos de última hora. O sea, con una pasmosa ausencia de debate. Más allá de esa risa ahogada de uno de sus fieles, Javier Arenas, para dejar claro que sigue riéndole sus chistes, aun cuando demuestren escaso gracia. Cada cual tiene su particular sentido del humor. Quizá, como ya aconteciera en el pasado, alguien necesite de darse un baño de masas para sentirse importante. No hay otra interpretación.
No han acabado con ello las reuniones. Cuando se aproxima el grueso de las elecciones, pasada la debacle de las andaluzas, no está la cosa para bromas. Las locales y autonómicas del mes de mayo suponen un gran riesgo. No se hacen alardes de lealtad cuando no se tiene un puesto para ocupar. El número de concejalías y diputaciones en juego suponen un enorme riesgo. Perdiendo poder se pierden estómagos agradecidos, personas conocedoras de quien es la mano capaz de designarles, a quien deben su cargo. De perderlo, nada tienen que agradecer. O dicho de otro modo, las lealtades inquebrantables pueden verse afectadas.
Parece, si hacemos algo de caso a las encuestas, que la cosa está peliaguda. Las instituciones donde gobernaban con holgadas mayorías, que permite entre cargos y asesorías tener a un buen número de adeptos formando parte del sistema. En resumidas cuentas, deber un favor al líder, por haberles tenido en cuenta en la designación. Por poner un ejemplo cercano, tanto el Ayuntamiento capitalino como el Cabildo de Gran Canaria, es posible no continúen en sus manos. Con lo ingrato que resulta para todos esos liberales, defensores a ultranza de la iniciativa privada, comprobar cómo se quedan sin el puesto de asesor, coordinador u otro cargo con regalías. En ese caso, las lealtades pueden comenzar a hacer aguas pues, cuando se carece de ingresos, no hay fuerzas para aplaudir.





























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