Un apunte curioso sobre la historia de la Semana Santa de Firgas

José Juan Sosa Rodríguez Jueves, 02 de Abril de 2015 Tiempo de lectura:

En estos días en los que se conmemora la pasión y muerte de Cristo, me han venido a la memoria algunos recuerdos infantiles de cuando acudía con mi madre a los cultos de la Semana Santa de Firgas.

El olor a sahumerio, el Vía Crucis y el "Jubileo"; el miedo que me producía el Sermón de las Siete Palabras y el Cristo crucificado. Las ´subastas de los tronos´ en la puerta de la iglesia antes de la Procesión del Viernes Santo, el opaco y tenebroso sonido de la matraca, el pavoroso estruendo que hacía la loza al caer...

Pero quizás, lo verdaderamente importante de aquellas semanas santas de mi infancia es que, de alguna forma y junto al resto de las tradiciones compartidas por este pueblo, moldearon mi identidad como hombre que forma parte de una cultura, de la que se siente orgulloso de pertenecer.

Dejando a un lado mis recuerdos de la Semana Santa, que el pueblo vivía con desmesurado fervor religioso –o acaso, más que con fervor, con miedo-, lo cierto es que en las páginas de la historia de este joven municipio del norte de la Gran Canaria encontramos datos suficientes que nos permiten conocer cómo vivían nuestros antepasados estas fechas tan señaladas. Aunque, cómo en este caso, el repasar la historia puede hacer que nuestros labios dibujen una sonrisa de incredulidad; reafirmando así la máxima que dice que cualquier tiempo pasado no fue mejor ni peor, sólo diferente.

En 1877, el alcalde de Firgas -Jerónimo Navarro González- le solicitó un tambor al Jefe del Batallón Militar de Guía -Eduardo Farinós- para dar realce a la Procesión del Viernes Santo. Pero, ¡oh! desilusión, el único tambor que tenía el Batallón había sido solicitado con anterioridad por el regidor de la "Villa de Gáldar", por lo que aquel año el pueblo se quedó sin tambor y, supongo, sin tamborilero ¡Qué le vamos a hacer!

Ah, pero no crean ustedes que el bueno del alcalde se quedó quieto ante tal infortunio. No señor. Como respuesta a la desestimación del Jefe del mencionado batallón, y fiel a la máxima de "a grandes males, grandes remedios", Jerónimo Navarro pensó que, ya que no le prestaban el tambor, quizás podría conseguir que le "prestaran" el Batallón. Así, dos días después de recibir la respuesta negativa a su petición del tambor –el 24 de marzo de 1877- el alcalde de Firgas le solicitó nuevamente a la máxima autoridad militar del acuartelamiento una compañía para que desfilara el Viernes Santo. Y, mire usted por donde, la Procesión del Viernes Santo de aquel 30 de marzo de 1877 en Firgas no contó con un tambor, pero sí con el esplendoroso desfile de la Tercera Compañía del Batallón Militar de Guía.

Bibliografía consultada: Firgas Noticias de un Siglo, 1835-1935, de Manuel Perdomo Cerpa.


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