
Me llamo Rudolph, aunque en realidad no es mi verdadero nombre. Es el que me pusieron ustedes, habitantes de la tierra, muchos años después. Antes de eso, yo solo fui viento sobre la nieve, pezuñas marcando caminos invisibles, aliento cálido en la noche más fría y mágica del año.
No nací para brillar. Y me quedó claro desde el primer invierno.
Todos los demás, a mi alrededor, corrían de manera ligera y perfecta, sin tropezar. No como yo, que me estampaba con cada árbol del camino. Mi nariz ardía de la vergüenza y solían mirarme como se mira al que no encaja en el grupo, al que estorba: con desprecio.
Santa nunca me dijo nada. Él solo me miraba desde lejos y, con el tiempo, entendí que lo hacía por respeto hacia mí.
La primera vez que volé no fue por haber aprendido, sino por error.
Había mucha niebla, densa y traicionera. El cielo estaba completamente cerrado, tanto que los demás renos dudaban de poder salir. Evidentemente, yo también. Pero nariz, que siempre va por libre, comenzó a arder con fuerza, como si algo dentro de mí dijera: es tu momento.
—Ve delante —me dijo Santa.
No pregunté por qué yo. Sabía que mi brillo no era importante para mí, pero sí lo era para otros.
Esa fue mi primera vez volando y, desde entonces, guio su trineo cada Navidad, en silencio, observando el interior de los hogares con atención. He visto árboles torcidos llenos de amor, mesas incompletas, cartas escritas con lágrimas en los ojos, niños que piden cosas que no caben dentro de un saco… Y siempre que siento que alguien necesita creer en la magia, desciendo y dejo que mi luz se le acerque un poquito más.
Hay una niña en Canarias que me espera cada año con la misma ilusión. Ella no lo sabe, pero, cuando paso por su casa, mi nariz le envía buenos deseos y los mejores sueños para esa noche.
No soy un reno importante, aunque todos sepan mi nombre. Solo soy el que aprendió a convivir con una nariz con poderes que es motivo de burla para los demás renos, pero, felicidad y alegría para ustedes, los humanos.
Y créme, en las noches frías de invierno, pero sobre todo en Navidad, el mundo se oscurece mucho, pero ahí estaré yo para iluminarlo mientras siga tirando del trineo de Santa.
Olga Valiente






























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