Año nuevo ¿vida buena?
En estas fechas la esperanza de que el cambio de año propicie un fin de ciclo y la oportunidad de regeneración personal y colectiva, vuelve a ocupar nuestros ánimos y nuestra comunicación social en forma de buenos propósitos y deseos de mejora de nuestras vidas. Locuciones como “Año nuevo, vida nueva” expresan ese imaginario que desde la noche de los tiempos ha implicado ritos de renovación del orden cósmico, institucional y comunitario.
La presunción de que el inicio de un nuevo tiempo permite imaginar que lo viejo puede dejarse atrás y abre nuevas oportunidades, incluye un nivel íntimo. De ahí que, quien más y quien menos, haga balances del año que termina, examen de culpas y méritos y promesas renovadas de mejora, además de con los prójimos, con uno mismo. Son ya un clásico el reconocer que el año pasado no se estuvo a la altura y el renovar las pretensiones de mejora en los hábitos personales de salud, condiciones de trabajo, nivel de las relaciones y conciencia en el consumo.
Aunque sepamos que es bastante difícil pretender que el 1 de enero sea un marcador simbólico que permite reescribir nuestra biografía y reconducir nuestra orientación futura, el propósito de enmienda y el comprometerse en aumentar la excelencia de nuestras vidas van a estar en nuestro ánimo. Al menos, unos días, porque luego seguirán ahí esos kilos de más, continuará ese trabajo anodino, esas relaciones acomodaticias y esos modos de comprar tan poco apropiados.
Así es como llevamos, habitualmente, la tensión entre el reconocernos como sujetos autónomos capaces de enmendarnos a nosotros mismos y la evidencia de que la voluntad aislada tiene un recorrido limitado si no la acompañan transformaciones estructurales en el entorno a nuestras pretensiones. Y es que ante los omnipresentes niveles de malestar que soportamos de disonancia cognitiva, precariedad social y desigualdad en oportunidades, solo a costa de autoengañarnos se pueden reducir a la “falta de esfuerzo individual”.
Y es que por mucho que individualmente reconozcamos las incoherencias, asumamos las responsabilidades y nos orientemos a modificar patrones de comportamiento, si pretendemos que la toma de conciencia, planificación y acción lleguen a algo significativo y duradero, si queremos cumplir con el anhelo hacia una vida personal y en sociedad mejores, hay que incidir, ineludiblemente, en lo común, en la regeneración del ámbito de lo político.
Ese es el auténtico desafío: que la lógica de “propósito de enmienda” no quede reducida a la micro ética de la autoayuda o a los compromisos cívicos de cuidado de los más desfavorecidos, sino que se implemente democráticamente en las estructuras institucionales y de corresponsabilidad para que sean capaces de aprender, reconocer su daño y regenerarse. Todo lo cual está, actualmente, muy lejos de tenerse en cuenta por los administradores de la cosa pública. Más bien, lo contrario: año tras año, no cambian las condiciones estructurales de posibilidad de una vida buena en común, tras las euforias festivas vuelven las resacas de la cotidianeidad y la espera de tener buenas vidas se eterniza. Así nos va.
Desde luego, esa tarea de regeneración de la gobernanza institucional es ingente, pero no ignota. Empieza por instaurar procesos de revisión colectiva de las administraciones políticas, cláusulas de revisión periódica, mecanismos de rendición de cuentas y procedimientos de reparación de daños. También, hay que volver habituales los balances periódicos de indicadores sociales, ecológicos y económicos y sobre las políticas aplicadas, acompañados de propuestas de mejora explícitas. Y someterlas a discusión y co-diseño ciudadano.
Todo muy complicado, pero valdrá el esfuerzo. Porque así, “Año nuevo, vida nueva” podrá dejar de ser una simple consigna motivacional y empezaremos a vivir vidas que valgan la pena ¿Algo mejor que hacer en el año que llega?
Xavier Aparici Gisbert, filósofo y experto en gobernanza y participación.






























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