-¡Buenos días, Farallón! Ya veo que sigues tan bien como la última vez que hablamos, hijo mío –dijo Teide, erguido en el horizonte, bajo un cielo de colores. El mar de plata que los separaba imprimía un eco líquido a sus voces de piedra.
-Sí, Teide; muy bien. Siempre arrullado por la mar, visitado por infinidad de peces y con cientos de gaviotas que se posan a diario en mi cabeza. Y me sigue gustando tu costumbre de llamarme “hijo”.
-Cada montaña o risco canario es un hijo para mí, aunque no lo sea biológicamente. Y tengo buenas relaciones con todos. Hace un rato estuve charlando con Tindaya. Dice que el número de ardillas es cada vez mayor en sus laderas. Por cierto, ¿es verdad que hay serpientes en Amagro?
-Algunos rumores me han llegado. ¿Y tú, padre Teide, cómo te encuentras?
-Ando un poco nostálgico últimamente. Evoco a veces los tiempos en que yo era mucho más alto, aquellas épocas en las que me comparaban con el Olimpo griego y, sobre todo, cuando los guanches me consideraban un volcán sagrado. No obstante me siento tan fuerte como siempre. Y ahora te dejo, Farallón, que me esperan Tamadaba, Teneguía, Tamarán y una ristra más con quienes quiero hablar hoy. Hasta la próxima, hijo mío.
Texto: Quico Espino
Imagen: Ignacio A. Roque Lugo
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.32