Leed, leed, malditos (versión 2025)
No recuerdo la primera vez, pero sí la última. Hablo de esos momentos en los que deseo abandonar lo que hago, donde estoy y regresar a casa y entregarme a la lectura del libro que me tiene atrapado por la historia que narra, por su atractivo estilo, por sus diálogos viscerales.
Es una sensación extraña, casi contradictoria: estás físicamente presente en tu jornada, cumpliendo con tus obligaciones, conversando con otros, pero una parte de ti permanece cautiva entre esas páginas que dejaste abiertas sobre la mesita. Hay una impaciencia que hormiguea bajo la piel, una especie de nostalgia anticipada por un mundo al que todavía no has regresado pero que ya te reclama. Miras el reloj con más frecuencia de lo habitual. Calculas cuántas páginas podrás leer antes de que el sueño te venza. Te descubres acelerando el paso de regreso a casa. Es una urgencia casi física, comparable al hambre o la sed, pero dirigida hacia algo intangible: unas palabras ordenadas de cierta manera que, inexplicablemente, te han hecho más habitable el mundo o, al menos, más interesante.
Estos son los libros que en este año que termina consiguieron crear en mí semejante cautiverio.
Mi refugio y mi tormenta, de Arundhati Roy
Más que un libro es un monumento. La escritora hindú recuerda a su madre, una mujer entera, completa, con todas sus aristas: brillante, difícil, valiente, contradictoria, tiránica. Cuando cierras la última página de un libro así sabes que volverás a él. Esa es la marca de la literatura que realmente importa.
Ahora y en la hora, de Héctor Abad Faciolince
Había leído casi todo de Abad antes de este libro, pero es aquí donde más se desnuda. Más incluso que en El olvido que seremos. El escritor colombiano tiene esa virtud infrecuente de la sinceridad radical: cuenta las cosas como fueron, sin buscar redimirse ni embellecerlas. Esa crudeza, lejos de alejar, conmueve. Leer a alguien que te mira a los ojos y te cuenta su vida sin anestesia es un regalo incómodo, doloroso a veces, pero un regalo al fin y al cabo.
Días de sol y piedra. De los Alpes a Roma, de Pepe Pérez-Muelas
Un hombre solo en bicicleta, rumiante, reflexivo, atravesando paisajes que pueden ser tanto belleza descarnada como aridez interior. Pérez-Muelas es de esos viajeros cultísimos que no pueden mirar una piedra sin recordar un poema o pedalear una cuesta sin reflotar algún miedo propio. Una maravilla para leer despacio, como debe leerse todo lo que se escribe desde la lentitud del pedal. En tiempos de velocidad, este libro te recuerda que viajar es, sobre todo, detenerse a mirar. A palpitar. A vivir.
La pregunta 7, de Richard Flanagan
John Cheever aconsejaba a quienes se iniciaban en la escritura que se imaginaran atrapados en un edificio en llamas y escribieran, desde esa urgencia desesperada, una carta de amor. Flanagan escribió esta maravilla tras recibir un diagnóstico erróneo de demencia precoz que le otorgaba apenas un año de lucidez. Un año para recordar, para ordenar la memoria antes de que se desmoronara. Imaginen escribir así, contra ese reloj macabro. Pero esto no es solo una autobiografía: es un relato que plantea más preguntas que respuestas. Un libro que se te queda pegado no solo por lo que cuenta, sino también por lo que te obliga a preguntarte.
El niño resentido, de César González
Un wéstern villero: balas, motos, cadenas, fe, sangre y poesía. González escribe un grito furioso contra el olvido desde un territorio que pocos conocemos de verdad: la marginalidad real, la vida en los barrios populares donde la violencia no es metáfora sino pan de cada día. Esto no es turismo literario de la pobreza. Es una novela incómoda, rabiosa, poética en su furia. Sin héroes que salven nada, solo resistencia y memoria de los que no saldrán en ningún libro de historia. Y eso, precisamente eso, es lo que hace que este libro importe.
Luciérnaga, de Natalia Litvinova
Litvinova habita dos territorios simultáneos: lo onírico y lo real, Chernóbil y Buenos Aires, dos geografías del desarraigo. Hay una búsqueda de lenguaje en cada página, como si inventara una lengua propia que no pertenece a un país sino a sus ruinas y fábulas. El resultado es un libro hermoso y devastador: hermoso por su prosa que flota entre sueño y recuerdo, devastador porque habla de pérdidas que no se curan, que solo se aprenden a llevar consigo como esa luz de luciérnaga que titila sin terminar nunca de iluminar del todo.
¡Mártir!, del poeta Kaveh Akbar
Pasamos nuestras vidas buscando significado: en la fe, en el arte, en nosotros mismos. Akbar escribe sobre esa búsqueda con una intensidad que no te suelta. Pasaron semanas tras leerlo y seguía resonando dentro de mi cabeza, brillando como un faro. Ahora sé que se va a quedar conmigo para siempre. Por radicalmente bello, por honesto en su desesperación, por la forma en que interroga nuestras formas de creer y de dudar.
El papel de nuestras vidas, de Sadie Jones.
Hay libros que no llegan con grandes aspavientos ni recomendaciones universales, pero que encajan perfectamente con algo íntimo en nosotros. Como esas personas que no responden a ningún canon establecido de belleza, pero que a ti te parecen fascinantes porque conectan con tus códigos personales, con lo que tú valoras y necesitas. Este libro es un ejemplo perfecto de eso. Jones escribe con una sensibilidad particular para explorar las relaciones humanas, los secretos familiares, esas grietas en las vidas aparentemente ordenadas. No es un libro perfecto ni revolucionario, pero conecta con una frecuencia exacta que hace que no puedas soltarlo. A veces eso basta, y sobra.
Locos de amor, de Sam Shepard.
El teatro también se lee, insisto. Y cuando lees a Shepard entiendes por qué algunos textos dramáticos son literatura pura antes que espectáculo. Diálogos que cortan, personajes que se destrozan mutuamente sin piedad, una exploración brutal del deseo y la violencia doméstica. Hay una emoción visceral en cada escena, una catarsis que no necesita escenografía para golpearte. Si yo fuera director, mataría por llevarlo a las tablas. Como lector, simplemente agradezco que exista.
Si han llegado hasta aquí, si han tenido la paciencia de acompañarme en este recorrido por mis abducciones del año, solo me queda desearles que 2026 les traiga libros que les hagan acelerar el paso de regreso a casa. Libros que les roben el sueño y les devuelvan algo mejor a cambio. Lecturas fascinantes, inolvidables, necesarias. Feliz año nuevo.
Javier Estévez































Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.32