La Academia Canaria de la Lengua, nuestra seña de identidad lingüística y literaria

Nicolás Guerra Aguiar

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Fue allá en el milenio anterior (1995) cuando la Xunta de Galicia (como otras) atendió la invitación de asistencia al instituto Pérez Galdós de Las Palmas de GC y así colaborar en su proyecto educativo “Comunidades autónomas” dirigido al alumnado.

 

Con la participación del Cabildo grancanario (ppresidencia de don José Macías) y la Casa de Galicia, la Xunta desarrolló actividades en aulas, patios, salón de actos y vestíbulo. Espacio este más conocido por el anglicismo hall, aunque la extraordinaria riqueza léxica de nuestra lengua oferta a los usuarios otros sinónimos-afines como “recibidor, atrio, entrada, antesala”... y el entrañable arabismo zaguán (único término conocido y manejado en casas de Gáldar desde infancias y juventudes).

 

Este espacio fue usado para *expositar trescientos libros cuya diversidad temática llamó la atención por el absoluto dominio del galego, ya idioma cooficial y derivado del latín hablado en Hispania. A lo largo de la semana les regalaron ejemplares a grupos asistentes: la curiosidad se impuso, pues muchísimos alumnos nada sabían de aquel idioma. (Algunas palabras me sirvieron en clase para estudiar similitudes léxicas, la evolución de la lengua romana al castellano y su posterior expansión geográfica.)

 

De aquella jornada guardo un ejemplar dedicado por su autor, Valentín Arias, de la Consellería de Cultura e Xuventude (Libro de estilo), escritor muy vinculado al mundo de la filología, ciencia relacionada con lenguas y literaturas. Y lo cito por una razón: desde 1993, año de edición (Dirección Xeral de Cultura), se habían empeñado en recuperar su lengua pues esta, más afincada en aldeas y zonas rurales, desaparecía en ciudades, escuelas, institutos y universidades: los discentes ya no sabían leer, por ejemplo, la obra poética de Rosalía de Castro (siglo XIX) escrita en galego.

 

¿A qué se debió este continuado abandono desde el siglo XVII? Según he leído, la gente urbana despreciaba su lengua: la consideraban más propia de campesiños y labregos, es decir, de rústicos (‘pertenecientes al campo’). Por la repulsa, y a pesar de haberse usado como instrumento literario durante la Edad Media (fundamentalmente lírica, la galaico-portuguesa), el castellano la fue desplazando para ocupar su lugar. Por suerte el subdesarrollo de la región, su aislamiento geográfico y otras circunstancias la mantuvieron viva en pequeños reductos. Hoy ya es un sistema de comunicación que lentamente se recupera, tal si hubiera habido intencionada disposición de algunos sectores políticos a no potenciarlo como el principal elemento identificador y unificador de un pueblo. Así lo denuncian ciertas asociaciones para la defensa del gallego.

 

También en el siglo XX continúan las migraciones de campesinos a las ciudades. Y estos ocultan por vergüenza su lengua de infancia y juventud e inmediatamente se castellanizan. Más: incluso llegan a rechazar cualquier elemento identificador que pudiera relacionarlos con su anterior actividad y procedencia. (Por cierto: este complejo de inferioridad y la convicción de que el uso del gallego los definía como incultos, toscos y rudos, me lleva al aula y me recuerda que una alumna canaria utilizó más o menos los mismos incorrectos y desacertados argumentos para justificar su abandono del pronombre “ustedes” y sustituirlo por “vosotros” pues, dijo, “para triunfar como modelo debo usar la forma culta”.)

 

En Canarias, recuerdo, no tenemos una lengua propia, distinta al castellano. Pero sí una extraordinaria riqueza de elementos lingüísticos identificadores y distinguidores (léxicos, fonéticos, gramaticales…) rigurosamente válidos para definirnos como pueblo y no como acumulación de personas. Ya desde sesenta años atrás Alonso Zamora Vicente, riguroso maestro en trabajos sobre filología (estudio de la lengua), dialectología (variedades de la misma) y lexicografía (‘componer léxicos [vocabularios] o diccionarios’) destaca algunas características de nuestra variante dialectal como, por ejemplo, la aspiración de f- inicial latina (jeder), de la -s final de grupo o sílaba (ahco), seseo, mantenimiento de “ustedes” frente a “vosotros” (salvo mínimas excepciones), guanchismos, andalucismos, portuguesismos, americanismos…

 

Pues bien, estimado lector. Esta es, precisamente, la loable labor que la Academia Canaria de la Lengua (ACL) lleva a cabo desde el año 2000: no solo el riguroso estudio de nuestra producción literaria, tan rica y muchas veces con ritmos volcánicos, naturaleza con sabor a mar y salitre sino que, además, estudia nuestra variante dialectal, nuestro dialecto canario en cualquiera de sus manifestaciones insulares e, incluso, locales.

 

Pero nunca nunca nunca con intención correctora, imposición de normas, pronunciaciones, vocabulario… Muy al contrario: mantiene el máximo respeto a los hablantes y se limita -eso sí, con serenos, desapasionados y científicos estudios- a señalar, analizar cómo hablamos, cómo pronunciamos, cómo usamos palabras no registradas en el Diccionario de la RAE, cómo modificamos algunas… y nos comunicamos como pueblo sin mayores problemas. Así, por ejemplo, la “cuca” y sus acepciones: 1- ‘Órgano sexual de los niños; 2- Insecto (ya apuntada por Pérez Galdós) con sus variantes “volona, inglesa” según color oscuro y grande o pequeña y ‘de color rubio’, respectivamente; 3- Chopa, salema (denominación propia de Lanzarote, La Palma y Tenerife (Diccionario básico de canarismos).

 

Ya lo manifiesta en su propio código ético-científico (portal digital): “Los principios que guían su actuación son respetar la libertad idiomática e intelectual de las personas [...] Rechazar y condenar todo dogmatismo lingüístico o intelectual [...] No existe ninguna modalidad idiomática superior o inferior a las demás [...] La CANARIEDAD es un hecho lingüístico y cultural que se define y se explica como hispánico”.

 

Así, las anteriores son características definitorias de las publicaciones hechas por la ACL, muy en oposición con la intencionalidad normativa que pretende imponer el citado Libro de estilo y del cual apunté arriba alguna observación: “O desleixo -insulto- con que tratan a nosa lingua milleiros de persoas que teñen a obrigación moral de falala e escribila con maior coidado […] xustifica esta publicación e cen que fosen como ela” (“El desdén con que tratan a nuestra lengua miles de personas que tienen la obligación moral de hablarla y escribirla con más -mayor- cuidado […] justifica esta publicación y a otras que fuesen -sean- como ella”).

 

Tan marcadas diferencias, divergencias, hacen de la ACL una institución desde la cual, insisto, no se dictan pautas o, por ejemplo, no se califican (así hace el Diccionario de la RAE) algunas voces como “malsonantes” (‘Que ofenden al pudor’) como es el caso de “mear”. (Sin embargo, la forma “orinar” no tiene tal consideración, desconozco las razones: a fin de cuentas ambas se refieren a la misma acción de ’expeler naturalmente la orina’).

 

Tiene usted en la ACL, estimado lector, un valioso instrumento para saber más de las Islas, de nuestra habla y de por qué debemos sentirnos orgullosos con la variedad dialectal canaria.

 

Nicolás Guerra Aguiar

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