Paren el mundo, que me quiero bajar (2)

Juan Ramón Hernández Valerón.

[Img #32956]Finalizaba mi escrito anterior de esta, digamos serie, diciendo que comenzaría el siguiente artículo hablando sobre América y de su ínclito presidente en esa vuelta imaginaria alrededor del mundo, esperando que en el próximo lo pueda hacer sobre Europa.
 
Yo no sé si he levantado falsas expectativas sobre los episodios que están por escribir, pero les tengo que decir que me siento un poco preocupado porque algunos amigos me escriben diciendo que los esperan pacientes y atentos. Entonces es cuando caigo en la cuenta de que me he metido en un berenjenal yo solito, pues que haya gente esperando a ver qué escribo me pone de los nervios, aunque, al mismo tiempo me lo tomo como un reto personal que me lanza a la aventura sin medir las consecuencias. Y es que no aprendo, no tengo remedio. 
 
Saben que hace tres o cuatro meses el señor presidente de los Estados Unidos de América ha descubierto un buen caladero fuera de sus fronteras para ir a pescar. Le encanta, porque el olor a petróleo lo pone como una moto, y hacerlo en aguas revueltas cerca de la costa de la Venezuela de Maduro colma su orgullo varonil, aparte que le gusta que la prensa mundial destaque la gran afición que tiene por la pesca de narcotraficantes con un buque de guerra, que ha convertido en su yate privado cuando decide salir fuera de sus fronteras. 
 
Se vanagloria de haber capturado cerca de un centenar y, aunque nos parezca que ha utilizado artes de pesca que no están permitidas, a él le da igual, porque le fascina no respetar las normas y nos desafía a que nos atrevamos a llamarle la atención. Afirma que hace un gran favor al mundo civilizado porque lo está librando de los depredadores frecuentes en esas aguas. Es indudable que le pone contento y feliz, sobre todo porque  se enorgullece de poner nervioso a su enemigo acérrimo. 
 
Posee el señor presidente del mundo mundial el don de la insolencia más acentuada que se ha visto en el último cuarto de siglo por estos lares, pero a medida que vamos conociendo más cosas sobre él nos vamos enterando de aspectos que desconocíamos por completo. Así, hemos sabido que, al parecer, pertenece a un pequeño grupo de élites híper privilegiadas a las que se les conoce por “camarillas”, que, desde el poder, basan sus actuaciones en la extracción de beneficios financieros y culturales. Una especie de líderes que ostentan algo parecido a una soberanía monárquica. Quieren que se les traten como a la realeza, como a seres de culto, cosa que a los simples humanos del siglo XXI nos cuesta aceptar, porque creíamos que habíamos superado la sociedad feudal de la época medieval. Pero, en fin, habrá que ir adaptándose a las nuevas imposiciones para calmarlos, no vaya a ser que les den por molestarnos un poco más.
 
Trump quiere que sepamos que, aprovechando su estancia en esas costas, ha decidido prestar ayuda a la galardonada con el Premio Nobel de la Paz para que sea la candidata a llevar el gobierno de la nación una vez se ultime el asuntillo de deponer a Maduro de la presidencia, cosa que le llevará unos pocos días. De esta forma le será más fácil estar cerca de la mayor reserva de petróleo del mundo, lo que le entusiasma sobremanera. Después, contemplaremos alelados a los dos paseando de la mano por la Plaza Bolívar de Caracas. Una preciosa imagen digna de enmarcar.
 
A esta Corina no hay que confundirla con la otra Corina, la amiga, la conocida, la…. de nuestro emérito y paupérrimo rey. Esta, de la que hablamos, ha sido galardonada hace pocos días con el Nobel de la Paz. Me imagino que los que se lo concedieron sabrán el porqué. Ni ustedes ni yo tenemos idea ni lo acabamos de entender. Parece ser que uno de los motivos, según dicen, ha sido por la actitud rebelde que ha mostrado frente al déspota mandatario, dictador empedernido y no sé cuántos adjetivos más que han salido de la boca de esta Reina de la Paz. Y todo por cantar un día sí y el otro también  aquello de “yo soy rebelde porque Maduro me ha hecho así, porque no me ha tratado con amor, porque nunca me ha querido oír, porque me ha negado todo aquello que pedí… Y quisiera ser como…” (¡Hay que ver qué baratos y fáciles de adquirir están actualmente los Premios Nobel. Te lo dan por una miseria. Qué tiempos corren!). 
 
Sí, ya sé que lo han pensado: su letra se parece mucho a la de una jovencita, cantante francesa de ojos verdes, creo recordar, que un día recaló en España y nos regaló su rebeldía cuando nosotros no nos atrevíamos a casi nada, porque “queríamos ser como el niño aquel, como el hombre aquel que es feliz”.
 
Desde la altura y la distancia que permite la literatura, me atrevo a decirle a la señora Corina que ya se enterará ella y los venezolanos de lo que les costará  la ayuda del amigo Donald por su intermediación. Por lo pronto no lo queremos llamar injerencia, pero no tardaremos.
 
Sabemos también que el mandamás del mundo en su nueva estrategia de seguridad nacional y política exterior, se ha dedicado a combatir la migración ilegal y el crimen organizado; quiere retomar su dominio no solo en América Latina, sino en todo el planeta. Y cosa insólita: ha puesto sus ojos en Europa, pero esto lo trataremos en un próximo episodio.
 
Pero aunque esté empleando yo un tono distendido, sería un error de cálculo pensar que el señor Trump es un loco caprichoso que desvaría sin tino. El tema es más profundo, porque todo lo que está ocurriendo es parte de una política inventada en 1823 conocida como la Doctrina Monroe, en la que se afirmaba: “América para los americanos”, (en realidad quería decir para los estadounidenses) en la que el presidente James Monroe advertía a las potencias europeas contra la colonización o intervención en América, declarando que cualquier intento sería visto como una agresión hacia Estados Unidos. 
 
A cambio, este gran país no se inmiscuiría en las guerras europeas. Lo curioso de esta doctrina es que a lo largo del tiempo Estados Unidos lo usó para justificar su propia hegemonía e intervenciones en la región. Resumiéndolo en una imagen gráfica: siempre había un portaviones frente a las costas de estos países americanos para que gozaran de la vista de sus bonitos cañones y para que disfrutaran del despegue de sus preciosos avioncitos. Todo muy bonito, la verdad. De postal.
 
No hay que olvidar que esta potencia decide cómo intervenir en los asuntos de todos los países de América Latina echando mano de su hegemonía y de su continua injerencia en la región, de tal manera que estos han sido clasificados en varias categorías: 
a) Países considerados enemigos: los malísimos, los satánicos, vigilados siempre de cerca por un buque de guerra para que abandonen el mal y vuelvan al paraíso: Cuba, Venezuela y Nicaragua. 
 
b) Países que cooperan para controlar la migración, detener el tráfico de drogas y fortalecer la seguridad en tierra y mar: los amigos, los buenos, los que le hacen continuas reverencias y le ríen la gracia: Argentina, el Salvador, República Dominicana, Paraguay, Perú, Ecuador y Guatemala, e incluso Honduras. A estos hay que añadirles Chile, que se incorporará dentro de tres meses, gracias al resultado en las últimas elecciones celebradas en estos días. (¡Ah si el pobre Allende levantara la cabeza!)
 
c) Resto de países: A estos la zanahoria y el garrote. Dependiendo del humor que tenga el amo del mundo ese día.
 
Y así están las cosas. Bastante claritas, diría yo. Podría seguir, pero como siempre, me salí del tiesto.
 
Juan Ramón Hernández Valerón
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