Mi gato Pichi, uno más de mi familia
A nadie se le escapa, sobre todo a la persona que alguna vez haya convivido con un perro o un gato en casa, lo importante que son los animales en nuestras vidas. Y, sobre todo, el impacto que supone la pérdida de uno de ellos para la familia o para sus dueños más directos.
En estos días he sentido el profundo dolor que ha supuesto la pérdida de mi gato. En mis hijos, en mi pareja y en mí misma. Unas extrañas y rápidas complicaciones en su estómago y una operación posterior que mi querido Pichi no tuvo las fuerzas necesarias para aguantar y superar, ha dejado tras de sí, una desolación en cada una de las personas que durante sus cinco años de vida, hemos tenido la fortuna de compartir existencia con él.
Su partida me ha llevado a reflexionar sobre la presencia de animales domésticos, sobre todo perros y gatos, en la vida de escritoras y escritores de todos los tiempos. ¿Cómo no recordar Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, nuestro Premio Nobel de Literatura 1956? La obra, publicada en 1914, recrea de forma poética la vida del burro Platero, inseparable amigo de niñez y juventud del poeta de Moguer (Huelva), en un especie de diario en el que el autor va relatando aspectos de su pensamiento y viviencias.
También me vino a la cabeza las distintas imágenes de nuestro más laureado escritor, Benito Pérez Galdós, quien aparece en diversas fotos acompañado por perros, como la que se expone en la Casa-Museo Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria, donde se puede ver al autor de Los Episodios Nacionales con su perro en la finca familiar de "Los Lirios", en el Monte Lentiscal, en Santa Brígida, durante su visita a Gran Canaria en 1894. O esa instantánea inolvidable del escritor canario con la cabeza cubierta por una boina fumando un puro sentado junto a un perro.
Y ya que hablamos de escritores canarios, recuerdo también la lectura de Los nombres prestados de nuestro inolvidable Alexis Ravelo, un obra con la que se hizo con el Premio de Novela Café Gijón 2021, en la que el protagonista, Tomás Laguna, un supuesto corredor de seguros jubilado llega a un pueblo para disfrutar de su jubilación en compañía de su perro Roco. Roco, lejos de ser un personaje secundario, se convierte en un personaje central de la novela, siendo además quien cierre la misma con sus reflexiones sobre la vida y la muerte. Y no menos importante el mítico Faycán, protagonista de Faycán: Memorias de un perro vagabundo, la memorable obra de literatura infantil del escritor canario Víctor Doreste, un perro vagabundo que vive sus aventuras entre la zona de la plaza del mercado de Vegueta y el barranco Guiniguada, en la capital grancanaria.
Son múltiples los personajes de cuatro patas reseñables dentro de la literatura universal. Por nombrar algunos, ahí están Orfeo, el perro que ofrece un silencioso consuelo a Augusto, protagonista de la novela Niebla de mi admirado Miguel de Unamuno; Gipsy, la perra mestiza a quien la escritora británica Virginia Woolf hizo protagonista de diversas aventuras; el perro que protagoniza el cuento “Indagaciones” del autor nacido en Praga en 1883, Franz Kafka, un can filósofo que cuestiona su propia existencia y las normas de su sociedad canina, o Cipión y Berganza, perros que hablan y critican la sociedad en las Novelas ejemplares (1613) del gran Miguel de Cervantes.
¿Y cómo no recordar a Toto, el perrito que acompaña a la pequeña Dorothy hasta el mundo del El maravilloso mago de Oz junto a un Espantapájaros sin cerebro, un Leñador sin corazón y un León cobarde? La obra del escritor estadounidense L.Frank Baum, se hizo mundialmente famosa en 1939 con la adaptación musical al cine El mago de Oz, interpretada por una joven Judy Garland de 16 años, en el papel de Dorothy.
Y otros no menos legendarios que han marcado el género del cómic y los dibujos animados como el mítico Milú, el compañero inseparable de Tintín, el joven reportero de ficción obra del historietista belga Hergé, seudónimo de Georges Prosper Remi; o el asustadizo y cobarde gran danés Scooby-Doo, quien junto a su amigo humano Shaggy Rogers, resuelve misterios paranormales como la pandilla de Misterios S.A. De Scooby-Doo y su camioneta La Máquina del Misterio, se han hecho multitud de series y películas desde 1969.
Por cierto que Madrid rinde desde 2023 un peculiar homenaje a un perro real, no de ficción. Se llamaba Paco y fue un perro callejero que recorrió las cafés y restaurantes de moda de finales del siglo XIX por donde también estuvieron algunos de nuestros grandes literatos como Valle-Inclán o Benito Pérez Galdós. Era la época del Madrid de las tertulias, en cuyos cafés y bares del centro se reunían escritores, periodistas y filósofos, y con ellos, Paco, un peludo que recorría los teatros y cafés de moda buscando calor, cariño y alimento. Tal era su presencia y relevancia que se convirtió en el protagonista de numerosas crónicas periodísticas de finales del siglo XIX. Desde hace un par de años, Paco cuenta con una estatua propia que lo recuerda, obra del artista Rodrigo Romero Pérez, en la calle Huertas número 71, en el centro neurálgico del llamado Barrios de Las Letras.
Y si nos vamos a los gatos, ahí están Plutón, el gato protagonista del cuento de terror del escritor estadounidense Edgar Allan Poe, El gato negro, publicado en 1843 y considerado como uno de los más terroríficos de la historia de la literatura policiaca; o Kafka en la orilla, del escritor japonés Haruki Murakami, protagonizado por gatos que hablan y guían.
En la literatura infantil, ¿quién no conoce las aventuras de El Gato con Botas, cuento popular europeo recopilado en 1695 por Charles Perrault? Un cuento que relata las triquiñuelas que un astuto gato lleva a cabo en beneficio de su dueño pobre para que logre la fortuna y la clase social necesaria para casarse con su princesa amada.
Y no digamos nada del gato de Cheshire, el icónico personaje de Alicia en el País de las Maravillas, obra de Lewis Carroll escrita en 1865, conocido por su sonrisa amplia y su habilidad para desaparecer gradualmente, dejando solo su sonrisa; un ser felino filosófico y sarcástico que guía a Alicia por el mundo surrealista del País de las Maravillas.
El hecho de que los creadores de la palabra conviertan a sus mascotas en personajes de novela, cuentos y relatos es muestra más que evidente de lo importante que son para los seres humanos y lo cruciales que son en nuestras vidas. Por eso, ahora que vienen las fiestas de navidad, quiero invitar a las personas a tomarse muy en serio eso de regalar un perrito o un gatito como ofrenda navideña. Los animales domésticos son seres que dependen de nosotros, para lo bueno y para lo malo. No son juguetes a los que podemos quitar las pilas y dejarlos por ahí arrinconados. Son seres a los que hay que cuidar, alimentar, jugar con ellos, sacar a pasear, adiestrar, hablarles y, sobre todo, sobre todo, quererles, darles mucho cariño y atención. Ellos nos lo devolverán multiplicado por mil.
Y no es cierto eso de que los gatos sean egoístas y vayan siempre a lo suyo. Su carácter felino les hace ser menos dóciles que sus compañeros perrunos, pero también saben mostrar cariño y hacerse querer. Esperarte tras la puerta cuando escuchan tus pasos subir por las escaleras, acompañarte cuando visitas el baño y esperarte a que termines tus cosas mientras juegas con ellos; sentarte a tu lado o justo en medio de tus pies en la cocina, para ver si se te escapa algo mientras preparas el almuerzo; acurrucarse sobre tu pecho cuando llega el momento del mimo y las caricias, o tumbarse a tus pies en la cama a la hora de convocar a Morfeo.
Esta columna de hoy, además de servir, en cierta manera para exorcizar el profundo dolor que me ha producido la muerte tan repentina de mi amado gato Pichi, a quien ya echo en falta y cuya presencia busco que me asalte en cada estancia de la casa, he querido recordar lo importante que son para todas y todos esos seres vivos que comparten nuestras vidas, a los que a veces solo alimentamos sin más como si no requirieran más cuidados, respeto y atención, y nos olvidamos de que lo verdaderamente importante no es lo que nosotros les damos sino lo que ellos, esos compañeros de vida fieles y leales que son nuestras mascotas, aportan a nuestra existencia.
Las risas que nos han provocado, los juegos que hemos compartido y los destrozos y problemas que han generado, que también los hay. Todo aquello que significa ser uno más de la familia, como lo fue Pichi, mi gato, un tipo peludo que me ha dejado los muebles arañados, la ropa llena de pelos y el corazón herido pero repleto de grandes y felices recuerdos que atesoraré con amor para el resto de mi existencia.
El único gato con el que he tenido la fortuna de compartir vida desde que llegara a casa una tarde de noviembre lluviosa, con apenas un mes de vida, portando una cabeza desproporcionada para el resto de su pequeño cuerpo y envuelto en una chaqueta de mi hija Carla, quien lo había recogido momentos antes junto a unos contenedores de basura mientras intentaba caminar despatarrado sobre el asfalto mojado. Un gato a quien costaba comer por sí solo y a quien, en un primer momento, desconocía ni con qué alimentarlo. Un gato de ojos azules cuyo color fue trasmutando hasta convertirse en un marrón de pupilas a través de las que apenas veía, aquejado de una ceguera galopante. Un gato que se convirtió en un felino tranquilo y dócil, que se dejaba coger y arrullar envuelto en un precioso pelaje amarillo que llamaba la atención de todo aquel que lo conociera.
El mismo gato, mi Pichi, al que ahora lloro y extraño; el mismo que rápidamente se convirtió en lo que ya será para siempre: un miembro más de mi familia.
































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