
El río tembló al verlo llegar tan desesperado, dispuesto a cometer una locura. Una de tantas, porque no era la primera vez que presenciaba trágicos finales. Se estremecía al recordarlo y se agitaron sus aguas con el choque del cuerpo que cayó sobre ellas, dejándose arrastrar por la corriente. Decidido a evitar una nueva tragedia, el río interpuso un madero que impidió al suicida precipitarse por los rápidos. Luego, encrespándose en un remolino transparente, se enfrentó al hombre.
-¿Por qué te quieres matar?
-Por amor. Por un amor no correspondido.
-¿Qué dices, hombre? Tu amor por ti mismo debe ser más importante. Morir por alguien que no te ama como tú quieres es absurdo, una verdadera estupidez. Tu vida es la que prima y seguro que te esperan miles de experiencias dignas de ser vividas. ¡Quiérete a ti mismo, por encima de todo, y nunca necesites a nadie tanto como para anular tu identidad! Se pierde la libertad cuando se depende emocionalmente de otra persona.
El hombre, asombrado, se conmovió. No daba crédito a lo que había escuchado y se quedó mirando al agua cuando ésta cobró su forma habitual. Luego se aferró al puntal que le había salvado y, sin mucho esfuerzo, consiguió alcanzar la orilla, pensando que su mundo interior había dado un vuelco radical. Ahora apreciaba la vida y todo lo que ella significaba. Antes de alejarse, miró tiernamente al río y le dio mil gracias.
Y el río sonrió. Sus aguas bulleron de alegría.
Texto: Quico Espino
Foto: Google






























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