Fin de trimestre
Se cierra un trimestre académico y, con él, la primera etapa de este curso que no solo se mide en contenidos aprendidos o evaluaciones superadas, sino también en el clima social y político que nos ha acompañado durante estos meses. Un trimestre marcado, en lo colectivo, por el ruido constante de los escándalos políticos, las descalificaciones personales y la sensación de parálisis institucional. Sin presupuestos, sin avances legislativos relevantes y con una política cada vez más alejada de las preocupaciones reales, muchos ciudadanos de a pie nos preguntamos para qué sirve tanto concejal, tanto diputado y tanto senador si los problemas siguen intactos y la crispación crece. Y lo más peligroso, los alumnos se cuestionan que para qué sirve estudiar si los modelos que tienen en los medios y en las redes sociales ejemplifican todo lo contrario.
Ha sido un trimestre cargado de titulares negativos y escaso en noticias que alimenten la esperanza. La solidaridad y las buenas prácticas parecen relegadas a espacios marginales mientras el foco mediático se centra en la confrontación. Además, la memoria colectiva es frágil: ya casi no se habla de Gaza ni de cómo miles de personas sobreviven allí en condiciones inhumanas; ni de Ucrania, que ha dejado de ocupar portadas, como si el sufrimiento tuviera fecha de caducidad; ni de las decenas de guerras activas en el mundo que permanecen invisibles, pese a que cada día mueren miles de personas o pasan hambre en silencio. El dolor ajeno se normaliza y el cansancio informativo nos vuelve indiferentes. Conozco cada vez más personas que ya han optado por no informarse, ni por la prensa ni por la radio ni por la televisión.
En este contexto, cientos de miles de alumnos en España reciben estos días las notas de su primer trimestre. Para algunos, llegan las alegrías del esfuerzo reconocido; para otros, las decepciones, las dudas y, en ocasiones, la etiqueta temprana del fracaso. Y surge una pregunta que merece ser formulada, especialmente en la etapa de Primaria: ¿para qué sirven realmente las notas? ¿Evalúan el aprendizaje o solo lo reducen a un número? ¿Ayudan a crecer o, a veces, solo comparan, clasifican y generan ansiedad?
Quizá este final de trimestre sea también un buen momento para reflexionar sobre qué tipo de educación y de sociedad estamos construyendo. Una educación que debería formar personas críticas, empáticas y comprometidas, capaces de mirar más allá de su entorno inmediato y de no olvidar que el mundo no se acaba en un boletín de calificaciones ni en un titular incendiario. Frente a una realidad social crispada y un panorama internacional desolador, la escuela puede y debe ser un espacio de esperanza, de pensamiento y de humanidad.
Porque, al final, educar no es solo transmitir conocimientos ni gobernar es solo ocupar cargos. Ambos deberían servir para mejorar la vida de las personas. Y quizá convenga recordarlo con una idea sencilla pero poderosa: cuando olvidamos para qué sirven las cosas, corremos el riesgo de perder aquello que de verdad importa.
Esteban Gabriel Santana Cabrera
Maestro de Primaria
































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