El acoso político: un vicio transversal al poder

Pedro Lorenzo Rodríguez Reyes.

[Img #9373]Los últimos acontecimientos en el ámbito político me han llevado a una reflexión inevitable, el acoso a las mujeres en la política no pertenece a un partido, ni a una ideología, ni a una corriente específica. Es un vicio transversal que se reproduce en todos los espacios donde el poder sigue estando mayoritariamente en manos de hombres. Pretender que se trata de un problema “del adversario” es una forma más de negarlo y, peor aún, de perpetuarlo.

 

En todos los partidos sin excepción se repiten las mismas prácticas: comentarios fuera de lugar, insinuaciones disfrazadas de cercanía, presiones silenciosas, chantajes implícitos y castigos velados a quienes se atreven a poner límites o denunciar. Cambian los discursos públicos, pero no siempre las conductas privadas. El acoso no entiende de siglas; entiende de jerarquías.

 

Lo más grave no es solo la conducta del acosador, sino la reacción del entorno político. Se activan mecanismos de encubrimiento, se relativizan los hechos, se pide “prudencia” a la víctima y se protege al agresor bajo el argumento de la conveniencia electoral o la unidad partidaria. Así, el poder se vuelve un escudo y la mujer, un daño colateral.

 

La política, que debería ser un espacio de representación y servicio público, se convierte para muchas mujeres en un campo minado. No se las evalúa solo por su capacidad o propuestas, sino por su apariencia, su disponibilidad y su silencio. Cuando hablan, se las acusa de exagerar; cuando callan, se normaliza el abuso.

 

Reconocer que el acoso atraviesa a todos los partidos no debilita a la política: la fortalece. La debilita, en cambio, la hipocresía de condenar solo cuando conviene y mirar hacia otro lado cuando el agresor es “de los nuestros”. La ética no puede ser selectiva ni partidaria.

 

Erradicar este vicio exige reglas claras, sanciones reales y una voluntad política que no dependa del color del partido ni del costo electoral. Pero, sobre todo, exige romper la cultura machista que sigue entendiendo el poder como un espacio de impunidad masculina.

 

Mientras el acoso siga siendo tolerado en nombre de la gobernabilidad o la estrategia, la política seguirá fallándole a las mujeres y, con ellas, a la democracia.

 

Y no, el acoso no es patrimonio exclusivo de la política, también existe en la iglesia, se oculta bajo el silencio reverencial y el miedo al cuestionamiento de la autoridad moral. En las empresas, se maquilla como oportunidades laborales, evaluaciones subjetivas o “malentendidos”. En todos los casos, el patrón se repite: hombres protegidos por sistemas que minimizan la denuncia y mujeres obligadas a cargar con la culpa, la vergüenza o el costo profesional de hablar.

 

Este artículo no es contra de los hombres, es a favor de las mujeres, a favor de su derecho a ejercer la política, la fe, el trabajo y la vida sin miedo, sin chantajes y sin silencios impuestos.

 

Pedro Lorenzo Rodríguez Reyes.

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