
El científico alemán Hans-Ulrich Schmincke murió en agosto sin que Mogán, el municipio canario que da nombre a un mineral único en el mundo, recordara su legado. La historia de la moganita es también la historia de qué patrimonio elegimos visibilizar.
El 24 de agosto de 2024, a los 86 años, moría en Alemania Hans-Ulrich Schmincke,
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… uno de los vulcanólogos más prestigiosos del mundo. Los obituarios de GEOMAR, el centro de investigación marina donde trabajó durante décadas, destacaron sus más de 300 publicaciones científicas, su premio Leibniz, el más importante de la ciencia alemana, y su medalla Thorarinsson de vulcanología internacional. Recordaron su pasión por la región volcánica de la Eifel y por las Islas Canarias, territorios a los que dedicó más de cinco décadas de estudio obsesivo.
En Mogán, el municipio del sur de Gran Canaria, cuyo nombre Schmincke ayudó a inscribir en la nomenclatura mineralógica mundial, su muerte pasó desapercibida. No hubo nota de prensa del Ayuntamiento. No apareció esquela alguna en los periódicos locales. No se guardó un minuto de silencio en ningún Pleno municipal. Las redes sociales del municipio, activas con promociones turísticas de playas y atardeceres, no mencionaron su fallecimiento. Nada. Como si nunca hubiera existido. Como si aquel barranco árido del interior no guardara un secreto que Schmincke ayudó a desvelar hace casi medio siglo.
1976: Dos expediciones, dos Mogán
Cuarenta y ocho años antes de su muerte, en 1976, Hans-Ulrich Schmincke tenía 39 años y caminaba bajo el sol implacable del Barranco de Medio Almud
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… con una libreta de campo, un martillo geológico y la curiosidad metódica de quien busca entender cómo se formó el mundo. Junto a él, O.W. Flörke y J.B. Jones examinaban las coladas de lava solidificada, los ignimbritos riolíticos, flujos de ceniza volcánica petrificada hace millones de años que formaban las paredes del barranco.
Entre las grietas de las rocas encontraron algo: fibras grises de aspecto vítreo, translúcidas, del tamaño de una lenteja, que rellenaban las fracturas como si alguien hubiera inyectado vidrio fundido en las entrañas de la tierra. Fragmentos modestos, apenas 4 × 2 × 1,5 milímetros, de color blanco nieve. Nada que sugiriera, a simple vista, que estaban ante algo extraordinario.
A pocos kilómetros de distancia, en la costa, Mogán vivía una transformación radicalmente distinta. En 1972, cuatro años antes, el ministro de Información y Turismo del régimen franquista, Alfredo Sánchez Bella, había inaugurado oficialmente Puerto Rico, la primera playa artificial calculada del mundo. Era un proyecto revolucionario diseñado por el ingeniero Pedro Suárez Bores en un barranco donde años antes los obreros compraban refrescos en una nevera que funcionaba con gas porque no había luz eléctrica.
Dos expediciones simultáneas al mismo territorio. Una buscaba oro turístico en la costa: hoteles, apartamentos, lo que algunos llamaron urbanismo en cascada que conquistaría los acantilados. La otra buscaba verdades geológicas en los barrancos interiores, en ese Mogán árido y olvidado donde las tierras nunca fueron deseadas tras la conquista por falta de agua e incomunicación.
Lo que Schmincke y sus colegas encontraron aquel día llevó el nombre de Mogán a la nomenclatura mineralógica internacional, desató una batalla científica de dos décadas y demostró que este municipio guardaba un secreto geológico más valioso que cualquier playa artificial. Un descubrimiento que tardó 23 años en ser reconocido oficialmente y que, casi medio siglo después, permanece tan olvidado como el barranco donde tuvo lugar y como el propio científico que lo hizo posible.
El contraste: cuando la costa se transformaba y los barrancos guardaban secretos
El Mogán de 1976 vivía entre dos mundos. Mientras la costa se llenaba de grúas y promotores, los barrancos del interior seguían siendo territorio de pastores, agricultores y científicos que rastreaban las huellas del vulcanismo canario. El contraste era brutal: turistas alemanes llegaban en vuelos chárter a tumbarse en Puerto Rico; científicos alemanes llegaban con martillos geológicos a estudiar las rocas del Barranco de Medio Almud.
¿Qué debió pensar Schmincke al caminar por aquel barranco? ¿Imaginó que aquel lugar remoto, sin un solo cartel turístico, sin agua corriente, sin apenas caminos, acabaría dando nombre a un mineral que aparecería en manuales de geología de todo el mundo?
El vulcanólogo alemán que amó Canarias
Hans-Ulrich Schmincke, nacido en 1937, era ya en 1976 un vulcanólogo reconocido. Pero aquellas fibras grises del Barranco de Medio Almud marcarían su carrera de una forma inesperada. Los análisis de laboratorio revelaron una paradoja: químicamente era dióxido de silicio puro, idéntico al cuarzo. Sin embargo, su estructura cristalina interna era completamente diferente. Como si alguien hubiera construido dos edificios con los mismos ladrillos pero siguiendo planos arquitectónicos distintos.
Schmincke dedicaría el resto de su vida, 48 años más, al estudio de Canarias. Trabajó en el prestigioso centro GEOMAR de Alemania, publicó cientos de artículos científicos y escribió en 2010, junto a Mari Sumita, un libro de referencia sobre la evolución geológica del archipiélago: Geological Evolution of the Canary Islands. Recibió el premio Leibniz en 1991, la medalla Thorarinsson de la Asociación Internacional de Vulcanología en 1993, y volvió muchas veces a Gran Canaria a lo largo de su vida, estudiando sus formaciones volcánicas, sus deslizamientos de ladera y sus depósitos submarinos.
Pero en Mogán, el lugar cuyo nombre lleva su firma en la mineralogía mundial, prácticamente nadie conocía su existencia.
La batalla científica: cuando nadie te cree y decides seguir adelante
Flörke y su equipo sabían que habían descubierto un mineral nuevo. En 1984, ocho años después de aquel día en el barranco, publicaron formalmente su hallazgo. Le pusieron nombre: moganita, en honor al municipio donde apareció por primera vez. Era un reconocimiento permanente, pensaron, para aquel territorio volcánico del sur de Gran Canaria. Pero la Asociación Mineralógica Internacional (IMA), el organismo que decide qué es y qué no es un mineral oficial, no se lo creyó.
En 1994 llegó el veredicto: Rechazado. No había suficientes pruebas de que aquello no fuera simplemente una mezcla de cuarzo con impurezas. Para Flörke debió ser como un puñetazo después de casi dos décadas de trabajo.
¿Qué hace un científico cuando la comunidad internacional rechaza su descubrimiento? Flörke y Schmincke hicieron algo que algunos colegas consideraron un acto de rebeldía académica, un pecado cardinal: siguieron publicando artículos usando el nombre moganita como si hubiera sido aprobado oficialmente. Siguieron acumulando evidencias. Siguieron convencidos de que tenían razón y de que el tiempo se la daría. Era una guerra silenciosa entre la ciencia y la burocracia, entre la evidencia empírica y el conservadurismo institucional.
Hasta que en 1992 llegó el golpe definitivo.
Peter J. Heaney y Jeffrey E. Post, del Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian en Washington, publicaron en enero de 1992 en la prestigiosa revista Science un estudio que cambió todo. Demostraron que la moganita no solo existía, sino que era sorprendentemente común: estaba presente en ágatas, calcedonias y sílex de todo el mundo. Había estado ahí siempre, mezclada con el cuarzo, invisible a simple vista.
Y aquí viene el dato que convirtió a Mogán en referencia científica mundial: las muestras del Barranco de Medio Almud tienen la concentración más alta de moganita jamás encontrada en el planeta. En algunos puntos alcanza una pureza de aproximadamente 82-85%. Ningún otro lugar del mundo supera esa cifra.
En 1999, después de 23 años desde el descubrimiento inicial, la Asociación Mineralógica Internacional rectificó. La moganita fue aceptada oficialmente como especie mineral válida con el número IMA 1999-035.
El patrimonio invisible
Hoy, si visitas el Barranco de Medio Almud, no encontrarás ninguna señal de que estás en un lugar relevante para la ciencia mundial. No hay placas conmemorativas. No hay rutas interpretativas. No hay centros de información. Nada que indique que aquí se descubrió un mineral único que da nombre al municipio en bases de datos científicas, museos y revistas especializadas de todo el planeta.
Mientras tanto, Puerto Rico y Puerto de Mogán reciben cada año cientos de miles de turistas atraídos por el sol, la playa artificial y el puerto deportivo. Mogán se vende al mundo como destino de sol y playa, clima privilegiado y aguas tranquilas. Todo eso es cierto. Pero nadie menciona que este territorio tiene una relevancia científica mundial.
La moganita se ha convertido en un indicador geológico fascinante: su presencia sugiere que hace millones de años existieron lagos de agua salada que se evaporaron, dejando estas formaciones minerales como testigos silenciosos de climas antiguos, de paisajes que ya no existen. Los geólogos de todo el mundo conocen la moganita de Mogán. Pero en el propio municipio, el descubrimiento es prácticamente un secreto.
Una paradoja moganera: cuando el desarrollo turístico olvida el conocimiento
La historia de la moganita es también una historia sobre prioridades, sobre qué patrimonio elegimos visibilizar y cuál dejamos en el olvido. Es la historia de dos expediciones simultáneas al mismo territorio: una turística, que transformó la costa en urbanizaciones verticales; otra científica, que descubrió un tesoro mineralógico en los barrancos interiores.
Una fue celebrada con inauguraciones oficiales y ministros. La otra pasó desapercibida durante décadas, incluso después de ser reconocida internacionalmente.
Es también una historia sobre identidad. Mogán podría presumir de tener el mineral con mayor concentración de moganita del mundo. Podría crear rutas geoturísticas, señalizar el barranco, instalar paneles interpretativos, incluir este patrimonio en sus materiales de promoción. Podría convertir un espacio en un pequeño centro de interpretación sobre vulcanismo y mineralogía canaria. Podría invitar a escuelas y universidades a conocer el lugar donde se hizo historia de la mineralogía.
Podría, simplemente, nombrar una calle en honor a Schmincke. Un gesto que no costaría nada y significaría todo: el reconocimiento de que un científico extranjero amó este territorio lo suficiente como para dedicarle décadas de estudio, y que ese conocimiento forma parte del patrimonio del municipio tanto como sus playas y sus acantilados.
Pero casi medio siglo después, el Barranco de Medio Almud sigue siendo un lugar remoto y olvidado, conocido solo por algunos pastores, excursionistas ocasionales y los científicos que buscan sus muestras minerales.
El legado de Schmincke: una deuda pendiente
Cuando Hans-Ulrich Schmincke murió el verano pasado, los medios científicos alemanes destacaron su contribución al conocimiento del vulcanismo. Sus colegas recordaron su pasión por la Eifel y por las Islas Canarias, territorios volcánicos que estudió con obsesión durante más de cinco décadas.
En Mogán, su muerte pasó desapercibida. Nadie lo recordó en el municipio cuyo nombre ayudó a inscribir en la historia de la mineralogía mundial.
No hay una calle Hans-Ulrich Schmincke en Mogán. Ni una plaza O.W. Flörke. Ni un mirador J.B. Jones en el Barranco de Medio Almud. Nada que honre a los científicos que pusieron este territorio en los manuales de mineralogía de todo el mundo. Mientras Puerto Rico tiene calles con nombres de promotores turísticos y urbanizadores, los barrancos del interior permanecen sin memoria de quienes los estudiaron y los dieron a conocer a la ciencia.
Otras localidades españolas han honrado a los científicos que estudiaron su territorio. En Almería, una calle lleva el nombre del geólogo alemán Oskar Roewer. En Granada, varias calles recuerdan a mineralogistas del siglo XIX. En Canarias, La Palma tiene un observatorio astronómico con nombres de científicos internacionales en sus instalaciones.
Mogán podría hacer lo mismo. Una simple placa en el Barranco de Medio Almud explicando el descubrimiento. Una calle Schmincke en Puerto de Mogán o en el casco de Mogán pueblo. Un pequeño panel interpretativo con fotografías del mineral y de sus descubridores.
Gestos sencillos que costarían poco y significarían mucho: el reconocimiento de que el conocimiento científico también es patrimonio, de que quienes estudian nuestro territorio merecen ser recordados.
La moganita sigue ahí, en las grietas del Barranco de Medio Almud, testimonio silencioso de procesos volcánicos antiguos. Sigue siendo el lugar con mayor concentración de moganita del planeta. Sigue llevando el nombre de Mogán a laboratorios, museos y publicaciones científicas de todo el mundo.
Pero en el propio Mogán, ese patrimonio permanece invisible. Como si el descubrimiento nunca hubiera ocurrido. Como si aquel 1976, cuando el turismo conquistaba los acantilados y la ciencia descubría un mineral único, solo importara una de las dos historias.
Juan Vega Romero
Fotos: Google





























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