
Agaete brillaba todo el año, pero en diciembre… era distinto. No solo por el reflejo de las luces sobre las fachadas blancas que lo hacía parecer envuelto en magia, ni por el árbol gigante de su plaza conocido en toda la isla, sino por el ambiente que se creaba en sus calles: olor a brisa marina y a café recién hecho, risas en los puestos del mercadillo, turistas atraídos por las fotografías de las revistas…
Alma llevaba años sin volver allí por Navidad. Desde su mudanza a Tenerife todo era trabajo y prisas. Excusas que se inventaba para obviar el apretón que le daba en el pecho cuando pensaba en él: Álvaro.
Ambos fueron inseparables durante su infancia, convirtiéndose en los mejores amigos del mundo en el instituto, hasta que la vida los llevó por caminos distintos. Ella se mudó a la isla de enfrente a ejercer medicina; él, se quedó en Agaete para trabajar en las tierras de su padre. No hubo discusiones ni reproches. Solo un adiós lleno de promesas incumplidas y silencio.
Pero aquel año, algo la empujó a regresar. Quizá fuera la nostalgia de pasar las fiestas en la calidez de la familia, en lugar de en los fríos pasillos del hospital… o quizá una corazonada que llevaba semanas inquietándola.
Llegó al muelle al atardecer, justo cuando se encendían las luces de las farolas. El cielo estaba teñido de rosa, el mar calmado y el aire olía a chocolate caliente. Arrancó el coche y se dirigió a la casa familiar, situada justo a un lado de la plaza, intentando no pensar. No sentir.
Todo estaba igual: el bar de “El Perola” lleno de gente, los niños jugando en la plaza, las mismas luces adornando la plaza.
Y entonces escuchó su voz.
—Alma…
Álvaro estaba en la esquina, a pocos metros de su coche, sosteniendo una caja llena de naranjas. El cabello un poco más largo, la barba más marcada y tupida, pero la misma sonrisa de siempre, esa que tantas veces la deshacía.
—Hola… —respondió, disimulando el temblor de su voz—. No esperaba verte.
—Yo sí —dijo él sin rodeos—. Tu abuela está muy emocionada por tu visita y ha estado diciéndole a todo el pueblo que volvías a casa por Navidad.
La típica conspiración familiar. Alma sonrió.
—Umm…naranjas de la huerta de la finca de tu padre. Ya había olvidado cuánto me gustaba ese olor. ¿Sigues vendiéndolas en el mercadillo?
—Sí. Ya sabes, negocio familiar — contestó él, colocándose el pelo con gesto nervioso. —Este año empezamos a elaborar turrón de frutas. ¿Quieres probar uno?
Ella aceptó. El sabor a naranja era dulce, fresco. Puro Agaete.
—Esta buenísimo.
Álvaro la observó con ternura recordando cada uno de sus gestos, como si no hubiera pasado el tiempo.
—Alma, ¿te quedas toda la Navidad?
Ella quiso responderle que no, que solo unos días porque tenía que volver al trabajo, pero las palabras no salieron de su boca. En cambio, dijo algo que pensaba decir:
—Aún no lo sé. Quizá me quede un poco más.
Él se alegró… y ella lo notó en sus ojos.
—¿Te apetece pasear?
—¿Con la caja de naranjas, o sin ella?
Ambos rieron, soltando los nervios acumulados queriendo salir desde que se habían visto.
Y pasearon. Hablaron de todo y de nada, riendo juntos como siempre lo habían hecho, sintiéndose cómodos ante quien conocía todas las versiones del otro. Y sin darse cuenta, llegaron hasta el muelle, donde las luces reflejaban un camino dorado en el agua.
—Te eché mucho de menos cuando te fuiste —confesó Álvaro.
Alma se detuvo.
—Yo también a ti. Mucho más de lo que he querido admitir todos estos años.
Él respiró hondo, como quien por fin se atreve a decir la verdad.
—No quiero que dejemos de vernos y nos escondamos tras las excusas del día a día.
Ella sintió el frío típico de diciembre en las manos, pero también el calor hogareño de quien se siente segura en el corazón.
—Ni yo.
Álvaro dio un paso y se acercó. No hubo dudas. La besó despacio, acariciándole el pelo con la suavidad de algo que se reconoce…y encaja. Las luces titilaron sobre ellos y el mar guardó silencio para escucharlos.
Alma apoyó la frente en su pecho.
—Quizá… esta Navidad sea el comienzo de algo nuevo.
—O la continuación de algo que nunca tuvo que haber acabado —respondió él.
Los dos se abrazaron y, bajo la atenta mirada de aquellas luces, entre el olor a sal y a Navidad, Alma supo que había regresado al lugar en el que su corazón siempre había querido estar.
Olga Valiente





























Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.42