Niebla

Quico Espino

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El día cuatro del pasado mes de noviembre se metió en Sardina una niebla que impedía ver la playa desde las ventanas de las casas. No se divisaba ni la carretera y no digamos Tamadaba, su Macizo y la Cola de Dragón que llega hasta la Aldea de san Nicolás de Tolentino. Como se dice de manera coloquial: ¡no se veía ni tres montados en un burro!
 
Como todas las mañanas, bajé a la playa a darme un baño, cuando el mar me  lo permite, y luego estuve alegando  con mis amigas y amigos playeros, que, salvo ocasiones, nos encontramos allí a diario, y en general coincidimos en que la bruma que nos visitaba no había estado nunca entre nosotros, que era la primera vez que se cernía sobre esta zona. Yo, desde luego, no la había visto en más de cuarenta y cuatro años que llevo viviendo en Sardina.
 
Alguien nombró el pueblo onubense de Niebla, con una muralla construida en el siglo XII, una de las poblaciones más bonitas de España y, de pronto, como quienes estaban presentes era gente que leía mucho, salieron a la palestra diversas novelas que tenían a la niebla en sus títulos, no ya como fenómeno meteorológico sino como elemento que se presenta en momentos de desasosiego frente a la claridad del paisaje que aparece cuando hay felicidad.
 
La primera obra que se nombró fue “La Niebla” (1980), de Stephen King, en la que la bruma es un anómalo componente que atemoriza y mata  a los habitantes de la pequeña ciudad de Bridgton, en Maine, uno de los Estados Unidos, donde estalla una tormenta que acaba tan bruscamente como comenzó. Una novela que me leí cuando me gustaban las lecturas truculentas. Recuerdo que siendo estudiante universitario en La Laguna, me leí en una noche “El exorcista” (1971), de William Peter Blatty. No pude parar de leer hasta que la terminé, ya amaneciendo.
 
Otra novela que salió a relucir fue “Niebla” (1914), de Miguel de Unamuno, que, con el tiempo, se ha convertido en una de las obras más representativas de su autor, cuyo protagonista, Augusto Pérez, solitario, muy dado a filosofar, con preguntas sobre la existencia que le llevan a enfrentarse personalmente con su creador, traspasando el marco de la ficción, borrando así los límites que la separan de la realidad. Aparte del existencialismo, la obra aborda otros temas filosóficos tales como el libre albedrío y la inseguridad del hombre actual, preocupado por el destino y la muerte.
 
Otro factor sorpresa de la obra fue el hecho de que Unamuno inventara la palabra “nivola”, por novela, para marcar la distancia con el realismo, que había sido la corriente literaria anterior. 
 
Fue entonces cuando uno de los presentes apuntó que la obra de Unamuno versaba sobre el complejo de Edipo y la castración, o sea la inhibición sexual de Augusto Pérez, y alguien señaló que un montón de autores reconocidos habían hablado de  “Niebla” como si fuera un hito de la Literatura, con mayúsculas. Entonces, como si de un concurso se tratara, empezamos a decir nombres de autores que la habían elogiado, entre los cuales estaban Marcel Proust, Thomas Mann, William Faulkner, Jorge Luis Borges, Julio Cortazar, Octavio Paz...
 
También se habló de la escritora chilena María Luisa Bombal y su novela corta “La última niebla”, un trabajo misterioso, casi espectral, en el que se entremezclan la realidad con la ilusión, protagonizada por una dama oprimida que encuentra la luz a través de los sueños. La base de la trama es que el afán de reafirmación personal de esa mujer tiene su sustento en el deseo, pues va buscando la pasión y el placer. 
 
De repente alguien citó la niebla erótica, o del amor, y añadió que dicha niebla, que está causando furor, (un procedimiento basado en el frío que produce el vapor de nitrógeno a 160 grados bajo cero) promete brindar mayor placer tanto a las mujeres como a los hombres, estimulando las zonas genitales, lo cual hará subir la libido al instante, y, sobre la marcha, pensé en una historia que yo había leído, tiempo ha, relacionada con un pueblo en el cual se había cernido una bruma que impedía ver las caras y los cuerpos de la gente que estaban al lado. Se volcaron entonces en satisfacer sus deseos sexuales y en cada rincón se tropezaban con distintas personas que hacían el amor.  
 
De inmediato pensé que si en Sardina continuaba aquella niebla, pues a lo mejor sucedía lo mismo, aunque bien es cierto que nosotros sí nos veíamos perfectamente unos a otras entre la bruma que se había filtrado en nuestro cielo, hasta que, poco a poco, como por ensalmo, se fue disipando. 
 
Y el cielo se puso otra vez azul.
 
Texto: Quico Espino
Fotografía: Jonay Rodríguez Bordón.
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