Violentas agresividades de menores y entre menores

Nicolás Guerra Aguiar

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Cuando me acerco a los imprescindibles periódicos, estimado lector, encuentro titulares muy llamativos: estos incitan a la inmediata lectura. Así, por ejemplo, los múltiples encabezados durante el viernes 26 en torno a un violento suceso. Uno de ellos dice así: “Detenido un menor en Canarias tras atracar y robar la pensión a un anciano de 89 años en un cajero”. Salta a la vista que no solo destaca por la extensión del mismo sino, y sobre todo, por la presencia de cinco términos y dos secuencias muy precisos, tanto los primeros como las segundas: “Detenido; un menor; Canarias; atracar; robar; pensión; anciano de 89 años”.

 

Se conjugan, pues, varios elementos: un adolescente (edad no especificada); ubicación geográfica, Canarias, territorio dependiente del turismo; dos infinitivos (atracar – robar) traducen violencia, fuerza, agresividad. Añadamos lo económico, razón de ser de tal embate: se trata de la paga por jubilación, único ingreso mensual que percibe tal ciudadano casi noventón. Finalmente, el lugar: un cajero. Podría deducirse con seguridad que este da directamente a la calle, no es ubicación protegida con puerta y fechillo. Por tanto, a la vista y alcance de cualquiera.

 

Terminada la lectura del encabezamiento, y ya en el cuerpo de la noticia, nos enteramos también de que no solo hubo nocturnidad para la agresión sino que el menor... reside en un centro de acogida (¡aquí está la madre de la baifa!). Y como uno ya lleva leídos muchos comentarios de lectores que apostillan sobre parecidas informaciones, sospecho que para muchos de ellos no hubo rebosante regocijo, satisfacción o plenitud de gozo por el asalto, pero sí un subconsciente gustirrinín al poder identificarlo como migrante acogido.

 

Se trata, pues, de uno de esos miles de niños o iniciales púberes llegados directamente a Gran Canaria o con escala inicial en El Hierro - Tenerife (fundamentalmente del África Subsajariana) o Lanzarote – Fuerteventura, mayoritariamente del Norte africano. (Recordemos la reciente amenaza marroquí al señor Feijóo, aspirante a presidente del Gobierno: habrá mucha más inmigración si aquel se atreviera a no seguir los pasos del señor Sánchez sobre el Sájara Occidental. Chantaje al cual, dejo constancia, no ha respondido el Partido Popular.)

 

Y llegan, entonces, las reacciones contrarias a su acogida, pues a veces -yo digo a veces- determinados comportamientos de tales migrantes no invitan, precisamente, al logro de su integración social, al trato comprensivo, a la educación en valores y máximo respeto a los derechos humanos, esencias de cualquier país civilizado. Muy al contrario: voces y comentarios reclaman la inmediata expulsión o, como mal menor, la permanente reclusión en centros habilitados para tales fines. (Por cierto: ¿qué haría la sociedad con ellos una vez cumplida la mayoría de edad? ¿A qué países los repatriarían si ni tan siquiera tienen algún documento o certificado de procedencia? ¿Se abrirían las puertas de la frontera con Francia como destino final para muchos mientras otros continúan su nomadismo hacia Bélgica, Países Bajos, Reino Unido…, también naciones colonizadoras del continente africano?)

 

Destaco otro caso en el cual también menores de edad son protagonistas y, a la vez, algunos se convierten en víctimas propiciatorias de compañeros o desconocidos a causa de características físicas, psíquicas, genéticas, de comportamiento “antinatural” según retrógrados y reaccionarios puntos de vista o, simplemente, porque sí. Es, recordemos, el acoso (escolar, social…), también llamado en nuestra lengua acosamiento, persecución, asedio, cacería, hostigamiento, presión, arrinconamiento, agobio, atosigamiento, insistencia, incordio, molestia (Diccionario RAE)… sin tener que recurrir al anglicismo para demostrar rigor lingüístico, europeización y sabiduría poliglotizada.

 

Pues bien. Los cuerpos de dos jóvenas (15 y 16 años) encontradas muertas en Jaén no mostraban signos de violencia física ni hubo, según las investigaciones policiales, “participación directa de terceras personas”. Sin embargo, aparecieron sin vida: acaso suicidio, voluntaria eliminación de la existencia. ¿Por qué? Sus compañeros lo tienen claro: “Las dos habrían sufrido acoso escolar”. Y no todos los humanos, sobre todo a tales edades, tienen la misma fortaleza ante idénticas situaciones: algunos las superan. Otros no.

 

Visto lo visto, una observación: en ninguno de los periódicos mencionados he leído la exigencia por parte de lectores-opinadores (como sí sucede cuando se trata de migrantes) de una rigurosa investigación para localizar a los menores autores de tales hostigamientos. Y que una vez descubiertos y remitidos a la Fiscalía, esta trate como iguales las supuestas responsabilidades de los acosadores e incitadores y las que se reclaman para comportamientos agresivos como el caso del migrante.

 

Las disposiciones legales son claras: la responsabilidad penal de un menor y sus consecuencias deben ir dirigidas a “la reinserción social y la reeducación más que la finalidad sancionadora”. (¿Estará de acuerdo el “anciano de 89 años” atacado? Fríamente analizado, personalizando: ¿y si alguno de nosotros hubiera sido la víctima? ¿Cómo reaccionaría yo a mis siete largos decenios de vida? ¡Terrible dilema, complejísima encrucijada!) Además, las penas deben ser sustituidas por medidas según los criterios del juez, quien tendrá en cuenta las circunstancias especiales del menor (conceptosjuridicos.com).

 

Las migraciones, en fin, son desplazamientos inherentes al mundo animal y, por ende, al ser humano. Recordemos, si no, dónde se manifestó inicialmente tras los procesos evolutivos hasta llegar a la condición de homo sapiens. Sin embargo, el lunes escuché al señor vicePPresidente del Gobierno canario un planteamiento la mar de filosófico, oceánicamente científico (con todos mis respetos): “No puede ser que la gente se juegue la vida para intentar conseguir una vida futura y que la pierdan en el mar” (eldiario.es). Por tanto, como no es posible la propuesta de sus correligionarios populares (julio 2024) de enviar barcos de la Armada con sus cañones y todo para frenar la entrada de migrantes, “hay que cerrar fronteras”… canarias.

 

Es decir, algo así como evitar las pérdidas de vidas humanas en cayucales viajes marítimos desde las costas africanas convenciendo con estadísticas a senegaleses, mauritanos, guineanos… para que permanezcan en sus aldeas y sigan viviendo en la miseria... a pesar de la extraordinaria riqueza -oro, diamantes, petróleo, platino, gases, agricultura, pesca...- de aquel continente (por cierto: ¿en manos de quiénes?). A fin de cuentas ya están acostumbrados y han subsistido hasta el momento. Así, al menos, es seguro que no morirían de ahogamiento en aguas desconocidas, desnortados, extraviados.

 

Pero ellos desoyen entrañables, sabios y racionales consejos del hombre blanco y siguen echándose a la devoradora mar: el 29 de noviembre arribaron a El Hierro dos cayucos con cuatrocientos “pasajeros”. De otros solo llegan sus cadáveres. Es seguro que estos no hicieron caso al político ni a Paul Valery, autor francés de Le cimetière marin (‘El cementerio marino’), reflexión sobre la vida y la muerte.

 

Nicolás Guerra Aguiar

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