Sueño de trenes

Javier Estévez

[Img #6052]No existe nada más poético que una vida ordinaria.

 

Eso es lo que descubre uno al enfrentarse a Train Dreams. La película de Clint Bentley llega como esas obras que siempre esperas encontrar pero rara vez encuentras. Ciento tres minutos de magia. De poesía. Una cinta que habla de las personas que cargan con un dolor invisible: no solo por alguien que perdieron, sino por la vida, la familia o el futuro que nunca se materializó. Y sin embargo, entre ese dolor, hay destellos de luz tan intensos que te atraviesan.

 

Joel Edgerton construye toda una existencia con sus ojos melancólicos y maravillosamente expresivos. Nos lleva de la mano a través de los años de Robert Grainier, un hombre común y taciturno que busca para su vida un sentido del que carece en medio de un país salvaje e implacable. Lo vemos enamorarse, tener una hija, trabajar hasta el agotamiento. Vemos a las personas que conoció en el camino y que nunca pudo olvidar, aquellos que lo dejaron y los arrepentimientos que nunca lo abandonaron. Con una economía de gestos devastadora, Edgerton expresa más con una mirada que muchos actores con páginas de diálogo. Quizás sea este su trabajo más humano, más vulnerable, más inmenso.

 

La película se construye como viñetas, como recuerdos que cualquier persona tendría de su vida. Tiene esa atmósfera narrativa muy al estilo de Malick: contemplativa, episódica, casi onírica. El Oeste americano rara vez se ha visto tan hermoso. Los paisajes se despliegan como postales de un mundo solitario e indómito que ya no existe. Los planos, lentos y meditativos, nos invitan a detenernos. El uso matizado de la luz y la sombra convierte cada fotograma en una pintura. Es una de las experiencias visuales más placenteras del año, serena pero abrumadora, sencilla pero profunda, terrenal pero llena de magia.

 

Hay una secuencia conmovedora en la que los leñadores confiesan que les llega al alma esa existencia silenciosa y de siglos que llevan consigo los árboles que abaten. No son insensibles a la naturaleza prodigiosa y monumental en la que se encuentran. Esa confesión revela algo profundamente humano: estos hombres que trabajan hasta la extenuación no derriban árboles centenarios con indiferencia, sino conscientes del peso de lo que están destruyendo. Es una contradicción dolorosa —necesitan hacerlo para sobrevivir, pero sienten la magnitud de esa pérdida— que convierte a Grainier en algo más que un simple leñador. Es alguien que siente el paisaje, que comprende que está participando en algo más grande que él mismo. Hay una reverencia ahí, incluso en el acto de la destrucción, como si el silencio de esos árboles de siglos se comunicara con el silencio interior de estos hombres.

 

Bentley entiende que la vida cobra sentido solo cuando la vives. Que los eventos típicos —enamoramiento, paternidad, duelo, amistad— adquieren significado especial cuando se utilizan en una narrativa épica. Que la belleza reside en las pequeñas cosas que damos por sentado: una mañana tranquila con la familia, conversaciones con amigos, un paseo. Esos momentos que no apreciamos hasta que miramos atrás y vemos cuánto ha cambiado el mundo a nuestro alrededor. "No sé adónde van los años, Arn." "Bueno... si lo averiguas, avísame. Me gustaría pedirte que me devuelvas algunos." Ese breve diálogo es el epítome de todo: el paso implacable del tiempo, la nostalgia por lo que fue, el deseo imposible de volver atrás. Train Dreams llega a rincones del corazón que habíamos olvidado que existían. Nos hace pensar en lo que ha pasado y en lo que está por venir. Nos recuerda una vida que debería pertenecernos, una que de alguna manera extrañamos pero que nunca hemos vivido.

 

Sus últimos cinco minutos son un cierre perfecto. Conmovedor. Deslumbrante. Bastan ciento siete segundos, en una mezcla de belleza y devastación, para recordarte que sin importar cuánto dolor y sufrimiento encuentres en tu viaje, siempre existe la posibilidad de volverte a asombrar. De ver el mundo con ojos nuevos. De volver a sentirte invenciblemente feliz.

 

Qué airado es el arte, las cosas que nos hace. Las emociones que provoca, a veces, son emociones con las que nadie podría sobrevivir. Train Dreams es así: hermosa y cruel, alegre y triste, narcótica y dolorosa. Existe y se construye para indagar en un desgarro emocional real, para otorgar dignidad y belleza a sus personajes, para confirmar que la vida es exactamente eso: retazos de momentos que solo cobran sentido cuando los hilamos juntos. Por eso contamos historias. Para eso existe el arte.

 

Javier Estévez

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