Pepe, "el perola"El 30 de mayo de 1992, José Juan Jiménez Dámaso, para el mundo entero y parte de la galaxia, Pepe el Perola, decidió colgar la venta ambulante de loterías y apostar por la que sería la jugada ganadora de su vida: reabrir el viejo bar que dormía entre los estantes de la antigua tienda de aceite y vinagre de los hermanos Lasito y Antoñito. Y mira tú por dónde, el 30 de mayo de 2025, se cumplió ya treinta y tres años desde aquella locura gloriosa.
La aventura no empezó precisamente con un brindis: la veterinaria inspectora de Sanidad veía aquellos mostradores de madera y expositores del pleistoceno y le empezó a picar el ojo. Que si “hay que cambiarlos”, que si “esto no cumple la normativa”, que si “dónde va usted con esta reliquia”… Pero al final, tras mucho papeleo, sudores y algún que otro suspiro mirando al techo, el local fue catalogado como bien etnográfico. Resultado: todo se quedó igualito que siempre. ¿Higiénico? Bueno… digamos que era tradicional, era historia, y con eso bastaba.
Pepe es la paciencia hecha persona, un bonachón de manual… siempre que no le toquen los cataplines. Porque cuando alguien lo altera, le sale la “vena tupía”, y más vale apartarse si uno no quiere convertirse en víctima colateral. Y si la cosa se complica, ahí está siempre “ma” con la escoba, lista para impartir justicia con el método tradicional.
Hoy, El Perola no es solo un bar: es un bien etnográfico con ficha en la FEDAC de Gran Canaria, un templo donde las paredes cuentan historias y donde el sabor de un botellín no es el mismo que en ningún otro sitio. Porque, igual que el vaso influye en el vino, el lugar y el cantinero influye en el alma… y en El Perola las cosas saben mejor, más frescas y más nuestras.
Pero hoy… toca decir adiós
No es fácil despedirse de un lugar que huele a recuerdos, a madera vieja, a conversación sincera y a manises esparramaos. Un sitio donde uno entraba a por un botellín y salía con dos amigos nuevos, tres anécdotas y alguna que otra verdad universal descubierta a base de charla.
Quizá cierre la puerta, quizá las luces se apaguen, quizás las enciendan otros, pero lo que se vivió ahí dentro no lo borra nadie. Ni la normativa, ni la modernidad, ni las prisas del tiempo.
Ojalá llegue un día en que volvamos a celebrar algo juntos, aunque sea en otro sitio, aunque sea de otra forma. Mientras tanto, nos quedamos con los recuerdos, con las risas, con los manises y con la escoba de ma y el espíritu de pa, siempre listos para poner orden en el caos.
Gracias, Pepe. Gracias, Perola. Cambiará el cantinero del bar, pero no la historia.
Hoy nos comunica su cierre, con el mismo humor, el mismo espíritu y la misma escoba protectora de ma.
Muchas exitos en tu nueva situación Pepe. Y que viva El Perola.
José Ramón Santana Suárez






























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