
Cada 20 de noviembre, España vuelve a mirar hacia atrás. La fecha, marcada por la muerte del dictador en 1975, se ha convertido en un termómetro anual sobre el estado de la Memoria Democrática. En un país que lleva casi medio siglo de Democracia, el eco del franquismo no termina de disiparse. Y este año, como tantos otros, resurgen símbolos, consignas y debates que obligan a preguntarse por qué.
Memoria incómoda para generaciones que no la vivieron
Para buena parte de los jóvenes, el franquismo es un capítulo que se estudia en clase, una época en blanco y negro que parece pertenecer a otra España. Sin embargo, cuando llega el 20N, la aparente distancia histórica se estrecha: manifestaciones, homenajes, discursos revisionistas y polémicas en redes sociales trasladan el pasado al presente.
La fascinación de una parte mínima pero ruidosa de la juventud por iconografía o relatos nostalgizantes abre una pregunta incómoda:
¿Qué falla para que una dictadura con miles de víctimas pueda convertirse en un objeto de fascinación estética o un eslogan vacío?
Expertos apuntan a una mezcla de desconocimiento histórico, consumo irónico de símbolos y la búsqueda de identidades fuertes en un contexto político polarizado. Pero el resultado es el mismo: el franquismo vuelve, al menos como relato.
Una represión documentada que algunos intentan reescribir
La dictadura franquista dejó tras de sí un archivo de represión difícil de discutir: ejecuciones, cárceles, exilio, torturas, depuraciones laborales y una censura que penetró en todos los ámbitos culturales. Más de 100.000 personas siguen en fosas comunes sin identificar.
No son interpretaciones ideológicas: son datos acreditados por historiadores, archivos oficiales y organismos internacionales.
Y sin embargo, cada 20N emergen intentos de minimizar, relativizar o reinterpretar este pasado. La paradoja es evidente: mientras España sigue excavando fosas para recuperar a desaparecidos, algunos discursos insisten en presentar aquellos años como una etapa de orden y estabilidad.
El retorno simbólico: cuando lo que vuelve es el discurso
Decir que “Franco vuelve” no implica que el franquismo sea un proyecto político vigente ni que exista un riesgo real de restauración. El retorno es simbólico y discursivo.
Vuelve cuando se banaliza la represión.
Vuelve cuando se deslegitiman consensos democráticos básicos.
Vuelve cuando se enfrentan memoria y convivencia como si fueran antagónicas.
Vuelve cuando se normalizan discursos autoritarios en instituciones o redes sociales.
Y vuelve, sobre todo, cuando se explota el desconocimiento histórico de los jóvenes para vender una versión dulcificada del pasado.
Los jóvenes: entre la distancia y la vulnerabilidad al relato
Las nuevas generaciones no tienen recuerdos familiares directos del franquismo. Lo que saben depende del sistema educativo, de los medios y, cada vez más, de las redes sociales. En ese terreno, el ruido y la simplificación se imponen con facilidad a la historia rigurosa.
Para muchos jóvenes, la palabra “dictadura” no evoca miedo, sino algo abstracto. Y en esa distancia cabe la manipulación. Por eso varios historiadores insisten en que la educación en Memoria Democrática no es una cuestión ideológica, sino una necesidad cívica.
Los que sí lo vivieron: el déjà vu inesperado
Para quienes crecieron o trabajaron bajo la dictadura, el resurgir de estos discursos genera incredulidad. No se trata de revivir el trauma, sino de recordar lo elemental:
La Democracia española no cayó del cielo. Se construyó con renuncias, reformas y el esfuerzo de quienes vivieron durante 40 años sin libertades.
Que cada 20N se vuelva a debatir lo que debería estar claro demuestra que el pasado, cuando no se explica bien, nunca termina de irse.































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