El mundo según Trump

Juan Ramón Hernández Valerón.

[Img #32956]De cuando en cuando, la Historia nos sorprende con la llegada de ciertos gurús, visionarios que, amparados en un sistema democrático, utilizando todas las armas que este les ofrece, tratan de condicionarnos la vida, de meternos el miedo en el cuerpo, de no dejarnos respirar, de hacer de nuestra cotidianidad un infierno permanente. 
 
Uno de estos modernos visionarios es el Sr. Trump, el todopoderoso presidente de los Estados Unidos de América. Un día sí y otro también el mundo se despierta con alguna noticia cuyo protagonista es este señor presidente. Sus continuos devaneos marcan la agenda de los medios de comunicación de medio mundo produciendo en nosotros un continuo sobresalto por sus decisiones, sus discursos, sus aranceles y sus amenazas a todo lo que se mueve. El mundo se acuesta cada noche temiendo qué dirá o hará al día siguiente este desatado lenguaraz que no repara en nada, qué dispondrá este moderno señor medieval que pretende que los pobres habitantes de este mundo le rindamos continuas pleitesías. 
 
El título que encabeza este artículo está inspirado en un libro de John Irving titulado “El mundo según Garp”, un relato curioso, ameno y divertido. Es uno de esos libros que cae en tus manos un día y te sorprende nada más leer la primera página. Después no puedes parar su lectura y, cuando lo terminas, ya estás buscando otros de su mismo autor. Pero de ellos hablaré en otra ocasión. Hoy quiero centrarme en Trump y el mundo que quiere hacer a su medida.
 
El presidente más poderoso del mundo, según dicen los más entendidos, el todopoderoso señor Trump, es tan negacionista que uno de estos días terminará negándose a sí mismo, aunque al día siguiente niegue todo lo que negó ayer. Con él nunca se sabe, ¡es tan voluble! En su demencial cruzada contra los migrantes (según él son 25 millones, todos “delincuentes”) ha estado a punto de detenerse a sí mismo al acordarse de que él era hijo y nieto de emigrantes. (No hagan caso de esto último, pues me lo acabo de inventar). 
 
Volviendo a lo serio del asunto: lo malo, lo preocupante, es que el mundo está siguiendo su estela, girando a su alrededor como si se tratase de un planeta que orbitase alrededor de una estrella.
 
El mundo según Trump puede ser muchas cosas. Por ejemplo, un gran tablero de ajedrez en el que él es el rey y todos los demás son sus peones. Él decide cuándo empezar la partida y cuándo terminarla. El mundo puede ser un campo de golf al que es muy aficionado. Un coto de caza inmenso en el que le gusta disparar a todo lo que se mueva. Una partida de cartas que le haga ganar mucho dinero. O el juego de “hundir la flota”, que lo está practicando últimamente. Le encanta jugar a los barcos, y se entusiasma cuando acierta a hundirlos, pregonándolo por todo lo alto para que admiremos la estupenda puntería que aún tiene…En fin, el mundo según Trump es un espacio lúdico en el que se desenvuelve como pez en el agua para no aburrirse.
 
Para Trump el mundo es, para resumir, una sala de fiestas en la que ha construido una pista de baile hecha a su medida, para eso es su dueño. Le gusta ser el vocalista del grupo y el que inventa la letra y compone la música. Además, se encarga del decorado y diseña el vestuario, el que marca los pasos del baile e impone su ritmo. Como es el director, se  enfada seriamente si alguno no sigue los pasos que ha inventado, le llama la atención a gritos y, si le parece, lo expulsa y no le deja entrar de nuevo hasta que a él se le antoje. 
 
Mientras dura la fiesta todos quieren estar cerca de él, porque es un verdadero privilegio danzar a su lado para luego salir en la foto. Eso sí, cuando él lo decide, todo termina y no hay más que hablar. Con un simple e imperceptible gesto indica que es el momento en que todos los presentes estallen en un fuerte y prolongado aplauso ante el que permanece impasible, como si se lo debiesen.
 
Por supuesto, antes de abandonar la pista todos deben despedirse con grandes aspavientos y reverencias, y le besarían la mano si les dejara, deseando con todas sus fuerzas ser invitados una próxima vez. Luego se marchan satisfechos para sus países, sabedores que serán envidiados.
 
Sí, está claro. A Trump le encanta la exhibición, tanto personal como militar. Hace apenas dos meses ha enviado un enorme buque de guerra, el más grande del mundo, frente a las costas de Venezuela para luchar, dice, contra el narcotráfico, atacando a pequeñas embarcaciones tripulada por dos o tres personas. Han muerto más de 68. No ha mostrado ni una prueba real, pero no importa, el mundo se fía de su palabra, o mejor dicho, su palabra es ley. Si él dice que son narcotraficantes, pues así será.
 
Desde que llegó a la Presidencia no ha hecho otra cosa que poner freno a los avances feministas; ha recortado derechos sociales y civiles; no habla de la inflación que no ha parado de crecer desde que puso los pies en la Casa Blanca, de su falta de transparencia y de su no rendición de cuentas. Nada más vamos a decir de sus megalomanías. 
 
A nosotros, testigos involuntarios, espectadores sorprendidos ante tanto entusiasmo, ante tanto disfraz, ante tanta bajeza, no nos queda otra que decir que continúe la fiesta, porque el mundo, al fin y al cabo, no es más que una pista de baile en la que estamos obligados a bailar, aunque no nos guste esa fiesta ni ese baile y, ni tan siquiera, el cantante y compositor, y menos aún que nos marquen el ritmo que quiere imponer por muy moderno que les parezca a algunos.
 
A mí nunca se me dio bien el baile; sin embargo, siempre estuve y estoy dispuesto a escuchar buena música. Los malos sonidos jamás me hicieron levantar, como decía un  cantautor español.
Que canten y bailen los Mileis y los Bolsonaros, los Netanyahus y todas sus comparsas hasta que caigan exhaustos o abandonen la pista, y que el mundo, hastiado de estos bailarines  y de sus canciones, invente otros ritmos y otros modos de bailar antes de que sea tarde.
 
Juan Ramón Hernández Valerón.
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