GUAYADEQUE: donde el eco de la eco-isla se ahoga en diésel

Juan Vega Romero

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El Centro de Interpretación, un faro de sostenibilidad que emite hasta 32 toneladas de CO2 al año por la inercia burocrática.
 
Uno, que ya ha visto algunos vericuetos en esto de la gestión pública, llega a pensar que la ironía es el único lenguaje que la realidad entiende en ciertos despachos. Y si hay un lugar donde el sarcasmo se mastica con el polvo del camino, ese es el majestuoso, el inmaculado, el… bueno, el relativamente inmaculado Barranco de Guayadeque.
 
El viajero asciende por la serpenteante carretera, el aire puro acaricia el rostro ¡qué delicia! y, de repente, un cartel solemne, cual tablas de la ley, proclama: "Está usted en un espacio natural protegido. Respete la normativa. Monumento Natural". El pecho se hincha de orgullo, la conciencia ecológica florece. Aquí, parece decir la señal, la mano del hombre es apenas una caricia respetuosa sobre la faz de la tierra.
 
Pero, la realidad siempre tiene un cilindro diésel bajo la manga.
 
Ciento cincuenta metros más arriba, en la apacible quietud que debería envolver un "Centro de Interpretación", una de esas joyas que nos ilustran sobre la flora, la fauna y la importancia de la sostenibilidad , un ruidoso y humeante motor diésel bombea su sinfonía particular. ¿El objetivo? Proporcionar la chispa de vida a este templo del saber medioambiental. Una electricidad generada a base de carbón y petróleo miniaturizados, justo en el corazón de lo que se nos vende como un paraíso protegido.
 
La contradicción legal cuantificable 
 
Hagamos números, que la poesía admite la aritmética: un generador diésel de estas características consume aproximadamente 3-5 litros por hora de funcionamiento. Si el centro abre, digamos, ocho horas diarias durante 300 días al año, estamos hablando de entre 7.200 y 12.000 litros anuales. Eso se traduce en unas 19 a 32 toneladas de CO2 expulsadas al aire que los visitantes vienen a respirar mientras aprenden sobre… sostenibilidad.
 
La contradicción no es metafórica: es cuantificable, medible, facturable. Es una imagen digna de una película de Buñuel. El gran púlpito que nos alecciona sobre la preservación, se nutre de la misma contaminación que promete combatir.
 
La legislación en contra de la letra y el espíritu de la ley:
 
La operación de este generador, con su ruido y sus emisiones, contraviene de forma flagrante los objetivos de la protección legal. La Ley 42/2007 del Patrimonio Natural y la Biodiversidad (a nivel estatal) y la Ley 4/2017 del Suelo y de los Espacios Naturales Protegidos de Canarias (a nivel autonómico) tienen como fin primordial la conservación de la diversidad biológica, la geodiversidad y los valores paisajísticos, lo que implica, por definición, prohibir actividades que degraden la calidad del aire (emisión de CO2 y partículas diésel, infringiendo la Ley 34/2007 de Calidad del Aire) y alteren la quietud del entorno (ruido constante, incumpliendo los objetivos de calidad acústica de la Ley 37/2003 del Ruido).
 
En la práctica, el generador realiza una actividad tácitamente prohibida en un Monumento Natural: alterar las condiciones ambientales esenciales que se buscan proteger, como el silencio y la calidad atmosférica.
Un monumento natural sonorizado por el traqueteo de un generador, sus emanaciones danzando entre los endemismos botánicos. ¿Acaso el guion de la "ecoisla" incluye una banda sonora industrial para nuestros espacios más preciados?
 
La Paradoja de la burocracia
 
Aquí viene lo verdaderamente kafkiano: se nos cuenta que la noble intención de cablear la energía limpia desde el pueblo ha tropezado con la infranqueable burocracia de la protección medioambiental del propio barranco. La Ley 42/2007 del Patrimonio Natural y la Biodiversidad, en su celo protector, dificulta el tendido eléctrico en espacios como este. Es decir, la misma normativa que busca preservar Guayadeque es la que, paradójicamente, lo condena al bramido del diésel. El perro que se muerde la cola, pero en este caso el perro tiene un escape de gasóleo y el mordisco evidencia una severa falta de coordinación.
 
¿Y las alternativas? Porque uno, ingenuo, piensa: si no puede llegar el cable, ¿qué tal unos paneles solares? Canarias recibe más de 2.800 horas de sol al año, una de las cifras más altas de Europa. Una instalación fotovoltaica con baterías de almacenamiento podría alimentar el centro sin cables, sin ruido, sin humos. El coste inicial sería superior, pues hablamos de una inversión de entre 30.000 y 50.000 euros según la potencia, pero la amortización llegaría en pocos años y, sobre todo, la coherencia sería inmediata.
¿Acaso no es eso lo que se espera de un espacio que educa en valores ambientales? Pero no. Seguimos con el ronroneo del motor, que se convierte en banda sonora oficial de la incoherencia institucional.
 
La Responsabilidad Diluida
 
Y mientras el motor entona su letanía, uno escucha ecos lejanos de discursos grandilocuentes, de promesas de una isla verde, de un futuro sostenible, de una "ecoisla" que nos sitúe a la vanguardia. Argumentos vacíos que resuenan con la misma potencia que un megáfono desconectado. Porque la coherencia, esa virtud tan escasa en la política, parece haberse fugado por el mismo agujero por el que el cableado no pudo pasar.
 
La pregunta incómoda: ¿quién es responsable? ¿El Cabildo de Gran Canaria, gestor del espacio? ¿El Gobierno autonómico, custodio de la normativa medioambiental? ¿El ministerio competente en Red Eléctrica? En estos casos, la autoría de la parálisis se diluye en un juego de espejos administrativos donde todos señalan hacia otro lado mientras el generador sigue escupiendo partículas de diésel sobre el patrimonio que juraron proteger.
 
Guayadeque, monumento natural y centro de interpretación con banda sonora diésel, se convierte así en un monumento a la contradicción. Un recordatorio tangible de que entre el discurso y la realidad, a menudo hay un generador de por medio, escupiendo humos y evidenciando la falta de voluntad política al viento. La "ecoisla" quizás esté en construcción, pero en Guayadeque, de momento, suena a motor de combustión. Y seguirá sonando hasta que alguien, en algún despacho con aire acondicionado y electricidad limpia de la red, decida que un espacio protegido merece algo más que un parche ruidoso.
Hasta entonces, el eco del barranco tendrá competencia: el eco de nuestra propia incoherencia.
 
Nota: Situación verificada personalmente por el autor en el Museo de Guayadeque en noviembre de 2025. El generador diésel continúa en funcionamiento.
 
Juan Vega Romero
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