Déjalo ser un cuento: pogromo y genocidio cultural en Gaza
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Escribió Antonio Machado que «un pueblo es siempre una empresa futura, un arco tendido hacia el mañana». Por eso los genocidas lo destruyen todo, para que no haya futuro ni memoria. Después de la Segunda Guerra Mundial, y a raíz de de los juicios de Nuremberg, se tipificó el genocidio cultural (término acuñado por Raphael Lemkin) como la destrucción de aquellos rasgos característicos de un grupo humano mediante el borrado de cualquier signo identitario. Para ello se recurre al exterminio de niños o al secuestro, despojándolos de su familia; al exilio forzoso de las personas que representan la cultura de un grupo, a la prohibición de utilizar la lengua nacional y la destrucción de los libros impresos en su idioma. La destrucción sistemática del patrimonio histórico, cultural y religioso también constituyen un objetivo para aquellas fuerzas que buscan suprimir una civilización. Podría decirse que en el centro de un genocidio está el odio a una colectividad y el exterminio de la misma privándola de cualquier rasgo de identidad cultural. Se atacan intencionada y brutalmente escuelas, universidades, edificios religiosos, museos, hospitales, centros de ayuda humanitaria... El destrozo de los bienes culturales se hace al mismo tiempo que la matanza de seres humanos. No hay balas –ni proyectiles ni bombas– perdidas en un genocidio. La relatora especial de la ONU para los Territorios Palestinos Ocupados, Francesca Albanese, estima en 380.000 los niños menores de cinco años fallecidos. El pogromo que está llevando a cabo Israel en Gaza y Cisjordania obedece a un plan, que ya Hitler y todo su aparato de propaganda aplicaron al pueblo judío: despojar de humanidad a los palestinos, cosificarlos o animalizarlos para exterminarlos. La idea que han instalado en gran parte de la población de Israel es esa, los palestinos no son humanos y por tanto no merecen existir. De ahí que más de 1.550 trabajadores sanitarios hayan sido asesinados, según Médicos sin Fronteras. Además, se eliminan los testigos que lo puedan contar: 252 periodistas y 346 empleados de la ONU están entre las víctimas.
Pero los pueblos se resisten a la paz de los cementerios y se niegan a desaparecer. Entonces los vientos del pueblo esparcen canciones de esperanza y de futuro, como bien sabían Miguel Hernández y nuestro Pedro García Cabrera. Porque al final resulta –lo cantó Gabriel Celaya– que la poesía verdadera, la de urgencia, la de la resistencia, la de la hambruna, sí es un arma cargada de futuro. Lo saben bien los dictadores y los genocidas. También lo sabían los poetas palestinos muertos en los bombardeos perpetrados por Israel. Así lo vio Refaat Alareer (1979-2023) uno de los fundadores de We Are Not Numbers, un proyecto de apoyo a escritores jóvenes. Este profesor universitario de literatura inglesa era conocido como la Voz de Gaza. Estaba amenazado de muerte por Israel que lo asesinó deliberadamente –a él, a su hermana y hermano y a los cuatro hijos de ella– el seis de diciembre de 2023. Antes, en octubre, ya lo habían intentado en su casa. Lo contó el defensor de los derechos humanos Ramy Abdu. Bombardeo selectivo y de precisión. La tecnología de la muerte contra la poesía. Pocos días antes de morir nos dejó su último poema, por si era asesinado: If I must die, let it be a tale: «Si debo morir, /tú debes vivir/para contar mi historia, /para vender mis cosas, /comprar un trozo de tela/y algunas cuerdas» para que alguien construya una cometa blanca con una cola larga. «Para que un niño, /en algún lugar de Gaza…/mientras mira el cielo a los ojos/esperando a su padre que se fue en llamas/ {...}vea la cometa, /mi cometa, que tú hiciste {...}Y piensa por un momento que un ángel está ahí, /trayendo de vuelta el amor». El cierre del poema refuerza la humanidad del poeta, sin odio –también sin resignación– y convierte su muerte en un suceso apológico: «Si debo morir/deja que traiga esperanza/deja que sea un cuento». El profesor y traductor palestino Shadi Rohana reunió textos de otros escritores que murieron al inicio de la masacre en Gaza bajo el título Contra el apagón: Voces de Gaza durante el genocidio (Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2024). Son microrrelatos y poemas que fueron recogidos de sus cuentas personales en redes sociales entre octubre y diciembre de 2023. Mensajes de dolor, de esperanza, de rabia, de impotencia. Ahí están la poeta y novelista Hiba Abu Nada (1991-2023), que murió en su casa junto a su familia durante un bombardeo; la artista visual Heba Zagout (1984-2023) que falleció junto con sus dos hijos en un bombardeo aéreo; Maryam Hiyazi (1995-2023), que pertenecía al Instituto de Estudios de la Mujer y el profesor de Matemáticas, dramaturgo y novelista, Nur Al-Din Hayyay (1996-2023) que, antes de sucumbir bajo las bombas, escribía que Gaza era como Ensayo sobre la ceguera de Saramago, aunque matizaba: «No es la ceguera, sino la enfermedad llamada ocupación la que se extiende por todas partes. Pero las similitudes son enormes: hambrunas, enfermedades, condiciones insalubres, desastres, escasez de productos, miedo, destrucción».
David Robles Ramos afirma en su ensayo El genocidio cultural: su necesaria calificación en el derecho internacional que «se debe abandonar la definición de que el genocidio es exclusivamente la destrucción física o biológica para determinar que el daño cultural es igualmente comparable». Puede leerse en la Revista Hispanoamericana de Derechos Humanos (REHISDEHU) de agosto de 2024. Asimismo, podemos leer los informes de Francesca Albanese al Consejo de Derechos Humanos bajo el título de Anatomía de un genocidio. Aquí se concluye que el objetivo del colonialismo de asentamiento es hacerse con las tierras y los recursos de los nativos por parte de los colonos. Para conseguirlo se han lanzado 70.000 toneladas de explosivos sobre la Franja, el equivalente a seis bombas atómicas como la de Hiroshima, según un informe de Scientists for Global Security. La limpieza étnica y el genocidio cultural continúan. Al final, en algún momento se hará justicia, aunque el daño es irreparable. Por de pronto, la Corte Internacional ya dio un primer paso al ordenar el arresto de Netanyahu y su exministro de Defensa, Yoav Gallant, por crímenes de guerra y de lesa humanidad. Después del show, o el circo, de Donald Trump el espanto continúa tal como denuncian Francesca Albanese y la prensa. Mientras tanto, alguien construye una cometa de esperanza para que todo sea un cuento y como en las fábulas haya una moraleja. Aunque sea difícil en estos tiempos distópicos –como apuntó Ana Frank en su diario– pensar en ideales, sueños y esperanzas.
Felipe García Landín






























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