![[Img #32721]](https://infonortedigital.com/upload/images/10_2025/4838_9830_juan-ramon-hernandez-valeron.jpeg)
Mi nieta no entiende, y no le falta razón, que a mis 72 años no sepa explicarle por qué matan a niños y niñas junto a sus padres y seres queridos que vivían en un país sin hacer daño a nadie. Me lo ha dicho una de estas mañanas en las que voy a despertarla como lo vengo haciendo todos los día desde hace seis años. Sentada en la cama, llena de angustia, me hizo la pregunta. Y más angustiada se quedó ante mis titubeos al no encontrar yo ninguna respuesta para ella.
Mi nieta cumple este mes siete años. Es muy observadora. Cuando creemos que está jugando, a su bola, como dicen algunos hoy día, ella está pendiente de todo y de todos. Al parecer, la noche anterior, después de ducharse, mientras los padres veían el informativo en televisión, no pudieron evitar que la niña mirara las imágenes y escuchara los comentarios de la locutora sobre el conflicto en Gaza. Al día siguiente ellos me contaron, muy preocupados, que a la niña le costó mucho conciliar el sueño
.
Yo, aparte de ser la persona que la despierta, le sirve el desayuno y la lleva al colegio todos los días para luego ir a recogerla a la salida, soy para ella el abuelo que le repara sus juguetes y le hace compañía (igual que su abuela) en todos aquellos momentos en que sus padres no pueden atenderla y le da consejos que, a veces, no son tan bien recibidos por la niña como yo quisiera. Resuelvo sus dudas y doy respuestas a todas sus preguntas. Menos hoy, que no he sabido. Hoy no he encontrado respuestas adecuadas. Hoy me he quedado en blanco mientras ella me miraba fijamente a la cara.
Siempre bajamos al salón cogidos de la mano. Hoy lo ha hecho sola, incrédula y tal vez más angustiada que la noche anterior. Arriba, en la habitación, me he quedado yo, sin saber qué hacer, sin saber reaccionar. Me he sentido un miserable porque ella espera tanto de mí que la he defraudado, y eso me atormenta sobremanera.
¿Cómo explicarle de manera razonada que un país puede ser bombardeado y tomado por las armas sin que el resto del mundo intervenga de manera decidida y valiente para detener este genocidio?
¿Cómo convencerla para que entienda nuestra inmovilidad mientras los invasores siguen impunes y campando a sus anchas por medio mundo?
¿Cómo decirle que las leyes internacionales deberían ser respetadas por todos, pero que no todos las respetan.
¿Cómo razonarle que este mundo en el que pasan estos hechos terribles no es el mundo que yo había imaginado para ella?
Mi nieta necesita respuestas, porque es una de las niñas y niños de hoy que heredarán el mundo en el futuro. ¿Qué herencia van a recibir, qué mundo les vamos a dejar? Mi sonrojo no tiene límites. Y lo que es peor: no puedo mirarla directamente a los ojos.
No sé decirle cuánto lo siento. Ni yo mismo doy crédito a lo que está ocurriendo. Y lo peor de todo es que no hay atisbos de que lo que está sucediendo hoy vaya a durar poco tiempo. Y eso me angustia mucho más, porque estamos padeciendo la sinrazón que, como un caballo desbocado, galopa también por territorio europeo, hollando el corazón de la vieja Europa.
Hoy como ayer y como antes de ayer jinetes armados de intolerancia y sedientos de poder, con sed de venganza a no sé bien a qué ni por qué, pisotean los campos de los derechos humanos que tanto trabajo, sudor y lágrimas costaron a nuestros padres y abuelos y que fueron regados con la sangre de mucha buena gente que lo único que quería era vivir en paz y construir un mundo mejor para sus hijos y nietos.
Los jinetes del apocalipsis, de nuevo, están cercenando sus ilusiones, asfixiando sus esperanzas, y ahogando sus sueños.
Lo único que le puedo decir a mi nieta es que, cuando cumpla unos cuantos años más se lea “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad. Posiblemente ahí pueda encontrar algunas respuestas a las preguntas que yo no he sabido o no he podido explicarle con la sencillez que ella necesita escucharlas. Seguramente será capaz de entender las miserias que se encierran en el corazón del ser humano, sus ávidas ambiciones de poder, la inmensa locura que habita en el corazón de algunos hombres.
Porque los que están actuando de manera salvaje y cruel en Gaza, los que tienen su corazón encerrado en las tinieblas más siniestras del ser humano, los que están masacrando a una pobre gente atrapada en la Franja de Gaza, cuyo único delito es haber nacido en un lugar fronterizo al de sus asesinos desde que compartieron vecindad, ya han dejado de ser seres humanos y se comportan como hienas salvajes.
En “El corazón de las tinieblas”, Kurtz es el responsable de la estación perdida en la parte más intrincada de la selva del río Congo. Su misión es enviar a su Compañía todo el marfil que pueda. Utiliza para ello todos los medios a su alcance:
“¿Disparar contra usted?, pregunté. ¿Por qué? Bueno, yo tenía un pequeño lote de marfil que el jefe de la aldea situada cerca de mi casa me había dado. Sabe usted, yo solía cazar para ellos. Pues Kurtz lo quiso, y era incapaz de atender a otras razones. Declaró que me mataría si no le entregaba el marfil y desaparecía de la región, porque él podía hacerlo, y quería hacerlo, y no había poder sobre la tierra que pudiera impedirle matar a quien se le antojara. Y era cierto…”
Extraído de “El corazón de las tinieblas”, página 112.
No puedo encontrar más paralelismo con Netanyahu, el presidente israelí, que ha puesto todo su empeño para acabar con la población palestina en Gaza. No enviará el marfil tan preciado en el siglo XIX, pero dejará un terreno allanado sobre el que se levantarán viviendas de lujo para ser explotadas a nivel turístico en connivencia con su jefe supremo, Sr. Trump, el poderoso presidente de los Estados Unidos de América. “Ah, el horror!, ¡el horror”! (Últimas palabras de Kurtz antes de morir).
Europa y el resto del mundo no pueden seguir mirando hacia otro lado, no deben seguir ignorando este genocidio, porque les va la vida en ello. Ya es hora de actuar de manera clara y decidida. La inmensa mayoría de la población le exigimos a todos nuestros gobernantes que tengan una respuesta más clara y contundente de la que he tenido yo para mi nieta, porque, al fin y al cabo, ella tan solo tiene seis años, a punto de cumplir siete, y yo soy solo un abuelo sencillo que pretende ser lo más honesto que puede. A los adultos no nos vale cualquier respuesta. Que no nos quede en nuestra conciencia individual y colectiva el pesar de que no hicimos nada por los que aún sobreviven a este genocidio.
Juan Ramón Hernández Valerón
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