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Becerril rinde homenaje a Don Antonio Molina en el emotivo pregón de las fiestas de San Pablo 2025

El pregón inaugural de las fiestas recupera la memoria y el legado del maestro Antonio Molina, emocionando a generaciones de vecinos y alumnos reunidos en torno a su figura.

Zeneida Miranda Suárez 2 Domingo, 28 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura:

En una asociación de vecinos hasta la bandera, con un ambiente cargado de cariño y emociones a flor de piel, Becerril dio la bienvenida a las fiestas de San Pablo 2025, después de más de una década sin celebrarse, con un pregón de la mano de Don Antonio Juan Molina Rivero, maestro jubilado del Colegio Luis Cortí.

 

El acto arrancó con puntualidad británica a las ocho y media de la tarde, en la sala, familiares, amigos y antiguos alumnos de Don Antonio escuchaban con emoción su relato. Como si de una clase de Historia bien impartida se tratase, el maestro llevó a todos por un precioso recorrido por la historia del centro educativo del barrio desde sus inicios, su construcción en una zona polvorienta del barrio, hasta convertirse en lo que es a día de hoy: todo un referente dentro de la comunidad educativa de la zona norte.

 

Hablar de Don Antonio es hablar de un hombre querido y admirado, todos sus alumnos allí presentes daban fe de ello, mientras reían y lloraban con sus palabras. El recuerdo a los profesores que empezaron con él su andadura en el Luís Cortí, algunos tristemente desaparecidos, y otros, allí presentes, asentían con los ojos acuosos por las lágrimas a la exposición de su compañero y amigo.

 

La junta directiva de la asociación de vecinos de San Pablo, trabajó hasta el agotamiento para sacar adelante un fin de semana de fiestas con el pregón como primer acto. Un grupo de gente joven y con ganas de hacer muchas cosas, en un barrio en el que, tristemente, diez personas ayudan y veinte tiran piedras mientras se quejan de que nunca se hace nada. En fin, ese es un tema aparte.

 

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En esta ocasión, volcados por el cariño que todo el mundo tiene al entrañable maestro, los salones de la asociación de vecinos se llenaron y todo el mundo salió de allí con una sonrisa en la cara.

 

Tuve la inmensa suerte de haber sido alumna de Don Antonio muchos años y fui la persona elegida por la junta directiva para ser la maestra de ceremonias de este acto. Como pude me subí al escenario y abrí mi corazón ante los recuerdos y el cariño por tan ilustre pregonero.

 

La noche estuvo amenizada por Derque y Josué, antiguos alumnos a los que Don Antonio inculcó su pasión por la música y que, dieron paso a uno de los momentos más emotivos de la noche. Mientras su antiguo maestro miraba embelesado como sus niños, ahora hombres, tocaban para él una preciosa música, sonó entre el público la melodiosa voz de Sara Molina, su hija, quien hizo que más de uno llorara de la emoción al verla cantar junto a su padre una de sus canciones preferidas.

 

Emoción, risas, anécdotas, recuerdos, fueron los ingredientes de un pregón que, además de anunciar unas fiestas muy esperadas, nos recordó a todos la importancia de la educación en valores y respeto. Se respiraba un aire solemne, de profunda admiración hacía Don Antonio, donde alumnos de prácticamente todas sus promociones de estudiantes se acercaron al final a saludarle: “Maestro, soy Fulanito…”

 

Gracias a todos los que lo hicieron posible. Gracias Don Antonio porque por una vez volví a sentirme aquella niña de ochos años que, a pesar de no entender las divisiones, seguía sus clases embelesada por el gran hacer de su persona.

 

Termino esta crónica con las mismas palabras que terminé su semblanza:

 

Gracias por todo, maestro.

 

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Semblanza de un pregonero: Antonio Juan Molina Rivero

 

Nacido en 1952 en San Isidro, en el seno de una familia humilde, hijo de Nicolás y María del Pino, su vida familiar se basó siempre en el respeto a los demás. Casado, padre de dos hijas y afincado en Guía, don Antonio es maestro desde principios de los años setenta, habiendo ejercido su profesión en diferentes centros educativos hasta que, por suerte para muchos niños de este barrio, comenzó su andadura en el Colegio Luis Cortí de Becerril en el año 1983 hasta el día de su jubilación en junio de 2012. Lo que le convierte en una persona conocida y querida tanto en la comunidad educativa como en el resto del barrio.

 

Hablar de Antonio Molina es evocar miles de recuerdos de infancia, de los bonitos, de los que hacen sonreír. Si tuviera que definirlo en una sola palabra sería sin duda: maestro. Aunque otras muchas como: honestidad, respeto, cariño, enseñanzas…acuden a mi cabeza sin control. Quizá no soy la persona más adecuada para hacer este texto, puede que me pierda el cariño que, desde niña, tengo hacia don Antonio, pero él merece que su semblanza como pregonero salga del corazón y no de la cabeza.

 

Maestro en el Colegio Luís Cortí durante décadas, somos muchos los afortunados que crecimos bajo su tutela. En el caso de mi generación, pasamos de las amorosas manos de la Señorita Arminda en preescolar y la señorita Laia en primero, a él. Fue el tutor de mi grupo desde segundo hasta sexto de EGB y siempre nos llevó con firmeza, pero sin perder la empatía y la bondad.

 

Fuimos un buen curso, educados en el respeto a los maestros y a nuestros iguales, incluso cuando los tan temidos repetidores llegaron a nosotros, don Antonio supo encauzar a aquel grupo rebelde sin que le temblara el pulso.

 

Nos enseñó con tesón todas las materias, haciendo especial hincapié en la ortografía (sí este texto llega a tus manos con todas las tildes bien puestas es gracias a él). Nos contó con pasión su experiencia cuando vio el Volcán del Teneguía, la historia de Canarias, y las matemáticas… ¡oh Dios, las temidas matemáticas! Me permitirán la licencia personal, pero este buen hombre se dio cuenta que lo mío no eran los números cuando tuvo que parar la clase treinta veces hasta que entendí las divisiones.

 

Y entre todas esas cosas importantes nos brindó la mejor de las enseñanzas: a ser buenas personas. Aun recuerdo un día que, por no sé qué motivo, todas las niñas de la clase decidimos enfadarnos y dejar de hablar a una compañera. La tontería nos duró bien poco, pero nos hizo quedarnos castigadas hasta más de una hora después de la salida oficial, hasta que hablamos, nos perdonamos y volvimos a ser amigas.

 

El camino fue largo. Fueron cuatro cursos en los que Don Antonio nos vio crecer y forjar nuestros caracteres, siempre bajo su guía y sin salirnos del camino. Cuando pasamos a sexto otros maestros, también muy buenos enseñantes y grandes personas, entraron a formar parte de nuestra vida. Pero sin duda, seguíamos siendo sus niños y para muchos, años después, se convirtió en tradición ir al colegio en navidad a enseñar nuestras notas del instituto a él, a nuestro Maestro.

 

Hoy, convertidos en hombres y mujeres que hemos dirigido nuestros pasos hacia diferentes mundos laborales, casados, solteros, con hijos, sin ellos, cuando por algún avatar de la vida, o de las modernas redes sociales, nos cruzamos, el nombre de Don Antonio siempre sale a la luz. Los buenos recuerdos están grabados a fuego en nuestra mente, de la misma forma que la ortografía y las matemáticas.

 

Gracias por todo, maestro.

 

Zeneida Miranda Suárez

 

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