Entre su tiempo y el mío
Me encontraba el pasado sábado en las instalaciones del C. N. Metropole, estimado lector, cuando José Luis (ex alumno - waterpolista) se acercó a saludarme. Casi desde el inicio me mostró la gran satisfacción personal porque su hijo de 16 años es discente del Pérez Galdós como lo fue él, ¡y conoce la historia del Palmeral Premios Nobel! Entrañable reencuentro tras algunos decenios. Es uno de esos ex de quienes guardo afectuoso recuerdo, y me satisface ver cómo son ellos-ellas quienes inician el saludo por más que, obviamente, no recuerde a todos los aularios, miles tras casi cuarenta años de actividad profesional.
¿Por qué estaba allí José Luis? Desde pequeño hizo amigos, se responsabilizó con el deporte, conseguía en la piscina la relajación mental necesaria, sobre todo desde la pubertad hasta la finalización de la carrera y el asentamiento profesional. Pero ahora, lamenta, hace cuatro largos y debe agarrarse a las corcheras, ya no es el mismo de los ininterrumpidos catorce o quince… quizás treinta años atrás. Y siente la imposibilidad de emular su capacidad física de anteayer. Yo lo escuchaba en silencio y, a la par, me flagelaba la mente con un planteamiento: si José Luis, cercano al medio siglo, ya mira con amplia perspectiva tiempos pasados, ¿qué puedo hacer con los míos, muchísimo más lejanos?
Aunque emperretado con tal puñeta cronológica recodé una casual lectura gongorina de horas antes, la letrilla “Aprended, Flores, en mí”, composición que bajo el epígrafe “En persona del marqués de Flores de Ávila, estando enfermo”, le dedicó el poeta cordobés (1621). Es su primera estrofa “Aprended, Flores, en mí, / lo que va de ayer a hoy, / que ayer maravilla fui / y aún sombra de mí no soy”.
Por cierto -y permítame esta digresión o desviación, estimado lector- su lectura me llamó la atención, pues desde muy atrás conocía en nuestra variedad canaria la redondilla “Aprendan flores de mi / lo que va de ayer a hoy. / Ayer maravilla fui, / hoy sombra de mí ya soy”. Esta versión transforma algunas categorías del texto escrito por Góngora y, con holgura, modifica el tema central.
Contrastemos la segunda estructura con la primera. En el verso 1 el nombre común “flores” sustituye al apellido “Flores” del marqués; su binomio “de mí” (denota posesión) se transforma como “en mí”, referencia personal; el sustantivo, adverbio y presente gramatical de “hoy… ya soy” (verso 4) indican tiempo actual. Pero en el poema gongorino todavía no ha tomado cuerpo, es decir, “aún... no soy”. Y la forma verbal del inicio (”Aprendan”) es tercera persona del plural, pues se dirige a las flores; pero “Aprended” no es recomendación hecha a varios sujetos... sino a uno, el marqués, tratamiento quizás como reminiscencia de siglos anteriores o por respeto a su título nobiliario.
Pues bien. En algún que otro artículo recurrí a esta malagueña, poco presente entre nuestros cantadores (la memoricé en Tenderete, años ha): me atrae. Acaso sea porque uno viene notando las influencias de las décadas cumplidas -y sus efectos negativos- ya no solo en la constitución fisicomental propia (“¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo, […] / si en ti fui niño y joven, y en ti arribo, / viejo, a las tristes playas de la muerte?”, interrogación retórica del poeta canario Domingo Rivero), sino también influido por la pobre, infortunada y desamparada realidad política que padecemos.
Porque esta política actual, tan lejana de la reiniciada a partir de 1978, es un duro contraste con los recuerdos juveniles (como los catorce largos de José Luis) cuando Ideas, Pensamientos, Razonamientos, Filosofías, Cultura y urgente necesidad de una tierra en libertad se impusieron no solo en la Constitución sino en variadas instituciones como ayuntamientos, cabildos, Senado, Congreso de los Diputados... (Por cierto: en este hemiciclo de la voluntad ciudadana fue aprobada con cinco votos en contra y tres abstenciones de Alianza Popular, germen del actual Partido Popular; también votos negativos de Falange Española, Herri Batasuna… Y con otros partidos, abstención de Esquerra Republicana de Catalunya. ¡Chaaacho, lo que va de ayer a hoy!)
Y entre esos recuerdos de plena juventud, cuarenta y tantosss años atrás, el paso del tiempo no consiguió anular presencias vivas de la dictadura fascista. Pues en tales años pretéritos -permanecen en las memorias- los políticos digitalmente nombrados tomaban posesión de sus cargos (manierista mesa por artificiosa, terciopelo rojo acabado en áureas borlas, dominantes crucifijo, Leyes Fundamentales del Movimiento, Fuero de los Españoles, Evangelio...). A la vez juraban lealtad a Su Excelencia el Jefe del Estado y “Caudillo por la Gracia de Dios” y a leyes emanadas de su dictatorial voluntad sostenida por bayonetas y fusiles.
Tal teatralización, notariada por poderosas fuerzas vivas, venía acompañada también por autoridades civiles y militares que podían ir desde el presidente de las Cortes (Madrid) al jefe local del Movimiento, con presencia de almirantes y generales o del cabo-sargento de puesto de la Guardia Civil (tal escalafón dependía de la categoría rural). Todos, eso sí, pendientes de las dos palabras mágicas, lealtad y fidelidad, esto es, ‘honor y hombría de bien’ (como corresponde a todo digno español) y ‘observancia de la fe’ al caudillo, salvador de la Patria.
Pero por suerte fueron otros tiempos. Aún no existía una Constitución avalada por la ciudadanía en la cual se reconociera que el poder reside en el pueblo, único propietario, y que de él emanan los del Estado. Y voces como libertad, justicia, igualdad y pluralismo no solo no eran aceptadas, muy al contrario: encarcelaban a sus usuarios en los añejos rincones de tribunas inquisitoriales, abajo, en los sótanos. Así las humedades podían corroerlas y borrarlas de mentes, aunque miles de españoles dieron sus vidas por mantenerlas y devolverlas a sus propietarios.
Y hoy, ya supuestamente alejados de tales infiernos, yo pensaba que los aspirantes a cargos políticos prometían (no juraban, como antes) respeto a su partido, fidelidad a las instituciones democráticas y, sobre todo, lealtad al pueblo, como debe ser. Pero no. Aún muchos pregonan a los cuatro vientos lealtades totales a los presidentes de partidos cuyas órdenes los nombran, los designan, como si tal pronunciamiento fuera condición indispensable para encabezar listas en las siguientes elecciones.
Sí, estaba equivocado: supuestos asentamientos ideológicos permanecen vivos por más que nos separe casi medio siglo. Además, rigurosas observancias a los dictados llegados desde arriba por sospechosas vías, ojos ciegos ante inmoralidades, atrofias éticas y desprecios a elementales valores inician codiciada carrera política. Si a tal conjunto se añade cierto distanciamiento de la capacidad de razonar, consagración segura.
Nicolás Guerra Aguiar
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