Entre el polvo rosa y el incienso: la Iglesia se sigue equivocando de enemigos

Pedro Lorenzo Rodríguez Reyes.

[Img #9373]La detención del cura Carlos Loriente en Torremolinos no es un simple suceso policial. Es un retrato en carne viva de la incoherencia que corroe a la Iglesia. Un sacerdote de Toledo, con sotana y misión pastoral, sorprendido con cocaína rosa, papelinas y balanza de precisión. No en una novela negra, no en un guion de Netflix: en la vida real.

 

El Arzobispado se apresuró a suspenderlo y a emitir el comunicado habitual: “lamentamos los hechos, colaboramos con la justicia”. Manual de crisis, página 2. Pero la pregunta incómoda sigue intacta: ¿cómo es posible que quienes deberían ser ejemplo de virtud acaben protagonizando escándalos de drogas, abusos o corruptelas? No es un caso aislado: es un síntoma.

 

Mientras tanto, en Roma, la contradicción adquiere un tono aún más sofisticado. Francisco, con todas sus ambigüedades, se atrevió a soltar un “¿quién soy yo para juzgar?”, defendió uniones civiles y habló de inclusión. No cambió la doctrina, pero al menos cambió el aire. Había un intento de acercarse a un mundo que ya no tolera exclusiones disfrazadas de moralidad.

 

León XIV, en cambio, ha optado por la gimnasia verbal: todos son hijos de Dios, sí, pero sin bendiciones, sin matrimonio, sin moverse un centímetro de la doctrina. Ambigüedad de manual: se sonríe al colectivo LGTBI mientras se le niega todo reconocimiento real. Es la versión eclesiástica del “te invito a cenar, pero no puedes sentarte en la mesa”.

 

Y así, entre el polvo rosa de Toledo y la tibieza doctrinal del Vaticano, la Iglesia sigue perdiendo lo que más necesita: credibilidad. Porque no se trata solo de un cura con drogas ni de un Papa con miedo a incomodar a los guardianes de la tradición. Se trata de una institución que insiste en señalar pecados ajenos mientras no barre la suciedad de sus propias sacristías.

 

El problema no es que la sociedad ya no escuche a la Iglesia. El problema es que, cuando la escucha, lo hace en la sección de sucesos o en el capítulo de contradicciones. Y eso, para una institución que presume de tener la verdad eterna, es quizá su condena más terrenal.

 

Pedro L. Rodríguez Reyes

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