Las calles de la vergüenza: la deuda histórica de Canarias

Juan Vega Romero

 

En Canarias cargamos con una deuda histórica que resuena en cada esquina de nuestros pueblos. En pleno siglo XXI, cuando defendemos los derechos humanos y la dignidad de los pueblos, nuestras calles siguen honrando a conquistadores y esclavistas que arrasaron con la cultura y la vida del pueblo canario originario. En municipios como Ingenio, Agüimes, Santa Lucía, Gáldar, Moya o Telde, placas con nombres como Juan Rejón o Feijóo de Sotomayor

 

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…nos recuerdan un pasado de violencia y opresión, como si colgáramos en el salón de casa el retrato de quien un día incendió nuestro hogar. Cada una de esas placas es más que un descuido; es una herida abierta, un recordatorio diario de un genocidio cultural que aún no hemos enfrentado.

 

UN VIAJE AL PASADO QUE DUELE 

 

Imagina la escena: Gran Canaria envuelta en llamas, mujeres corriendo despavoridas, niños descalzos tropezando entre chozas que arden. Bajo la luna, la espada de Juan Rejón brilla mientras da la orden que lo destruye todo. Cambiemos de escena: un barco negrero surca el Atlántico.

 

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En la bodega, hombres y mujeres encadenados apenas pueden respirar. En cubierta, Feijóo de Sotomayor calcula sus ganancias, reduciendo vidas humanas a mercancía.

 

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Esto no es una novela ni una película de aventuras: es nuestro pasado. Lo más doloroso no es solo lo que ocurrió hace cinco siglos, sino que esos nombres sigan colgados hoy en las esquinas de nuestros barrios, junto a colegios, parques y ambulatorios. La brutalidad de entonces se ha convertido en paisaje cotidiano. En Gáldar, antigua capital indígena, una calle honra a quienes la tomaron por la fuerza, mientras el mercado de esclavos de La Garita, en Telde, donde miles de guanches fueron vendidos tras la conquista, permanece sin una placa que los recuerde. Es un chiste cruel de la historia, avalado por placas oficiales.

 

Es cierto, como documentan cronistas como Viera y Clavijo y estudios recientes de Antonio Tejera Gaspar, que la conquista trajo mestizaje y mezclas culturales. Pero reducir la memoria a los vencedores invisibiliza el dolor de quienes fueron esclavizados, exterminados o silenciados. La conquista de Canarias (1402-1496) no fue solo una empresa militar; fue un proceso de despojo que diezmó a la población guanche y borró su identidad cultural.

 

LA PARADOJA DEL SIGLO XXI 

 

En una era que proclama la igualdad y la justicia, mantener calles dedicadas a quienes sembraron muerte y esclavitud es grotesco. Es como recibir un pastel que luce delicioso pero deja un sabor amargo al primer bocado. Una vecina de Carrizal, Clari, lo resume con sabiduría popular:

 

“La memoria histórica es como el GPS de un pueblo. Te dice de dónde vienes y adónde vas. Dejar nombres de conquistadores es como seguir dando vueltas sin rumbo.”

 

Y un vecino, Molina, añade:

 

“Después de que conquistaron Gran Canaria, casi toda la gente de Gáldar fue vendida como esclava. El mercado estaba en La Garita, en Telde. ¿Por qué no hay ni una calle que recuerde estas cosas? Un pueblo con amnesia histórica no sabe quién es, ni de dónde viene, ni a dónde va.”

 

El caso de Gáldar es especialmente hiriente: una capital indígena convertida en escenario de homenaje a sus opresores. Cada placa es un recordatorio de que la lógica del vencedor sigue prevaleciendo.

 

EL ECO INTERNACIONAL Y LA ÉTICA DE LA MEMORIA 

 

Nombrar una calle no es un gesto inocente; es un acto de reconocimiento. Al mantener nombres como Rejón o Feijóo, transmitimos a las nuevas generaciones que la violencia colonial es digna de homenaje. Esto choca con principios internacionales claros: la UNESCO y la ONU desaconsejan exaltar figuras asociadas a la opresión o la esclavitud. Otros países ya han actuado: en Bristol, en 2020, la estatua del esclavista Edward Colston fue derribada y arrojada al río durante protestas por la justicia racial; en Bélgica, los monumentos a Leopoldo II, responsable de millones de muertes en el Congo, están siendo retirados o reinterpretados. ¿Por qué en Canarias seguimos abrazados a fantasmas del pasado?

 

Este debate apela especialmente a los gobiernos progresistas y canaristas, que defienden la dignidad del pueblo canario. Mantener nombres que glorifican la dominación colonial contradice los valores que proclaman. Es hora de mirar de frente nuestra historia y reparar el daño.

 

RESPONDER A LA OBJECIONES:

 

Antes de las críticas, algunas aclaraciones necesarias:


•    ¿“Revisionismo” o “borrar la historia”? No. Cambiar el callejero enriquece la memoria al incluir a quienes fueron silenciados, como la resistencia guanche. 
•    ¿“La conquista trajo progreso”? Sí, hubo mestizaje, pero a un costo de sangre y sufrimiento. Homenajear solo a los vencedores oculta el dolor de los vencidos. 
•    ¿“Es sesgo político”? No. Es una cuestión de derechos humanos, alineada con normas internacionales y resoluciones del Parlamento de Canarias que reivindican la identidad isleña. 
•    ¿“La historia es la que es, no la toquemos”? Las calles no son neutras: son aulas al aire libre. Mantenerlas como están es también una decisión política. 

 

¿QUÉ NOMBRES ALTERNATIVOS?

 

La denuncia no basta sin propuestas. ¿Por qué no recuperar nombres que honren a nuestros propios referentes? Algunas ideas:


•    Nombres guanches: Doramas,

 

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•    Tenesor Semidán, Arminda, Tazirga, líderes de la resistencia que encarnan la lucha por la libertad. 
•    Mujeres canarias destacadas: María de Bethencourt, la poetisa Tomasa de la Cruz, Mercedes Pinto, Jane Millares Sall, pioneras en derechos y cultura. 
•    Figuras culturales y científicas: Agustín Espinosa, Josefina de la Torre, Blas Cabrera, que enriquecieron el legado canario sin violencia. 
•    Topónimos tradicionales: Barranco de Guiniguada, Tajinaste, Roque Nublo, especies y lugares que son la esencia de nuestra identidad. 

 

Con estos nombres, las calles se convertirían en espacios de memoria viva, no en monumentos a la opresión.

 

LA PALABRA QUE QUEDÓ 

 

Hace poco, en una excursión, una niña preguntó a su maestra por qué su calle se llamaba Juan Rejón. Nadie supo responder. Días después, alguien pintó una sola palabra bajo la placa: Vergüenza.

 

Y ahí sigue, como un susurro que se hizo grito. Porque la memoria, cuando se intenta enterrar, siempre encuentra una grieta por donde salir. Es hora de escuchar ese grito y reescribir nuestras calles para que reflejen quiénes somos: un pueblo que honra su pasado, su resistencia y su dignidad.

 

Juan Vega Romero

Fotos del autor y Google

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