Gentes e historia

Tufos de garrotazos

Recuerdos y anécdotas de la tradición del juego del palo en Tenerife, desde sus raíces populares hasta su expansión en la vida universitaria.

Domingo Oliva Tacoronte Miércoles, 10 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura:
Elicio y Luciana,1975 (Domingo Oliva Tacoronte)Elicio y Luciana,1975 (Domingo Oliva Tacoronte)

En 1975, en Casa Feliciano —una ventita de las de antaño, en la ciudad de La Laguna, cerca de la avenida de la Trinidad y de la ya desaparecida fábrica de vidrio, con el cementerio a la vista— conocí por primera vez la existencia del juego del palo y de la familia de los Verga, de La Esperanza. Aquella casilla con tejado a cuatro aguas era un lugar de encuentro popular, donde se servía vino de Los Naranjeros, pejines calentados en una cocinilla junto a la puerta, tomates y, de vez en cuando, algún plato preparado por el propio dueño: un hombre entrañable y socarrón, robusto en su juventud, calvo, con una marcada cicatriz en la coronilla. Allí solía estar también “el Canario”, flaco, alto, natural de Telde y residente en La Verdellada.

 

Después de varios días y noches a la intemperie, en un callejón de tierra de la calle El Sino, logré acercarme a la familia de los Verga. Fue gracias al afecto que me mostró Luciana y a que descubrieron que yo era sobrino de Ignacio Tacoronte (Saavedra), conocido como el Calero, célebre en la isla por sus proezas en la lucha canaria. Aquella relación familiar mía con el famoso luchador hizo que Elicio se ablandara y ambos accedieran a enseñarme los primeros rudimentos de su arte.

 

Meses más tarde, José Curbelo —esposo de mi tía Carlota— me cortó unos palos de afollao y de acebiño en los montes de Güímar. La tercera de los hermanos Verga los curó al fuego del fogón donde cocinaban, junto con otros de membrillero y de almendrero amargo. Siguiendo sus indicaciones, los palos han conservado hasta hoy su lozanía gracias a las friegas periódicas con enjundia de gallina.

 

Poco después comenzaron también a darse clases en la universidad, de la mano de otra escuela del palo, y este arte, hasta entonces minoritario y casi marginal, empezó a difundirse con fuerza, y hacerse imprescindible en las celebraciones populares.

 

[Img #31811]

 

Pero el palo, en todas sus variantes, ha formado parte desde antiguo de la vida cotidiana de las islas. Sirvan como ejemplo un grabado de Alfred Diston, de comienzos del siglo XIX, y la crónica de un desgraciado suceso ocurrido en Buenavista en 1774: dos muchachos —uno del lugar y otro de Los Silos— se retaron, la sangre se fue calentando y lo que empezó como un desafío personal acabó en trifulca entre pueblos vecinos. Para quienes gusten de leer la historia con el sabor del lenguaje de la época, aquí se deja la cita literal de aquel suceso. 

 

“Conmocion que hubo en el Lugar de los Silos, en que los de Icod fueron los principales culpados.

 

 En 12 de Septiembre se supo en esta Ciudad que en los Silos havia havido una especie de levantamiento y para hablar con claridad, tomaré de antemano su principio. En la Fiesta de San Juan en Buena vista lucharon dos muchachos, uno de dicho Lugar y otro del de los Silos: salieron los Padres á la defensa de estos y se amoquetearon; vinieron los Parientes á la defensa de los Padres y se magullaron: vinieron los Compadres, los vezinos, y al fin los paysanos y se dieron remoquetes y palos de buena voluntad: al fin salieron los frayles y otros y los separaron. Pero resentidos los de buen vista (sic) de que se huviera turbado su fiesta, se dispusieron para la expulsion de los Sileros á la primera Fiesta. Llegose la de San Bartholomè, y en efecto los expulsaron hasta dexarlos fuera de la Jurisdiccion de Buena vista. Esto puso á los de los Silos cosquillosos, y temiendo si los de Buenavista vendrian a turbarles su fiesta. Llegose la celebre de la Luz á 8 de Septiembre y el Alcalde de los Silos hombre ochentón determinó salir á la Plaza con un Cuerpo de Milicianos para contener desordenes. Don Gaspar de Ponte tenía un Mulato valenton llevo una Muchacha ventorrillera. El Mulato empezó la gresca con otro mulato, llegó la Patrulla rondadora, Don Gaspar como Capitan de los Silos hizo retirar sus Milicianos. La Plaza sin ronda empezo ã rezonár (sic) con los garrotes, los de Ycod gritan los primeros viva Ycod, y al que no lo repetia le bataneaban las costillas. Apagaron las luces de las ventorrillas, los palos resonaban, los Sileros se retiraron: el Teniente Capitán hizo tocar los Tambores, congrega á los de los Silos á alguna distancia, los forma, y al amanecer, quando los de Icod estaban ya dueños de la plaza, entra marchando con Tambor batiente: Los de Icod, y Buenavista desaparecen; pero havia sido tal la consternacion de la noche que el Beneficiado tuvo miedo de salir, el Alcalde ochenton tuvo necesidad de tomar caldo, y los Oficios sagrados quedaron para otro dia. Tallas rotas, ventorrillas destrozadas, tufos de garrotazos, sayos desgarrados es lo que se dexó vér quando salió el Sol”.  

 

Domingo Oliva Tacoronte

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