
Hay quienes dicen que cada uno de los seres humanos que habitan en la Tierra, llegan a ella con un mapa del destino, ya escrito, y oculto a los ojos de los que no están preparados para ver. Pero este mapa ni está escrito en papel ni escondido sino, al contrario, está dibujado en la bóveda celeste pudiendo verse con tan sólo un vistazo hacia arriba.
Carla lo descubrió una madrugada, cuando el insomnio la llevó a dar una vuelta por el jardín, descalza, sintiendo la humedad de la tierra bajo sus pies. Sentada bajo el viejo árbol que plantó su bisabuelo, suspiró mirando al cielo y descubrió el hermoso techo que la cubría bañado de estrellas.
La luna, en cuarto creciente, parecía observarla con un ojo entreabierto y, los planetas, los puntos más brillantes e inmóviles, se alineaban como guardianes en fila y en silencio.
Observándola. Protegiéndola.
Justo en ese momento, en el que sentía cómo su alma comenzaba a sonreír reconociendo su lugar de origen, Carla sintió una voz clara saliendo de su interior:
—Tu alma viaja desde antes de tu nacimiento, saliendo y volviendo a casa, una y otra vez. Los astros no deciden tu destino, solo lo recuerdan.
Intrigada, y emocionada, Carla buscó respuestas en los viejos libros de astrología que guardaba su abuela en la estantería del salón. Entre todas las páginas amarillentas encontró un pergamino con su nombre escrito y la fecha exacta de su nacimiento. Su carta natal estaba allí, con símbolos que parecían palpitar bajo la luz de la vela.
Saturno, severo y sombrío, marcaba su vida con pruebas de disciplina. Venus, le prometía amores intensos, aunque efímeros. Y Neptuno, escondido en la duodécima casa, le hablaba de un don oculto: la capacidad de ver lo que otros no podían.
La noche siguiente pudo dormir, pero la pasó soñando con una mujer que llevaba puesto un vestido de estrellas, cuyo rostro cambiaba con el paso de cada una de las constelaciones. La mujer, al verla, le tendía un espejo de obsidiana en el que podía ver reflejados todos sus posibles futuros: uno en soledad, otro en plenitud, otro en el que caminaba entre mundos.
—El universo está dentro de ti —susurró la mujer—. No lo olvides: lo que ves arriba es solo el eco de lo que llevas en el alma.
Al despertar, Carla comprendió el verdadero propósito de su alma y su pacto con el universo. Y así, cada día, mientras el sol ascendía por el horizonte, ella se aseguraba de leer la posición de los astros para poder entender las emociones más profundas de sí misma.
































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